El corazón de Cristo y la paz del alma: (4) El agua viva

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Corazon fuente de agua

El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí», como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado. (Jn 7, 37-39)

La fiesta a que se refiere este evangelio es la de las Tiendas, en el mes de octubre previo a la pasión de Jesús. Él describe su corazón como una fuente de la cual correrían ríos de agua viva para quienes se acercaran a él. Medio año más tarde, Cristo expira en la cruz para derramar el Espíritu sobre los creyentes, como explica el evangelista. Cuando un soldado anónimo traspasa el corazón de Jesús y brota sangre y agua, el mismo evangelista verá el inicio de esta efusión, que a partir de Pentecostés se hace torrencial. El Corazón herido por nuestros pecados es una fuente de agua viva a la que todos cuantos tenemos sed podamos acudir. Se cumple la profecía de Zacarías: «Aquel día manarán de Jerusalén aguas vivas» (14, 8).

El Espíritu Santo es por antonomasia el espíritu de amor. Del mismo amor divino que late en el corazón de Jesús. El día de Pentecostés, nos cuenta San Lucas: «Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos» (Hech 2, 3). Las llamas en forma de lenguas son como una participación de las llamas que vemos arder en las imágenes de su Corazón Sagrado.

Alegría, dolor, paz

Jesús ha prometido que quienes tomen sobre sí su yugo y aprendan de él a ser mansos y humildes de corazón, llegarán a gozar de aquella paz del alma que él mismo tiene. En días pasados, hemos contemplado cómo él goza viendo el obrar de su Padre celestial; cómo vive con la serena confianza filial de saberse muy amado por su Padre; y cómo en su obra redentora – pues vino no a ser servido sino a servir y dar su vida por nosotros – el amor conserva la paz interior aun en medio del dolor y sufrimiento. Esto es lo que distingue el gozo cristiano de una mera alegría humana, de un estado anímico de bonanza. El gozo como virtud, como gracia, perdura a través de todo dolor, de todo fracaso, incluso a través de toda tristeza. Cuando se vive unido a Cristo y amándole, se puede sufrir y llorar, pero permanece en el alma la paz de quien vive en gracia.

Los frutos

Nada de eso es posible con nuestros propios esfuerzos, sino por la acción interior del Espíritu Santo. San Pablo nos enumera los frutos del Espíritu: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal 5, 22-23). Veamos en esta frase una preciosa descripción del Corazón de Jesús. La presencia de estos frutos en nosotros nos señala una consoladora semejanza con Él.

Para hoy

Los frutos no se alcanzan con el propio empeño. Aparecen cuando el alma es dócil al Espíritu. Si descubrimos que domina en nosotros la ira, la impaciencia, la lujuria, la aspereza, es señal de que nos resistimos al Espíritu Santo y seguimos los impulsos de la carne o las insidias del demonio. Entonces digamos con la Samaritana: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed» (Jn 4, 15).

Si en nuestra alma hay afabilidad, comprensión, mansedumbre, perdón, dominio, entonces agradezcamos al Señor que el agua viva del Espíritu, que su Corazón ha derramado en la cruz, está regando nuestra alma con su paz.

El corazón de Cristo y la paz del alma: (1) La Promesa

El corazón de Cristo y la paz del alma: (2) El Padre

El corazón herido y la paz del alma: (3): El yugo y la tierra

El corazón de Cristo y la paz del alma: (5) El corazón herido


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