El corazón de Cristo y la paz del alma: (3) El yugo y la tierra

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humildad del corazon

Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30).

¿Cuál es el yugo que Jesús nos invita a tomar? Según el texto, es su estilo de humildad.

La humildad del Señor no es como la nuestra. Nosotros la fundamos en nuestra condición de creaturas: todo lo hemos recibido de Dios. Pero en el Credo recordamos que Cristo es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, … no creado, de la misma naturaleza del Padre”; y que, junto con el Espíritu Santo, “recibe una misma adoración y gloria, que el Padre”.

“Soy el Maestro y el Señor”

Jesús afirma con claridad: «Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor» y decís bien, porque lo soy» (Jn 13, 12-15). Se declara más que Jonás y más que Salomón, (Mt 12, 41-42), más que Abraham (Jn 8, 53-8), mayor que el Templo (Mt 12, 6). ¿Cómo podamos imitar entonces su humildad?

Aún más, nosotros esperamos que la persona humilde reconozca con sencillez sus pecados y errores. Jesús nunca tuvo que pedir perdón a nadie, ni a amigos ni a enemigos, ni siquiera a su Padre celestial. Dijo, sin miedo a que se le contradijera: «¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado?» (Jn 8, 46).

¿Cuál es entonces la humildad que el Señor nos invita aprender de él? Es la humildad de los hechos. El Señor se humilló, se rebajó. Así San Pablo invitaba a los filipenses a tener el mismo sentir de Cristo “el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 6-11).

La tierra

La palabra “humildad” se relaciona etimológicamente con “humus”, tierra. El Verbo se hizo carne, bajando a vivir en la tierra y empastarse con la tierra de la que todos somos formados. Siendo hombre, se hincó en la tierra para lavarles los pies a los apóstoles. Muerto en la cruz, fue sepultado en la tierra. Entonces se realizó en Él aquello que había predicado: «el que se humille, será ensalzado» (Lc 14, 11), y resucitado nos llevó con Él a nueva vida (Cfr. Rm 4, 25).

La humildad de Jesús es rebajarse, servir, con un corazón manso. Nosotros sí tenemos que comenzar reconociendo que somos criaturas que hemos recibido todo de Dios, y pecadores necesitados de redención; y luego, a ejemplo de Cristo, ir más allá. La humildad de corazón no está en ser poca cosa, ni en sentirnos nada, ni en decirnos indignos o inferiores a otros. Es un hacernos pequeños, es ponernos a servir. Con mansedumbre. Por amor a Jesús y a los demás. Es el secreto que nos entrega para tener paz en el alma.

Para hoy: El yugo

Jesús nos propone su seguimiento como un yugo suave, una carga ligera. ¿Lo dice acaso comparando el peso de su evangelio al yugo de la ley mosaica? ¿o al yugo de los hombres y los sistemas políticos? ¿o al de nuestras propias pasiones?

Hay otro modo de pensarlo: él nos invita a unirnos a su propio yugo, dice “tomad mi yugo”. Me invita a caminar, uncidos los dos al mismo madero, al yugo bendito del que cargó para redimir a la humanidad. Entonces sí, ¡qué suave caminar así a su lado, hombro a hombro, amándole a Él y amando con Él a los demás, con un mismo corazón manso y humilde! ¡Y qué honor compartir su carga, ligera, pues lo más pesado lo ha llevado él en la cruz!

Señor, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo.

El corazón de Cristo y la paz del alma: (1) La Promesa

El corazón de Cristo y la paz del alma: (2) El Padre

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El corazón de Cristo y la paz del alma: (5) El corazón herido


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