En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito… Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera». Mt 11, 25-30
Dentro de pocos días celebraremos la gran solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. En esta reflexión, la primera de cinco, comencemos escuchándole hablar de su propio corazón: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”, y escuchando su promesa: así “hallaréis descanso para vuestras almas”. Entendemos: Jesús nos señala el camino para alcanzar la paz interior que él mismo vive. ¿Podemos asomarnos a su alma y descubrir esa paz interior?
Un corazón humilde
La frase que utiliza el Señor, que no habla sólo de humildad sino de un “corazón humilde”, nos invita a ver la humildad de Jesús desde dentro de su corazón, desde el amor. Y también allí, su paz interior. En este momento el Señor está inundado de gozo en el Espíritu Santo y comienza: “Bendito seas Dios, Padre, Señor del cielo y de la tierra”. El primer rasgo de su humildad es la alegría interior, llena de gratitud, al contemplar la acción de su Padre. Al amarle con todo su corazón, todo lo que se refiere al Padre le alegra.
Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios
El santo monje europeo, Beato Columba Marmion, explicaba así el alma de Cristo:
“En Jesús, la humildad constituye una actitud fundamental. Su alma, iluminada por la luz de la gloria, se da perfecta cuenta de que es una criatura; pero una criatura que ha sido prodigiosamente asumida en la unidad de la persona del Verbo divino. … Esta profunda humildad para con su Padre, daba origen en el alma de Jesús a un espléndido conjunto de virtudes, como la dulzura en las relaciones con el prójimo, la paciencia y el perdón de las injurias, y sobre todo la obediencia filial a la voluntad de lo alto.”
¿Cómo habrá experimentado Jesús en su humanidad esta presencia de su Padre? ¿Qué significaba para Él decir “Señor del cielo y de la tierra”? Cuando caminaba por los senderos de Galilea, cuando veía los lirios del campo, las aves del cielo, las aguas del lago, la fuerza de las tempestades, el crecimiento de las semillas en las espigas “sin que el hombre sepa cómo”, pues sólo Dios da el crecimiento… En todos estos momentos, ¿podemos intuir algo de su vivencia interior; de cómo experimentaba la presencia de su Padre, su omnipotencia amorosa y providente? Esta escena evangélica nos sugiere algo de lo que Él vivía por dentro.
Cada uno de nosotros hemos tenido momentos en que la belleza y majestuosidad de algún paisaje, o la belleza de una flor, o quizá el rostro ingenuo de un niño o las arrugas de una anciana, nos han elevado espontáneamente a Dios. Este pasaje nos invita a vivir desde el interior del corazón filial de Cristo esta experiencia delante de su Padre.
Para hoy:
“Aprended de mí…”: La sugerencia para este primer día es contemplar, rumiar, a ejemplo de Jesucristo, la grandeza de Dios en sus obras. Hacerlo con un corazón que ama y que por ello se alegra de la grandeza de Dios, y saboreando estas grandezas, vive espontáneamente con corazón humilde.
Es repetir la frase del Gloria de la misa dominical: “Te doy gracias por tu inmensa gloria”. Tener un corazón humilde que salta de alegría al ver la grandeza del Dios a quien ama. Y la paz prometida por Jesús comienza a inundar el alma.
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