Salmo 97: Cantad al Señor un cántico nuevo

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SALMO 97

1 Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

2 El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
3 se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
4 Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad:

5 tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
6 con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

7 Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
8 aplaudan los ríos, aclamen los montes
9 al Señor, que llega para regir la tierra.

Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.

Catequesis de Juan Pablo II

6 de noviembre de 2002

El Señor, Rey del Universo

1. El salmo 97, que se acaba de proclamar, pertenece a una categoría de himnos que ya hemos encontrado durante el itinerario espiritual que estamos realizando a la luz del Salterio.

Se trata de un himno al Señor rey del universo y de la historia (cf. v. 6). Se define como «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un canto perfecto, pleno, solemne, acompañado con música de fiesta. En efecto, además del canto coral, se evocan «el son melodioso» de la cítara (cf. v. 5), los clarines y las trompetas (cf. v. 6), pero también una especie de aplauso cósmico (cf. v. 8).

Luego, resuena repetidamente el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios» (v. 3). Por tanto, Dios está en el centro de la escena con toda su majestad, mientras realiza la salvación en la historia y se le espera para «juzgar» al mundo y a los pueblos (cf. v. 9). El verbo hebreo que indica el «juicio» significa también «regir»: por eso, se espera la acción eficaz del Soberano de toda la tierra, que traerá paz y justicia.

La misericordia y la fidelidad del Señor

2. El salmo comienza con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf. vv. 1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «santo brazo» remiten al éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf. v. 1). En cambio, la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante dos grandes perfecciones divinas: «misericordia» y «fidelidad» (cf. v. 3).

Estos signos de salvación se revelan «a las naciones», hasta «los confines de la tierra» (vv. 2 y 3), para que la humanidad entera sea atraída hacia Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvífica.

El cosmos alaba al Señor

3. La acogida dispensada al Señor que interviene en la historia está marcada por una alabanza coral: además de la orquesta y de los cantos del templo de Sión (cf. vv. 5-6), participa también el universo, que constituye una especie de templo cósmico.

Son cuatro los cantores de este inmenso coro de alabanza. El primero es el mar, con su fragor, que parece actuar de contrabajo continuo en ese himno grandioso (cf. v. 7). Lo siguen la tierra y el mundo entero (cf. vv. 4 y 7), con todos sus habitantes, unidos en una armonía solemne. La tercera personificación es la de los ríos, que, al ser considerados como brazos del mar, parecen aplaudir con su flujo rítmico (cf. v. 8). Por último, vienen las montañas, que parecen danzar de alegría ante el Señor, aun siendo las criaturas más sólidas e imponentes (cf. v. 8; Sal 28,6; 113,6).

Así pues, se trata de un coro colosal, que tiene como única finalidad exaltar al Señor, rey y juez justo. En su parte final, el salmo, como decíamos, presenta a Dios «que llega para regir (juzgar) la tierra (…) con justicia y (…) con rectitud» (Sal 97,9).

Esta es la gran esperanza y nuestra invocación: «¡Venga tu reino!», un reino de paz, de justicia y de serenidad, que restablezca la armonía originaria de la creación.

Cómo San Pablo interpreta este salmo

4. En este salmo, el apóstol san Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra de Dios en el misterio de Cristo. San Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «se ha revelado la justicia de Dios» (cf. Rm 1,17), «se ha manifestado» (cf. Rm 3,21).

La interpretación que hace san Pablo confiere al salmo una mayor plenitud de sentido. Leído desde la perspectiva del Antiguo Testamento, el salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al contemplarlo, se admiran. En cambio, desde la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo contemplan y son invitadas a beneficiarse de esa salvación, ya que el Evangelio «es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir del pagano (Rm 1,16). Ahora «todos los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la salvación de nuestro Dios» (Sal 97,3), sino que la han recibido.

Comentario de Orígenes

5. Desde esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto recogido después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Por eso, sigamos su comentario, que entrelaza el cántico del salmista con el anuncio evangélico: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo hasta entonces inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo. «Cantad al Señor un cántico nuevo». En realidad, el que sufrió la pasión es un hombre; pero vosotros cantad al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero salvó como Dios».

Prosigue Orígenes: Cristo «hizo milagros en medio de los judíos: curó paralíticos, limpió leprosos, resucitó muertos. Pero también otros profetas lo hicieron. Multiplicó unos pocos panes en un número enorme, y dio de comer a un pueblo innumerable. Pero también Eliseo lo hizo. Entonces, ¿qué hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo» (74 omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 309-310).

 

Comentario del Salmo 97

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

En este salmo resuenan poesías proféticas, sobre todo del Segundo Isaías. Tanto el salmista como el profeta miran hacia atrás y hacia adelante. Las maravillas de Dios en el pasado remoto y reciente, y la venida del Señor como rey y juez de toda la tierra enardecen al compositor. A su júbilo se une el de la creación. Hay que tener muy en cuenta que las maravillas cantadas y la venida esperada acontecen en el seno del pueblo de Dios. El salmo ha de ambientarse en el culto post-exílico. Aquí se festejan las maravillas del «segundo Éxodo» y se anticipa la teofanía última de Yahweh. A estas nuevas acciones de Dios corresponde un cántico nuevo.

En el rezo comunitario, este himno al Señor Rey puede ser salmodiado al unísono. Si se quiere insistir entre los tiempos (pasado y futuro) separados por un doble imperativo, se puede recurrir a una salmodia hecha a dos coros:

Coro 1.º, Las maravillas pasadas: «Cantad al Señor… la victoria de nuestro Dios» (vv. 1-3).

Coro 2.º, Esperanza futura: «Aclama al Señor… y los pueblos con rectitud» (vv. 4-9).

Su brazo nos salva

La mano de Dios no ha sido ni es demasiado corta para salvar (Is 50,2). En otro tiempo Israel fue salvado de Egipto por la mano poderosa de Dios, por su brazo extendido. Ahora, en Babilonia, no hay ningún otro auxiliador que no sea el brazo de Dios, sólo Él. «Ha desnudado su santo brazo a la vista de las naciones» (Is 54,10). El brazo que nos salva es Jesús, salvado a su vez por la diestra del Altísimo. El brazo de Cristo, como el de Dios, es todopoderoso, es salvador. Ese poder ha sido confiado a la Iglesia para que por medio de la imposición de las manos siga rescatando, salvando a los hombres de la cautividad de Babilonia. Ensalcemos el poder salvador de Dios con un cántico nuevo.

Dios ha recordado su santa alianza

La salvación que llega a Israel en Babilonia es la prolongación de la misericordia divina con los padres, el efecto de un recuerdo de la alianza que Dios contrajo con Abraham (Lc 1,55). Es más un juramento divino que un compromiso humano-divino. Consecuencia de ese juramento es que, llegada la plenitud de los tiempos, Dios suscite un salvador en la casa de David, su siervo. Dios lo ha suscitado resucitando a Jesús de entre los muertos. ¡Qué recuerdo de misericordia y de fidelidad divina! No sólo Israel, todos los pueblos han contemplado la victoria de la misericordia de Dios. La aclamación universal que ahora entonamos es tan sólo el comienzo del regocijo final que embargará a la muchedumbre rescatada de Babilonia. El recuerdo de la Alianza con los padres es la salvación del hombre.

La salvación viene de los judíos

Israel acaba de estar en contacto con otros pueblos, con otros dioses que no conocían ni ellos ni sus padres. No se ha ido tras de ellos, aunque su propio Dios apareciera inferior. La pobreza del Señor se ha desquitado con la victoria de su santo brazo. Israel ha sido fiel al único y verdadero Dios. Ahora puede presentarlo ante todos los pueblos. La salvación, efectivamente, proviene de los judíos. El pueblo de la antigua alianza es la «madre» del Mesías. Cuando esa alianza se abrogue, cuando se sustituya por la nueva y Jesús muera no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios dispersos, el Salvador será patrimonio de la humanidad, como lo atestiguan las tres lenguas que lo proclaman Rey y la división de las vestiduras en cuatro partes (Jn 19,20.23). Todos hemos recibido, junto con la herencia del Reino, el Espíritu profético -ambos simbolizados en el manto (1 R 19,20)- por el que ahora aclamamos al Rey y Señor, al Salvador del mundo.

Resonancias en la vida religiosa

Respuesta sinfónica al Reino de Dios presente: Desde que Jesús comenzó a existir en nuestra tierra, la lejanía rehusante de Dios se ha convertido en presencia, llena de gratitud, amor y esperanza. Dios nos ha conquistado el corazón a través de la humilde y poderosa benevolencia de su Hijo. Así se ha establecido entre nosotros el Reino. Y por el Reino de Dios hemos abandonado nuestra casa, nuestros bienes; hemos renunciado al matrimonio, a proyectar autónomamente nuestra vida. Sólo deseamos servir a tiempo pleno y desgastarnos para hacer más patente en nuestro mundo el Reino de Dios.

Somos testigos diarios de la victoria de nuestro Dios sobre el mal corazón, sobre los malos deseos, sobre las mismas catástrofes aparentemente sin sentido. Hombres y mujeres de todas las razas son testigos del Reino. Y por esto, entusiasmados, invitamos a toda la tierra a gritar, vitorear, aplaudir a este maravilloso Dios-con-nosotros, que un día manifestará con todo su esplendor la fuerza que ahora únicamente nos anticipa.

Seamos los promotores de una respuesta sinfónica de alabanza y actitudes vitales al Reino de Dios presente. Que nuestra vocación «por y para el Reino de Dios» incida hasta en la misma creación natural: que retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; que aplaudan los ríos, que aclamen los montes ante la sorprendente y misteriosa presencia de Dios. Como Francisco de Asís, convoquemos a toda la «hermana» creación a entonar himnos al Creador y a liberarse de la esclavitud, de la vaciedad y del pecado.

Oraciones sálmicas

Oración I: Dios y Señor poderoso, Jesús ha sido tu brazo derecho por el que nos has salvado; ha sido tu mano con la cual nos has curado de nuestros males y nos has bendecido en nuestras desgracias; que sigamos contemplando tu presencia salvadora en los sacramentos de la Iglesia. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Dios de nuestros padres, el juramento que hiciste a la casa de David lo has cumplido entre nosotros; has establecido tu reinado universal, aunque está velado bajo la precariedad de nuestro tiempo; acoge nuestra aclamación jubilosa que sintetiza y anticipa el regocijo final de todos los hombres y del universo. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Dios de los dioses, Tú te has manifestado en la debilidad de la carne humana, en Jesús de Nazaret, que apareció como un siervo; en la debilidad Tú manifiestas la potencia de tu poderío; que aprendamos nosotros el camino de la obediencia como senda para la gloria. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.