Salmo 14: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

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SALMO 14

1 Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

2 El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
3 y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
4 el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
5 el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Catequesis de Juan Pablo II

4 de febrero de 2004

1. Los estudiosos de la Biblia clasifican con frecuencia el salmo 14, objeto de nuestra reflexión de hoy, como parte de una «liturgia de ingreso». Como sucede en algunas otras composiciones del Salterio (cf., por ejemplo, los salmos 23, 25 y 94), se puede pensar en una especie de procesión de fieles, que llega a las puertas del templo de Sión para participar en el culto. En un diálogo ideal entre los fieles y los levitas, se delinean las condiciones indispensables para ser admitidos a la celebración litúrgica y, por consiguiente, a la intimidad divina.

En efecto, por una parte, se plantea la pregunta: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?» (Sal 14,1). Por otra, se enumeran las cualidades requeridas para cruzar el umbral que lleva a la «tienda», es decir, al templo situado en el «monte santo» de Sión. Las cualidades enumeradas son once y constituyen una síntesis ideal de los compromisos morales fundamentales recogidos en la ley bíblica (cf. vv. 2-5).

2. En las fachadas de los templos egipcios y babilónicos a veces se hallaban grabadas las condiciones requeridas para el ingreso en el recinto sagrado. Pero conviene notar una diferencia significativa con las que sugiere nuestro salmo. En muchas culturas religiosas, para ser admitidos en presencia de la divinidad, se requería sobre todo la pureza ritual exterior, que implicaba abluciones, gestos y vestiduras particulares.

En cambio, el salmo 14 exige la purificación de la conciencia, para que sus opciones se inspiren en el amor a la justicia y al prójimo. Por ello, en estos versículos se siente vibrar el espíritu de los profetas, que con frecuencia invitan a conjugar fe y vida, oración y compromiso existencial, adoración y justicia social (cf. Is 1,10-20; 33,14-16; Os 6,6; Mi 6,6-8; Jr 6,20).

Escuchemos, por ejemplo, la vehemente reprimenda del profeta Amós, que denuncia en nombre de Dios un culto alejado de la vida diaria: «Yo detesto, desprecio vuestras fiestas; no me gusta el olor de vuestras reuniones solemnes. Si me ofrecéis holocaustos, no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados. (…) ¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne!» (Am 5,21-24).

3. Veamos ahora los once compromisos enumerados por el salmista, que podrán constituir la base de un examen de conciencia personal cuando nos preparemos para confesar nuestras culpas a fin de ser admitidos a la comunión con el Señor en la celebración litúrgica.

Los tres primeros compromisos son de índole general y expresan una opción ética: seguir el camino de la integridad moral, de la práctica de la justicia y, por último, de la sinceridad perfecta al hablar (cf. Sal 14,2).

Siguen tres deberes que podríamos definir de relación con el prójimo: eliminar la calumnia de nuestra lengua, evitar toda acción que pueda causar daño a nuestro hermano, no difamar a los que viven a nuestro lado cada día (cf. v. 3).

Viene luego la exigencia de una clara toma de posición en el ámbito social: considerar despreciable al impío y honrar a los que temen al Señor.

Por último, se enumeran los últimos tres preceptos para examinar la conciencia: ser fieles a la palabra dada, al juramento, incluso en el caso de que se sigan consecuencias negativas para nosotros; no prestar dinero con usura, delito que también en nuestros días es una infame realidad, capaz de estrangular la vida de muchas personas; y, por último, evitar cualquier tipo de corrupción en la vida pública, otro compromiso que es preciso practicar con rigor también en nuestro tiempo (cf. v. 5).

4. Seguir este camino de decisiones morales auténticas significa estar preparados para el encuentro con el Señor. También Jesús, en el Sermón de la montaña, propondrá su propia «liturgia de ingreso» esencial: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5,23-24).

Como concluye nuestra plegaria, quien actúa del modo que indica el salmista «nunca fallará» (Sal 14,5). San Hilario de Poitiers, Padre y Doctor de la Iglesia del siglo IV, en su Tractatus super Psalmos, comenta así esta afirmación final del salmo, relacionándola con la imagen inicial de la tienda del templo de Sión. «Quien obra de acuerdo con estos preceptos, se hospeda en la tienda, habita en el monte. Por tanto, es preciso guardar los preceptos y cumplir los mandamientos. Debemos grabar este salmo en lo más íntimo de nuestro ser, escribirlo en el corazón, anotarlo en la memoria. Debemos confrontarnos de día y de noche con el tesoro de su rica brevedad. Y así, adquirida esta riqueza en el camino hacia la eternidad y habitando en la Iglesia, podremos finalmente descansar en la gloria del cuerpo de Cristo» (PL 9, 308).

Comentario del Salmo 14

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

Este salmo debió formar, originalmente, parte de un «ritual de entrada» en el templo del Señor. Sin embargo, las condiciones enumeradas para acceder al templo no son rituales, sino éticas. Lo que nos podría llevar a pensar en una «liturgia de la Ley». Aquí se trata de ser huésped, comensal en la mesa del Señor, para lo cual se requiere una integridad de vida, objetivada en los diez mandamientos enunciados en este salmo. De la integridad de vida se deriva una consecuencia permanente.

Para resaltar el carácter sapiencial del presente salmo se recomienda la siguiente forma de salmodia:

Salmista 1.º, Cómo acercarse al santuario: «Señor… en tu monte santo?» (v. 1).

Presidente, Enumeración de las condiciones: «El que procede honradamente… ni acepta soborno contra el inocente» (vv. 2-5b).

Asamblea, Consecuencia: «El que así obra nunca fallará» (v. 5c).

Sois familiares de Dios

El bien supremo para el israelita es ser comensal de Dios; tener parte en la mesa donde Dios asegura su protección y bendición. Semejante aspiración pasa por un lavado integral del hombre. Es decir, el hombre ha de estar dispuesto a «desvestirse» y a «revestirse», a desprenderse de la propia vida para que Otro se la entregue renovada. Entre ambas acciones se sitúa el servicio. Quienes aparecen «pecadores» ante la ortodoxia judía, pueden ser llamados a la mesa, mientras los hijos del Reino se excusan de acudir. Lo realmente importante para el cristiano es que ya no es extraño ni forastero, sino conciudadano de los santos y familiar de Dios (Ef 2,19). Para él vale la bienaventuranza evangélica: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!» (Lc 14,15).

El mandamiento principal

Las condiciones que ha de observar quien busca la familiaridad divina son los mandamientos éticos derivados de la alianza. Es la misma moral vigente en el Nuevo Testamento, sellado con la sangre de Cristo: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos». Ahora bien, los mandamientos son una explicitación del mandamiento principal, del que pende toda la ley y los profetas, y que versa sobre el amor a Dios y al prójimo; ambos han de ser amados con la totalidad del ser y del poseer, con un amor indiviso. De esta forma se comportó Jesús al poner en práctica el axioma del amor: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). En virtud de esta conducta adquiere un apremio singular el mandamiento del amor: «Quien ama a Dios, ame también al hermano» (1 Jn 4,21). Lo contrario es observar una conducta mendaz.

Solidez del justo

En otros textos del salterio, Dios es la roca del orante. Aquí el mismo salmista alcanza una firmeza tal que le impide resbalar con caída fatal. Las notas distintivas trazan un cuadro supraindividual del justo, que es pintura perfecta aplicada a Jesús, a quien el Padre hizo nuestra justicia, santificación y redención. Cristo es el ejemplo para todo creyente, que vive en Cristo. Ya no se contentará con decir «Señor, Señor», sino que hará la voluntad del Padre celestial: pondrá por obra la palabra oída, y no será oyente olvidadizo de la misma. Este tal se «ha acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo…, a Jesús, mediador de la nueva alianza» (Hb 12,22). Tiene la solidez propia de la ciudad permanente.

Resonancias en la vida religiosa

La comunidad que nunca fallará: El acceso a nuestra comunidad religiosa, porción escogida del Santuario de Dios, exige de nosotros unas disposiciones éticas imprescindibles.

Jesús así lo indicaba a quienes llamaba o a quienes se ofrecían al seguimiento, a entrar en la comunidad del reinado de Dios.

El salmo nos pide honradez, justicia, lealtad, fidelidad a los compromisos, amor al prójimo, respeto venerativo hacia los santificados, rechazo del mal, insobornabilidad, desinteresada caridad. Estas actitudes recibieron una intensificación modélica en la biografía de Jesús de Nazaret y se convirtieron en pautas de seguimiento para su comunidad.

La comunidad construida sobre estas actitudes «nunca fallará».

Oraciones sálmicas

Oración I: Señor Dios nuestro, que proclamas bienaventurado a quien toma parte en la mesa de tu Reino; te damos gracias porque hoy nos has permitido, una vez más, hospedarnos en tu tienda y habitar en tu monte santo; porque nos has hecho ciudadanos de los santos y familiares tuyos. Concédenos que nuestras obras sean un claro testimonio de nuestra ciudadanía. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Padre Santo, que nos pides que seamos santos como Tú lo eres; concédenos que no hagamos mal al prójimo, ni difamemos al vecino; que procedamos honradamente, practiquemos la justicia, no calumniemos con nuestra lengua y que tengamos intenciones leales; de este modo seremos dignos de habitar en Cristo, el monte santo donde has puesto tu morada. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Quien en ti se fundamente, Dios justo, no vacilará jamás. Abre nuestro oído y robustece nuestra libertad para que no nos contentemos con invocarte, sino que seamos sabios oyentes de tu Palabra, para ponerla por obra, ya que nosotros nos hemos acercado a Jesús, el mediador de la nueva alianza, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Comentario del Salmo 14

Por Maximiliano García Cordero

El huésped de Yahvé. En esta bellísima composición encontramos el código moral del fiel que aspira a vivir en intimidad con Dios en el santuario de Jerusalén. No se insiste en las purezas rituales levíticas, sino en las morales del corazón; «es como el ceremonial de corte exigido al que se propone entrar en intimidad con Yahvé» (B. Ubach). Sólo el hombre íntegro, justo y fiel puede tener acceso a la corte del Dios de Israel. La composición se cierra con una promesa de bendición. La exposición del tema es similar al Salmo 24,3-6 y a Is 33,14-16. Por otra parte, el v. 5 reproduce fielmente el precepto de Lev 25,37 (ley de santidad) y se parece a Dt 27,25. Por estas dependencias, no pocos autores suponen que el salmo es posterior al exilio. Según el título del mismo, sin embargo, se atribuye la composición al propio David, como los anteriores de esta primera colección del Salterio. Los autores que mantienen la paternidad davídica del salmo creen que el salmista lo compuso con motivo del traslado del arca a la colina de Sión, la «montaña santa».

La composición tiene un aire sapiencial, y quizá se cantaba con ocasión de las peregrinaciones al santuario de Jerusalén. Rítmicamente parece dividida en dos estrofas, precedidas de un preludio y seguidas de un epifonema.

Condiciones para ser huésped de Yahvé en el templo (vv. 1-3). La distribución tiene un aire de composición dramática. Primero, en el preludio (v. 1), una voz plantea un interrogante: ¿quién puede ser huésped de Yahvé en su santuario? Dios es santo, y, por tanto, para acercarse a Él es necesario cumplir determinadas condiciones que no le hagan indigno de la presencia del Altísimo. En Lev 11,44 se dice al pueblo de Israel: «Sed santos como yo soy santo». Nada contaminado puede entrar en relación con Yahvé, que vive en una atmósfera de santidad y pureza. Para acercarse a Él es preciso «santificarse» con ritos especiales de purificación y, sobre todo, tener ciertas cualidades morales excepcionales. El salmista aquí no tiene preocupaciones de índole ritual y sólo exige la preparación moral para acercarse a Dios. La morada en el templo de Yahvé ha sido considerada siempre como una garantía de seguridad y de felicidad íntima espiritual. El salmista no restringe su perspectiva a los sacerdotes y levitas -funcionarios oficiales del recinto sagrado-, sino que se refiere a todo el que se acerca a la casa de Dios. Para poder acercarse dignamente y ser huésped del santuario se debe llevar una vida en conformidad con las prescripciones divinas, obrando con justicia y rectitud, lo que implica sinceridad en las relaciones con el prójimo, ausencia de engaño y abstención de todo lo que pueda causar daño o injuria al prójimo. Se enumeran diez condiciones para la integridad de la vida moral en su manifestación de palabra y obra.

Exigencias de fidelidad (vv. 4-5). Para ser digno de Dios es necesario tener una valoración religiosa de los hombres; es decir, no se debe uno dejar llevar de las apariencias, honrando a los que triunfan en la sociedad a pesar de ser réprobos ante Dios. Los honores deben reservarse a los temerosos de Yahvé, los que conforman su vida a sus mandatos, sabiendo sacrificar muchas veces sus intereses materiales por seguir la ley de Dios. Los tiempos del salmista eran difíciles, y prevalecían los que hacían caso omiso de los preceptos divinos. Lo más fácil era adular a los poderosos que se habían creado una posición social por su carencia de escrúpulos morales. Estos, en realidad, son para el salmista réprobos ante Dios, y por eso deben ser menospreciados por el que pretenda ser huésped de Yahvé. Al contrario, los temerosos de Dios eran comúnmente despreciados porque por sus escrúpulos religiosos y morales no habían logrado ascender en la escala social; sin embargo, ellos son los predilectos a los ojos divinos, y por eso deben ser honrados por el que aspira a ser amigo de Dios y entrar en su casa.

La integridad de vida exige también fidelidad a los juramentos prestados, aunque su cumplimiento sea en perjuicio propio (v. 4c). La usura es también algo de lo que debe estar alejado el amigo de Dios. En hebreo, el préstamo a interés es llamado «mordedura», expresión gráfica del perjuicio que causa al que se ve obligado a recibir dinero a crédito. La usura estaba prohibida en la Ley cuando se hacía entre israelitas, pero estaba permitida con los extranjeros. Aquí el salmista no distingue, pero en su perspectiva parece que se refiere a las relaciones con los connacionales. En realidad, a pesar de la Ley, la usura era una plaga en la sociedad hebrea, como nos lo dicen los profetas.

El salmista también prohíbe la venalidad en la administración de la justicia. Era corriente que los jueces dictaminaran por cohecho en contra de los intereses de los más débiles económicamente. Vemos, pues, cómo al salmista no le preocupan los problemas de pureza ritual, sino los valores ético-religiosos, lo que está en consonancia con la predicación profética. El ideal que propone es muy alto, pero el premio por parte de Yahvé no se hará esperar: al que tal hace, nadie jamás le hará vacilar (v. 5c). Tal es el epifonema con que se concluye esta bella composición salmódica. Probablemente es una adición de tipo litúrgico, cuando se adaptó el salmo al culto del templo. El que es fiel a Dios cumpliendo sus preceptos, será inconmovible, porque está anclado en lo eterno, que es el mismo Dios.