Salmo 61: Solo en Dios descansa mi alma

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SALMO 61

2 Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
3 sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.

4 ¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre
todos juntos, para derribarlo
como a una pared que cede
o a una tapia ruinosa?

5 Sólo piensan en derribarme de mi altura,
y se complacen en la mentira:
con la boca bendicen,
con el corazón maldicen.

6 Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
7 sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.

8 De Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme,
Dios es mi refugio.

9 Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio.

10 Los hombres no son más que un soplo,
los nobles son apariencia:
todos juntos en la balanza subirían
más leves que un soplo.

11 No confiéis en la opresión,
no pongáis ilusiones en el robo;
y aunque crezcan vuestras riquezas,
no les deis el corazón.

12 Dios ha dicho una cosa,
y dos cosas que he escuchado:

«Que Dios tiene el poder
13 y el Señor tiene la gracia;
que tú pagas a cada uno
según sus obras».

Catequesis de Juan Pablo II

10 de noviembre de 2004

Un canto de confianza

1. Acaban de resonar las dulces palabras del salmo 61, un canto de confianza, que comienza con una especie de antífona, repetida a mitad del texto. Es como una jaculatoria serena y fuerte, una invocación que es también un programa de vida: «Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré» (vv. 2-3 y 6-7).

La confianza fundada en Dios

2. Sin embargo, este salmo, en su desarrollo, contrapone dos clases de confianza. Son dos opciones fundamentales, una buena y una mala, que implican dos conductas morales diferentes. Ante todo, está la confianza en Dios, exaltada en la invocación inicial, donde entra en escena un símbolo de estabilidad y seguridad, como es la roca, «el alcázar», es decir, una fortaleza y un baluarte de protección.

El salmista reafirma: «De Dios viene mi salvación y mi gloria, él es mi roca firme; Dios es mi refugio» (v. 8). Lo asegura después de aludir a las tramas hostiles de sus enemigos, que tratan de «derribarlo de la altura» (cf. vv. 4-5).

La confianza fundada en los ídolos

3. Luego, el orante fija con insistencia su atención crítica en otra clase de confianza, fundada en la idolatría. Es una confianza que lleva a buscar la seguridad y la estabilidad en la violencia, en el robo y en la riqueza.

Por eso, hace una exhortación clara y nítida: «No confiéis en la opresión, no pongáis ilusiones en el robo; y aunque crezcan vuestras riquezas, no les deis el corazón» (v. 11). Son tres los ídolos que aquí se citan y proscriben como contrarios a la dignidad del hombre y a la convivencia social.

Los dioses falsos de la violencia, el robo y la riqueza

4. El primer dios falso es la violencia, a la que por desgracia la humanidad sigue recurriendo también en nuestros días ensangrentados. Este ídolo va acompañado por un inmenso séquito de guerras, opresiones, prevaricaciones, torturas y crímenes execrables, cometidos sin el más mínimo signo de remordimiento.

El segundo dios falso es el robo, que se manifiesta mediante el chantaje, la injusticia social, la usura, la corrupción política y económica. Demasiada gente cultiva la falsa «ilusión» de que va a satisfacer de este modo su propia codicia.

Por último, la riqueza es el tercer ídolo, en el que el hombre «pone el corazón» con la engañosa esperanza de que podrá salvarse de la muerte (cf. Sal 48) y asegurarse un primado de prestigio y poder.

La falsedad de los ídolos

5. Sirviendo a esta tríada diabólica, el hombre olvida que los ídolos son inconsistentes, más aún, dañinos. Al confiar en las cosas y en sí mismo, se olvida de que es «un soplo…, una apariencia»; más aún, si se pesa en una báscula, resulta «más leve que un soplo» (Sal 61,10; cf. Sal 38,6-7).

Si fuéramos más conscientes de nuestra caducidad y del límite propio de las criaturas, no elegiríamos la senda de la confianza en los ídolos, ni organizaríamos nuestra vida de acuerdo con una escala de pseudo-valores frágiles e inconsistentes. Más bien, nos orientaríamos hacia la otra confianza, la que se funda en el Señor, fuente de eternidad y paz. En efecto, sólo él «tiene el poder»; sólo él es fuente de gracia; sólo él es artífice de justicia: «paga a cada uno según sus obras» (cf. Sal 61,12-13).

Una guía para sacerdotes y para todos

6. El concilio Vaticano II aplicó a los sacerdotes la invitación del salmo 61 a «no poner el corazón en las riquezas» (v. 11). El decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros exhorta: «Los sacerdotes no deben de ninguna manera poner su corazón en las riquezas y han de evitar siempre toda codicia y abstenerse cuidadosamente de todo tipo de negocios» (Presbyterorum ordinis, 17).

Sin embargo, esta invitación a evitar la confianza perversa, y a elegir la que nos lleva a Dios, vale para todos y debe convertirse en nuestra estrella polar en la vida diaria, en las decisiones morales y en el estilo de vida.

Confianza en medio de la prueba

7. Ciertamente, se trata de un camino arduo, que conlleva también pruebas para el justo y opciones valientes, pero siempre marcadas por la confianza en Dios (cf. Sal 61,2). A esta luz, los Padres de la Iglesia vieron en el orante del salmo 61 la prefiguración de Cristo, y pusieron en sus labios la invocación inicial de adhesión y confianza total en Dios.

A este respecto, en su Comentario al salmo 61, san Ambrosio argumenta así: «Nuestro Señor Jesucristo, al tomar la carne del hombre para purificarla en su persona, ¿qué otra cosa hubiera podido hacer inmediatamente sino borrar el influjo maléfico del antiguo pecado? Por la desobediencia, es decir, violando los mandamientos divinos, se había infiltrado el pecado. Por eso, ante todo tuvo que restablecer la obediencia, para apagar el foco del pecado… Él personalmente tomó sobre sí la obediencia, para transmitírnosla a nosotros» (Commento a dodici Salmi, 61, 4: SAEMO, VIII, Milán-Roma 1980, p. 283).

 

Comentario del Salmo 61

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

Probablemente este salmo se compuso a la sombra del templo, refugio, alcázar y salvación del fiel israelita (vv. 2-3. 6-7 y 8). El estribillo destaca un primer tema: «Dios es descanso del justo», completado con la auténtica confianza y esperanza. Valores que no están en los hombres, ni en la opresión, ni en las riquezas, sino en Dios, que detenta el poder, la gracia y la remuneración (vv. 9-13). Dios es el único suelo firme para construir la casa. Estas afirmaciones no son pura teoría en el salmo, sino convicciones auténticas, nacidas de la vida del salmista. En un momento difícil (vv. 4-7), Dios le salvó y su vida encontró sosiego. Su experiencia vale para los demás (vv. 8-11). No se cansará de proclamarlo una, dos y cien veces si fuera preciso (vv. 12-13).

Este salmo de confianza individual sólo en Dios puede ser rezado de la siguiente forma:

Salmista 1.º, Confianza en Yahvé: «Sólo en Dios… no vacilaré» (vv. 2-3).

Salmista 2.º, Actuación contra los enemigos: «¿Hasta cuándo… con el corazón maldicen» (vv. 4-5).

Salmista 1.º, Reiteración de la confianza: «Descansa sólo en Dios… mi refugio» (vv. 6-7).

Presidente, Lecciones para la asamblea: «Pueblo suyo… según sus obras» (vv. 9-13).

La asamblea puede repetir después de cada estrofa el estribillo sálmico: «Sólo Dios es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré».

«Nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti»

La quietud del salmista nada tiene que ver con la estoica indiferencia, con la pasiva resignación, ni con la huida del mundo. Es fruto maduro de la fe, que pone sus preocupaciones y angustias en el poder y sabiduría de Dios. El poder soberano de Dios se ha introducido en nuestra carne, dando vigencia a la promesa de entrar en el descanso. El Señor resucitado es nuestro descanso. Él proporciona un «hoy eterno» a los que mantienen hasta el fin la confianza segura del principio. Si para él hemos sido hechos, nuestro inquieto corazón sólo encontrará quietud cuando repose en el alcázar seguro; cuando sobre nosotros sea pronunciada la bienaventuranza última de quienes han encontrado su sábado eterno; que ninguno llegue retardado a ese descanso.

Hoy te he convertido en muralla de bronce

Bien necesita el creyente, sobre todo el profeta, que Dios vele por él. Ante el hombre no puede presentar más credenciales que la seducción divina, la íntima convicción de haber sido llamado y enviado. ¿Cómo se salvará el profeta de las mil asechanzas que le ponen? Sólo volviéndose a Dios, fuente de su vida y vocación. Ante los hombres aparecerá como una tapia ruinosa. Todos se creerán con el derecho de derribarla. Pero no podrán. Dios sostiene ocultamente la pared que Él levantó. ¿No es el mismo Dios que puso en su sitio la piedra fundamental y levantó la choza derruida de David? Volvamos al Autor de nuestros días y de nuestra vida, que en Dios tenemos una roca eterna. Él nos colmará de esperanza a la vez que nos dará gozo y paz.

Sólo una cosa es necesaria

Aunque nuestro salmista no levanta el estandarte de la pobreza como ideal, exhorta a distanciarse de las riquezas por más que se hayan adquirido legítimamente. Sólo una cosa es necesaria: pegarse a Dios, cuyo poder y amor están vueltos a los hombres. María de Betania, embebida en la audición de la Palabra, es una ejemplificación de lo único necesario. Marta, por el contrario, corre el peligro de que los cuidados de este mundo, con sus afanes y preocupaciones, la distraigan irremediablemente de lo necesario. El trato asiduo con el Señor y la preocupación por los asuntos del Señor, he aquí lo único necesario. El cristiano no se preocupa de ser libre sino para entregar su libertad al Señor. De este modo camina tras las huellas del Señor y afirma vivencialmente que sólo Dios tiene el poder y la gloria.

Resonancias en la vida religiosa

Cuando se conmueven los cimientos: Hay muchas cosas que nos inquietan y nos hacen perder la paz interior, comunitaria y social. Se conmueven nuestros cimientos como si alguien tuviera interés en derribar nuestra tapia ruinosa o la pared que cede. Nunca faltarán en nuestra existencia tales situaciones.

La actitud del corazón creyente ante ellas es proclamar con el salmista: ¡Sólo en Dios descansa mi alma! Paz, descanso, plenitud, encontraremos sólo en Dios.

Brota de esta experiencia fundante nuestra misión en el mundo y nuestro grito de alerta a los hombres, nuestros hermanos: «¡No confiéis en la opresión, no pongáis ilusiones en el robo!» Nuestro anuncio tiene un tema central e insustituible: «De Dios viene la salvación», «¡Sólo él es mi roca firme, mi alcázar, mi refugio, mi esperanza, mi gloria!»

El mensaje debe ser anunciado con la palabra y con una vida coherente con ella. Descansemos en el Señor, acordándonos de la palabra de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré».

Oraciones sálmicas

Oración I: Tú, Dios de la esperanza, eres el descanso de nuestra alma, nuestra roca, nuestro alcázar; de ti viene nuestra salvación y por eso no vacilamos, aunque nos ataquen por doquier; cólmanos de tu gozo y de tu paz. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Padre, constructor de tu Iglesia, contempla cómo las fuerzas del infierno quieren prevalecer contra ella; mantenla firme en la fe, la esperanza, el amor, y lleva a cumplimiento la obra que en ella iniciaste. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Dios de poder y de gracia, destruye todas nuestras secretas confianzas en el poder, la opresión y el robo, para que pongamos nuestro corazón en ti, que eres nuestra fuerza y la recompensa a nuestra fidelidad. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.