Salmo 109: Oráculo del Señor a mi Señor

3560

SALMO 109

1 Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies».
2 Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

3 «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora».

4 El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec».

5 El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
7 En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Catequesis de Juan Pablo II

26 de noviembre de 2003

La tradición del salmo 109

1. Hemos escuchado uno de los salmos más célebres de la historia de la cristiandad. En efecto, el salmo 109, que la liturgia de las Vísperas nos propone cada domingo, se cita repetidamente en el Nuevo Testamento. Sobre todo los versículos 1 y 4 se aplican a Cristo, siguiendo la antigua tradición judía, que había transformado este himno de canto real davídico en salmo mesiánico.

La popularidad de esta oración se debe también al uso constante que se hace de ella en las Vísperas del domingo. Por este motivo, el salmo 109, en la versión latina de la Vulgata, ha sido objeto de numerosas y espléndidas composiciones musicales que han jalonado la historia de la cultura occidental. La liturgia, según la práctica elegida por el concilio Vaticano II, ha recortado del texto original hebreo del salmo, que entre otras cosas tiene sólo 63 palabras, el violento versículo 6. Subraya la tonalidad de los así llamados «salmos imprecatorios» y describe al rey judío mientras avanza en una especie de campaña militar, aplastando a sus adversarios y juzgando a las naciones.

Estructura del saalmo 109

2. Dado que tendremos ocasión de volver otras veces a este salmo, considerando el uso que hace de él la liturgia, nos limitaremos ahora a ofrecer sólo una visión de conjunto.

Podemos distinguir claramente en él dos partes. La primera (cf. vv. 1-3) contiene un oráculo dirigido por Dios a aquel que el salmista llama «mi Señor», es decir, el soberano de Jerusalén. El oráculo proclama la entronización del descendiente de David «a la derecha» de Dios. En efecto, el Señor se dirige a él, diciendo: «Siéntate a mi derecha» (v. 1). Verosímilmente, se menciona aquí un ritual según el cual se hacía sentar al elegido a la derecha del arca de la alianza, de modo que recibiera el poder de gobierno del rey supremo de Israel, o sea, del Señor.

Una conquista victoriosa

3. En el ambiente se intuyen fuerzas hostiles, neutralizadas, sin embargo, por una conquista victoriosa: se representa a los enemigos a los pies del soberano, que camina solemnemente en medio de ellos, sosteniendo el cetro de su autoridad (cf. vv. 1-2). Ciertamente, es el reflejo de una situación política concreta, que se verificaba en los momentos de paso del poder de un rey a otro, con la rebelión de algunos súbditos o con intentos de conquista. Ahora, en cambio, el texto alude a un contraste de índole general entre el proyecto de Dios, que obra a través de su elegido, y los designios de quienes querrían afirmar su poder hostil y prevaricador. Por tanto, se da el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, que se desarrolla en los acontecimientos históricos, mediante los cuales Dios se manifiesta y nos habla.

Sacerdicio y realeza

4. La segunda parte del salmo, en cambio, contiene un oráculo sacerdotal, cuyo protagonista sigue siendo el rey davídico (cf. vv. 4-7). La dignidad real, garantizada por un solemne juramento divino, une en sí también la sacerdotal. La referencia a Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, es decir, de la antigua Jerusalén (cf. Gn 14), es quizá un modo de justificar el sacerdocio particular del rey junto al sacerdocio oficial levítico del templo de Sión. Además, es sabido que la carta a los Hebreos partirá precisamente de este oráculo: «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec» (Sal 109,4), para ilustrar el particular y perfecto sacerdocio de Jesucristo.

Examinaremos posteriormente más a fondo el salmo 109, realizando un análisis esmerado de cada uno de sus versículos.

Comentario de San Máximo de Turín

5. Como conclusión, sin embargo, quisiéramos releer el versículo inicial del salmo con el oráculo divino: «Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies». Y lo haremos con san Máximo de Turín (siglo IV-V), quien en su Sermón sobre Pentecostés lo comenta así: «Según nuestra costumbre, la participación en el trono se ofrece a aquel que, realizada una empresa, llegando vencedor merece sentarse como signo de honor. Así pues, también el hombre Jesucristo, venciendo con su pasión al diablo, abriendo de par en par con su resurrección el reino de la muerte, llegando victorioso al cielo como después de haber realizado una empresa, escucha de Dios Padre esta invitación: «Siéntate a mi derecha». No debemos maravillarnos de que el Padre ofrezca la participación del trono al Hijo, que por naturaleza es de la misma sustancia del Padre… El Hijo está sentado a la derecha porque, según el Evangelio, a la derecha estarán las ovejas, mientras que a la izquierda estarán los cabritos. Por tanto, es necesario que el primer Cordero ocupe la parte de las ovejas y la Cabeza inmaculada tome posesión anticipadamente del lugar destinado a la grey inmaculada que lo seguirá» (40, 2: Scriptores circa Ambrosium, IV, Milán-Roma 1991, p. 195).

 

Comentario del Salmo 109

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

Un salmo real, compuesto con motivo de la entronización del rey en Jerusalén o, quizá, en la fiesta de su aniversario. Lo integran tres partes: tres oráculos de Yahweh con visiones de un futuro glorioso. Aunque el «yo» que habla al rey sea un poeta o un profeta de corte, Yahweh es el sujeto que realiza todo: el que promete al rey dominio y títulos de gloria, y el que somete a su poder a todos los enemigos. Desde los primerísimos tiempos de la Iglesia, este salmo fue aplicado a Cristo.

El salmo está compuesto por tres oráculos y dos comentarios al primero y al tercer oráculo. Los oráculos podrían proclamarse por el presidente; los comentarios, por la asamblea:

Presidente, Oráculo 1.º: «Oráculo del Señor… estrado de tus pies» (v. 1).

Asamblea, Extensión del reino: «Desde Sión… en la batalla a tus enemigos» (v. 2).

Presidente, Oráculo 2.º: El soberano adopta al vasallo: «Eres príncipe… antes de la aurora» (v. 3).

Breve pausa

Presidente, Oráculo 3.º: Confirmación del rey en su trono: «El Señor lo ha jurado… según el rito de Melquisedec» (v. 4).

Asamblea, El soberano protege y ayuda al vasallo: «El Señor a tu derecha… por eso levantará la cabeza» (vv. 5-7).

Sentado a la derecha del Padre

El rey de Israel se sienta a la derecha del Poder divino: tiene parte en la fuerza bélica y triunfante de Yahweh, que reduce al polvo a sus enemigos. Es una imagen y un lenguaje grandilocuente para los soberanos israelitas, pero que cobra realismo cuando se aplica a Cristo. Después de vencer totalmente a sus enemigos, de pisotearlos, «fue elevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios». Constituido así en Señor y Cristo, vendrá con el poder que el Padre le ha concedido y colocará a su derecha a quienes ya ahora misteriosamente se hallan sentados en el trono celeste de Cristo. Cantamos al rey victorioso exaltado a la derecha del Padre.

«Yo te he engendrado hoy»

En el mundo oriental, el monarca es hijo de Dios. Dios será para él como rocío y florecerá como un lirio. Es un rocío procedente del reino celeste, de la luz que ahuyenta las tinieblas, y obliga a la tierra a devolver a los muertos. Dios se constituye de este modo en dispensador de una vida nueva. Pues bien, «la promesa hecha a los padres se ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»» (Hch 13,32-33). Engendrado antes de la aurora, Cristo es el primero de muchos hermanos, engendrados como él por el rocío divino. Sobre ellos, el Padre continúa pronunciando sus palabras de reconocimiento: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy». Alabemos a nuestro Dios por el inefable don de nuestra filiación.

Sacerdote según el orden de Melquisedec

La dinastía davídica, conquistadora de la ciudad jebusea de Jerusalén, continúa la tradición cananea de la ciudad, según la cual su rey es también sacerdote. Los sacerdotes de la antigua alianza fueron muchos porque la muerte les impedía perdurar. Sólo uno pudo heredar el sacerdocio de Melquisedec: Aquel cuya procedencia no es carnal, sino divina, y «llegado a la perfección se convirtió en causa de salvación para todos los que le obedecen» (Hb 5,9). Su sacerdocio permanece para siempre, ya que siempre está vivo para interceder por los que se llegan a Dios. Mediante su oblación efectuada de una vez para siempre ha llevado a la perfección a los santificados. Teniendo la seguridad de entrar en el santuario, fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad.

Resonancias en la vida religiosa

Inmediatez amorosa de Dios: Nuestra comunidad contempla en esta tarde al Cristo Jesús que la define: el Resucitado, el Victorioso, lleno del poder de Dios; el que da consistencia a todo lo que existe. No es el Vengador de nuestras maldades, sino el vigor de los impotentes, la fuerza de los débiles, el futuro de los desesperados, la riqueza de los pobres.

Jesús nos remite al Padre, fuente de todo lo que existe, nuestro Abba. Él engendró como rocío a Jesús y también nos engendra como personas y comunidad. Sin la vida que procede del Padre seríamos nada, vacío, islas.

El Padre ha constituido a Jesús Sacerdote permanente, que permite y posibilita el acceso a Dios, no una vez al año y por mediación de una víctima, sino inmediatamente. Jesús nos constituye en comunidad sacerdotal, testigo de la inmediatez amorosa de Dios, volcada hacia la humanidad.

Si vivimos en Cristo seremos comunidad transmisora de fuerza y esperanza, regenerada por Dios, mediadora del acceso amoroso al Dios amorosamente cercano.

Oraciones sálmicas

Oración I: Señor Dios todopoderoso y eterno, que has sentado a tu Hijo Jesucristo a tu derecha; haz que el poder de su cetro se extienda de mar a mar y desde el Gran Río hasta el confín de la tierra; y que nosotros un día seamos hallados dignos de ser colocados a la derecha de nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

Oración II: Oh Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, a quien engendraste antes de la aurora de los tiempos y levantaste en la alborada del primer día; mira con amor a tus hijos de adopción y concédeles beber del torrente de tus delicias; así, saciados por ti, experimentarán el gozo de ser príncipes desde el día de su nacimiento. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Tu, Dios nuestro, juraste establecer a tu Hijo sacerdote eterno según el orden de Melquisedec; y éste, llegado a la perfección, es causa de salvación para todos los que le obedecen. Aviva en nosotros, partícipes del sacerdocio de Cristo, la seguridad de entrar en el santuario, donde nuestros enemigos -el pecado y la muerte- serán puestos por estrado de tus pies. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

Comentario del Salmo 109

Por Maximiliano García Cordero

[Oráculo del Señor (Yahvé-Dios) al Señor del salmista (el Mesías-Cristo). La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de El sacerdocio del Mesías. Las prerrogativas del Mesías: realeza universal y sacerdocio perpetuo no se desprenden de ninguna investidura terrena, como tampoco las del misterioso Melquisedec. Cristo cumple literalmente este oráculo. V. 7a: El Mesías bebe en el torrente de los sufrimientos, o en el torrente de las gracias divinas, sentido que cuadraría mejor en el contexto. O también, es como el guerrero que persigue a sus enemigos y que sólo se detiene un momento para beber del torrente. V. 7b: Este texto se aplica a Cristo doliente y glorificado.- Para Nácar-Colunga el título de este salmo es El Mesías, rey y sacerdote eterno según el orden de Melquisedec. Este salmo los judíos lo entendían del Mesías, y la objeción que Cristo presenta a los judíos en su controversia con ellos no tiende a contradecir esa creencia, sino a mostrar que el Mesías es algo más que hijo de David (Mt 22,42ss). Los apóstoles citan varias veces los versos 1 y 4 para mostrar la exaltación de Jesucristo y su sacerdocio. Los textos griego y hebreo difieren mucho en el verso 3. Según el griego, la escena del principio tendría lugar en el cielo, entre los esplendores de la corte celestial; según el texto hebreo, en Jerusalén, donde Dios reina en su templo, y su ungido al lado de Él. El pueblo le recibe con gusto y se pone a sus órdenes para emprender la guerra contra los adversarios, que quedan deshechos.]

Este breve salmo es quizá el más importante de todo el Salterio; al menos en ninguno se concreta tan bien la personalidad del Mesías. En el salmo 2 se habla del Mesías como lugarteniente de Yahvé; aquí se le presenta además como sacerdote, reuniendo así las dos potestades: la civil y la religiosa, que tradicionalmente estaban disociadas, pues el rey debía proceder de la tribu de Judá, mientras que el sumo sacerdote debía provenir de la de Leví. En los tiempos mesiánicos, ambas dignidades se juntarán en una persona, representante de Yahvé.

El salmista habla en estilo oracular profético, como si hubiese recibido una revelación particular sobre la persona del Mesías, al que llama su «Señor». El lugarteniente de Dios domeñará a sus enemigos, estableciendo su centro de gobierno en Sión. Al mismo tiempo se le conferirá la potestad sacerdotal «al modo de Melquisedec», y con la ayuda de Yahvé mantendrá su dominio sobre las gentes. Parece que el salmo incluye dos oráculos proféticos: uno relativo al Mesías vencedor, y otro al Mesías como sacerdote y juez universal. El estilo es conciso, enérgico, lleno de majestad y no exento de brevedad misteriosa. Los símiles guerreros son vigorosos e impresionantes, pero han de entenderse teniendo en cuenta la hipérbole oriental y la propensión al radicalismo de expresión.

El Mesías, lugarteniente de Yahvé (vv. 1-3). El salmista habla con la autoridad de un profeta que es consciente de haber recibido un mensaje directamente de Dios; por eso emplea la palabra característica del oráculo profético, ne’um, que alude a una comunicación divina en el lenguaje profético. En el Salterio sólo aparece en Sal 36,2. Aquí alude a la comunicación misteriosa (como un «susurro», traducción aproximada del término ne’um) recibida de Dios. El contenido de este oráculo se refiere al establecimiento del Señor del salmista a la diestra de Yahvé, lo que implica su entronización como representante suyo en la tierra, tal como se declara a continuación. En el rito de entronización de los antiguos reyes, solían éstos sentarse a la derecha de la estatua del dios de la nación, para indicar que era su representante ante el pueblo. El salmista, pues, juega con este sentido folklórico, y presenta a su Señor participando de la soberanía de Dios sobre su pueblo y sobre las naciones en general.

Esta soberanía y realeza quedan explicitadas en el hecho de someter a sus enemigos, poniéndolos como escabel de sus pies. En la antigüedad, los reyes vencedores ponían materialmente sus pies sobre las espaldas del vencido para indicar la sujeción total de éste. En la Biblia, la tierra, el templo, el arca, son considerados como el «escabel de los pies» de Yahvé. Aquí, pues, el oráculo profético comunicado al salmista presenta a su Señor con dominio total sobre sus enemigos.

Y el dominio procederá de Sión, como centro de la nueva teocracia. Desde allí, el Lugarteniente de Yahvé extenderá su poderoso cetro -símbolo de autoridad- con dominio pleno sobre los enemigos que se opongan a la implantación de su reinado. Será ese día de su entronización como representante de Yahvé el momento de su plena manifestación militar. Siguiendo a la versión de los LXX, se destaca el origen misterioso del Lugarteniente de Yahvé, al que se presenta engendrado antes del lucero de la mañana. Sería esta declaración un eco de la afirmación del salmo 2: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy».

El sacerdocio eterno (vv. 4-7). Completando el oráculo anterior, se anuncia ahora una nueva dignidad para el Lugarteniente de Yahvé: sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Esta nueva prerrogativa es conferida con solemne juramento por parte de Dios: Ha jurado Yahvé y no se arrepentirá. La fórmula implica juramento y fidelidad. Pero su sacerdocio no estará vinculado a la línea de Aarón, como era de ley en la tradición bíblica, sino que empalmará con el antiguo de los tiempos patriarcales: al modo de Melquisedec, que fue rey de Salem y sacerdote del Altísimo. Ante él se postró el gran patriarca Abraham y le ofreció los diezmos del botín tomado a los reyes que atacaron a la Pentápolis del mar Muerto. Con su doble dignidad -real y sacerdotal- es tipo del nuevo sacerdocio del Lugarteniente de Yahvé en los tiempos mesiánicos. El autor de la Epístola a los Hebreos (7,3) hace una exégesis rabínica aprovechando el detalle de que en la Biblia no se mencionan los padres de Melquisedec, y, así, argumenta que Cristo tiene un sacerdocio superior distinto del hereditario levítico.

De nuevo vuelve el salmista a insistir en las prerrogativas del Lugarteniente de Yahvé, pues tendrá siempre a Dios a su diestra, ayudándole y sosteniéndole en la lucha contra los que se opongan a su dominio universal. Conforme a la mentalidad viejotestamentaria, lo presenta como a un guerrero implacable que somete y vence en la batalla a sus enemigos.

El v. 7 resulta extraño. Varias son las interpretaciones en el supuesto de que la lección que nos dan el TM y los LXX sea correcta: el salmista juega con el símil del caminante que avanza extenuado por la sed, pero inesperadamente, al encontrar un torrente de agua, se refrigera y sigue su camino con la cabeza erguida. Otra interpretación más verosímil es la de suponer que el salmista alude al hecho de los guerreros de Gedeón, que, tomando un poco de agua en el arroyo, avanzaron animosos contra los madianitas. Así, el Mesías, guerrero implacable, prosigue su lucha exterminadora, persiguiendo a los enemigos, deteniéndose apenas en el arroyo para aplacar la sed y seguir adelante en el combate.

Carácter mesiánico del salmo. La tradición judeo-cristiana ha admitido siempre la proyección mesiánica de esta vigorosa pieza del Salterio. Los apóstoles y el mismo Jesús apelan al sentido mesiánico del salmo, y los Santos Padres siguen la misma línea; no obstante, los autores modernos católicos no convienen en matizar el mesianismo del salmo, ya que, mientras unos lo toman en sentido directo y literal, otros, en cambio, lo entienden en sentido típico indirecto: el salmista, con motivo de la entronización de un rey, le ensalzaría viendo en él el eslabón que lleva al Rey por excelencia de la dinastía davídica, el Mesías. El salmista, llevado de un sentido profético, piensa en la culminación de la dinastía y en la inauguración de los tiempos mesiánicos, y presenta al futuro Mesías dominando sobre sus enemigos después de haberlos vencido en la batalla. La perspectiva, pues, está dentro de los moldes primarios de la teología viejotestamentaria. La panorámica del salmista difiere mucho de la del autor de los fragmentos del «Siervo de Yahvé», en los que se nos presentan las facetas de un Mesías doliente triunfando con la mansedumbre y la ofrenda de su propia vida.