Cómo se ora con un icono
“La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios”, decía San Juan Damasceno, (imag.1, 27, en CIC 1162). Y en otra ocasión:
“Cuando mis pensamientos me torturan y me impiden gustar la lectura, voy a la iglesia… Mi vista es atraída y lleva mi alma a alabar a Dios. Contemplo el coraje del mártir… su ardor me inflama… Caigo a tierra para adorar y rogar a Dios por la intercesión del mártir”. (San Juan Damasceno, De imaginibus oratio I, cit.por Evdokimov, op.cit.)
Algunos Padres del Oriente cristiano interpretaban en este sentido el versículo del salmo “en tu luz vemos la luz” (Sal 36, 10): es en la luz del Espíritu Santo como podemos ver a Cristo, que es la Luz (cf. Jn 8, 12). Y de la misma manera que en la Lectio Divina, entramos en oración invocando al Espíritu Santo para ponernos a la escucha de la Palabra de Dios que nos habla en la Sagrada Escritura, en la lectura de un icono invocamos al Espíritu Santo para que ilumine los ojos de nuestro corazón y con una mirada de fe y amor, en la contemplación del misterio representado nos permita ver más allá, conduciéndonos al encuentro personal de acogida y de donación en que consiste y es el fin de toda auténtica oración.
No existe, o no he encontrado, una exposición tradicional sistemática, sobre el modo de orar con los iconos. Ello podría explicarse teniendo en cuenta la naturaleza eminentemente contemplativa de esta oración.
“Quizás se podría decir incluso que el atractivo más grande del icono consiste en la extraordinaria unidad de la palabra-imagen que conlleva, a nivel psicológico-comunicativo, la unidad de concepto y sentimiento, de razonamiento e intuición” (Špidlík-Rupnik, op.cit., 14)
Como símbolo que es, el método adecuado será precisamente el simbólico, es decir, aquel que busque conocer y acoger la realidad integral del mismo icono, sin proyectar sobre él un significado preconcebido, sino estableciendo un diálogo con él, con una actitud positiva, con amor, buscando que sea el mismo icono quien se abra y desvele sus significados multi-estratos. No es nuestro pensamiento el que lee el icono, es el icono el que evangeliza nuestro pensamiento.
Como todo símbolo, el icono es también “un lugar en el que (…) se acortan las distancias y se vive una especie de contemporaneidad. Entrando en ese espacio, se encuentra a las personas que lo han habitado, que han pasado por él. El icono es, por tanto, un organismo vivo, y como tal debe ser conocido”. (Špidlík-Rupnik, ibídem)
Así como una cosa es el análisis exegético y científico de la Sagrada Escritura, y otra muy diversa la oración que escucha y se deja interpelar por la Palabra de Dios, de la misma manera un estudio de los iconos que tuviera en cuenta solamente los elementos formales o artísticos más externos, con una perspectiva meramente histórica, estética, arqueológica, etc. no podría llamarse “lectura orante de un icono”.
Bueno y conveniente es lo primero, pero en todo caso no sería más que un primer paso. Lo que en la Lectio divina se llama precisamente: “lectio”. Si no se pasara adelante, podría llamarse a este ejercicio “estudio”, pero no “oración”. Se hace necesaria la apertura de la mente y el corazón a la Palabra y a la Imagen, considerando con fe la presencia activa del Espíritu Santo en la Escritura o en el Icono, para que el orante sea alcanzado por la gracia e introducido más profundamente en la comunión con Dios y con la Iglesia entera. Es decir, para que se deje encontrar por Dios.
“Se trata, por tanto, de estar ante el icono esperando que éste se abra, teniéndolo verdaderamente en cuenta y también a la Iglesia en la que ha nacido. Es necesario acercarse al icono en el contexto litúrgico, entre oraciones, velas, incienso y cantos…” (Špidlík-Rupnik, op.cit., 26)
El cristiano que ora con un icono, lo ha de considerar en su objetividad espiritual, tal como la Iglesia en su liturgia, en su tradición, nos lo ha transmitido, de modo que se convierta en comunicación de la fe y lugar de encuentro con Dios en el Cuerpo de Cristo que es su Iglesia.
“El icono es una larga cita bíblico-patrística. Es una realidad espiritual, donde `espiritual´ es todo lo que, con la acción del Espíritu Santo, nos habla de Dios, nos lo recuerda, nos lo comunica y nos lleva a Él”. (Špidlík-Rupnik, op.cit., 29)