¿Cómo encontrar la paz profunda del corazón?

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¿Cómo encontrar la paz profunda del corazón?

Los hombres somos bastante autosuficientes, pero a cada paso nos topamos con la evidencia brutal de nuestros propios límites. Nos damos cuenta de que somos frágiles, que no todo resulta como quisiéramos, que cometemos errores y pecados, que hay cosas que no dependen de nosotros y nos ponen un alto o una desviación en el camino, aunque no nos guste… Esto quita la paz.

En el abismo de nuestra miseria

Por más que se pierda el sentido del pecado, cuando nos hacemos preguntas serias sabemos que tarde o temprano llegará el momento de la muerte y nos encontraremos con la verdad de nuestra historia y de nuestra miseria. Podría asaltarnos la pregunta sobre nuestra suerte a la hora del juicio. Aspiramos a la felicidad completa, la definitiva en el cielo, pero constatamos día a día nuestros límites y comprendemos que no podemos salvarnos solos. Pensamientos como éste pueden robarnos la paz.

Conocí a una mujer llamada Soledad que vivió y murió en paz. Acaba de fallecer hace dos meses. Los misioneros la llamábamos “Abuelita”, pues era muy cariñosa con nosotros, durante años nos acogió en su casa, nos hacía la comida, lavaba nuestra ropa. Aun cuando quedó paralítica siguió siendo una viejita alegre. Como no hay sacerdote en su pueblo, pedía a Jesucristo que cuando la fuera a recoger, tuviera misericordia de ella y le pusiera un sacerdote al lado. Dios me concedió la gracia de estar misionando cerca, me avisaron que se había puesto grave, fui a visitarla, le administré la unción de los enfermos y murió 48 horas después. Doña Soledad confió en la misericordia de Dios, buscó agradarle siempre y Dios desbordó su amor en ella.

La ternura de Dios

La confianza absoluta en la misericordia de Dios que tenía Doña Soledad recuerda las palabras de Sor Faustina Kowalska cuya fiesta celebramos hoy. Esta mujer heredó a la Iglesia el mensaje de la ternura de Dios: “Del amor nace la misericordia. Dios es amor y su acción es la misericordia.”

En medio del dolor propio o ajeno, en medio de tanta tragedia que nos rodea y del mismo pecado personal, nos preguntamos ¿qué significa que Dios es misericordioso? ¿Es posible vivir en paz? ¿Podemos alcanzar la paz profunda del corazón?

Muchos hemos tenido experiencia de esta paz profunda del corazón, aunque sea de manera instantánea, en algún momento de abandono en los brazos del Padre. Algunos tal vez no han sabido ponerle nombre a aquella mano que un día les hizo experimentar bondad, ternura, perdón, misericordia… Pero han recobrado la esperanza e intuyen que se trata de Alguien que los protege con su mirada.

¿Dónde encontrar la paz?

Nos comunicamos con la mirada antes que con las palabras. Alguien que está lejano se hace cercano por la mirada, entra en nosotros. Y a la vez nosotros nos manifestamos al otro a través de la mirada. La mirada es muy elocuente: dice confianza o desconfianza, acogida o desprecio, perdón o rencor, interés o indiferencia, etc. “La lámpara del cuerpo es el ojo” (Mt 6, 22)

Cuando estoy junto a Cristo Eucaristía disfruto su mirada. Su mirada es pura como la de un niño, cercana como de un hermano, compasiva como del mejor de los padres. La mirada de Jesús, mi Salvador, es bondadosa. Sus ojos me miran siempre con misericordia. La mirada de Jesús me llena de paz.

La paz la encontramos en el amor de Dios: “La humanidad no encontrará la paz sino hasta que se dirija con confianza a la Divina Misericordia” (Sor Faustina, Diario p. 132). Con razón el Papa Benedicto XVI decía el 2 de octubre pasado en el Angelus: “Muy queridos, reforzad vuestra confianza en el Señor a través de la reflexión común y la oración para que llevéis eficazmente al mundo el alegre mensaje de que “la Misericordia es fuente de esperanza”.

Basta volver a nuestra propia experiencia: cada vez que nos confesamos constatamos que el límite del mal es la misericordia y que realmente la misericordia es el nombre del amor de Dios en la tierra. La misericordia de Dios es más grande que nuestras miserias. Y la experiencia del amor y la paciencia de Dios es un reclamo a la conversión continua. Por eso, «Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades.» (Salmo 88)

Ve y pregúntale tú mismo a Jesús: ¿Cómo encontrar la paz profunda del corazón? y permanece en silencio. 

Jesús pregunta y reclama: ¿Por qué discutes conmigo sobre tu miseria?

Les recomiendo este pasaje del diario de Sor Faustina, donde reporta un diálogo entre Dios Misericordioso y el alma pecadora. Pon especial atención en el último párrafo:

-Jesús: “Alma pecadora, no tengas miedo de tu Salvador. Yo el primero me acerco a ti, porque sé que tú sola no eres capaz de alzarte hasta Mí. No huyas, hijita, de tu Padre. Tratar de hablar de tú a tú con tu Dios misericordioso, que desea decirte palabras de perdón y colmarte de Sus gracias. ¡Oh, cuánto me es querida tu alma! Te tengo escrita sobre Mis manos. Has quedado grabada en la herida profunda de Mi Corazón”.

-Alma: “Señor, siento Tu voz que me invita a abandonar el mal camino, pero no tengo fuerzas ni valor.

-Jesús: “soy Yo tu fuerza. Yo te daré la fuerza para la lucha”.

-Alma: “Señor, conozco Tu santidad y tengo miedo de Ti.”

-Jesús: “¿Por qué tienes miedo, hija Mía, del Dios de la Misericordia? Mi Santidad no me impide ser misericordioso contigo. Mira, oh alma, que por ti he instituido un trono de Misericordia sobre la tierra, y este trono es el sagrario; y desde este trono de Misericordia deseo descender en tu corazón. Mira, no me he rodeado ni de séquito ni de guardias, puedes venir a Mí en cualquier momento, en cada hora del día quiero hablar contigo y concederte Mis gracias”.

-Alma: “Señor, tengo miedo de que no me puedas perdonar el número tan grande de pecados; mi miseria me llena de terror”.

-Jesús: Mi Misericordia es más grande que tus miserias y que las del mundo entero. ¿Quién ha medido Mi bondad? Por ti descendí del cielo a la tierra, por ti Me he dejado crucificar, por ti he permitido que fuera abierto con la lanza Mi Sacratísimo Corazón, y he abierto para ti una fuente de Misericordia. Ven y obtén las gracias de esta fuente con el recipiente de la confianza. No rechazaré nunca un corazón que se humilla; arrojaré tu miseria en el abismo de Mi Misericordia. ¿Por qué tendrías que pelearte conmigo sobre tu miseria? Dame el gusto, dame todas tus penas y toda tu miseria, y yo te colmaré con los tesoros de mis gracias”. (V cuaderno, II parte)


Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)

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