SALMO 140, 1-9
1 Señor, te estoy llamando, ven de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
2 Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.
3 Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
un centinela a la puerta de mis labios;
4 no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.
5 Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.
6 Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
7 como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.
8 Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
9 guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.
[10 Caigan los impíos en sus propias redes,
mientras yo escapo libre.]
Catequesis de Juan Pablo II
5 de noviembre de 2003
El Salmo 140 como oración litúrgica
1. En las anteriores catequesis hemos contemplado en su conjunto la estructura y el valor de la Liturgia de las Vísperas, la gran oración eclesial de la tarde. Ahora queremos adentrarnos en ella. Será como realizar una peregrinación a esa especie de «tierra santa», que constituyen los salmos y los cánticos. Iremos reflexionando sucesivamente sobre cada una de esas oraciones poéticas, que Dios ha sellado con su inspiración. Son las invocaciones que el Señor mismo desea que se le dirijan. Por eso, le gusta escucharlas, sintiendo vibrar en ellas el corazón de sus hijos amados.
Comenzaremos con el salmo 140, con el cual se inician las Vísperas dominicales de la primera de las cuatro semanas en las que, después del Concilio, se ha articulado la plegaria vespertina de la Iglesia.
Nuestra oración como sacrificio vespertino
2. «Suba mi oración como incienso en tu presencia; el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde». El versículo 2 de este salmo se puede considerar como el signo distintivo de todo el canto y la evidente justificación de que haya sido situado dentro de la Liturgia de las Vísperas. La idea expresada refleja el espíritu de la teología profética, que une íntimamente el culto con la vida, la oración con la existencia.
La misma plegaria, hecha con corazón puro y sincero, se convierte en sacrificio ofrecido a Dios. Todo el ser de la persona que ora se transforma en una ofrenda de sacrificio, como sugerirá más tarde san Pablo cuando invitará a los cristianos a ofrecer su cuerpo como víctima viva, santa, agradable a Dios: este es el sacrificio espiritual que le complace (cf. Rm 12,1).
Las manos elevadas en la oración son un puente de comunicación con Dios, como lo es el humo que sube como suave olor de la víctima durante el rito del sacrificio vespertino.
Guardarnos del mal
3. El salmo prosigue con un tono de súplica, transmitido a nosotros por un texto que en el original hebreo presenta numerosas dificultades y oscuridades para su interpretación (sobre todo en los versículos 4-7).
En cualquier caso, el sentido general se puede identificar y transformar en meditación y oración. Ante todo, el orante suplica al Señor que impida que sus labios (cf. v. 3) y los sentimientos de su corazón se vean atraídos y arrastrados por el mal y lo impulsen a realizar «acciones malas» (cf. v. 4). En efecto, las palabras y las obras son expresión de la opción moral de la persona. Es fácil que el mal ejerza una atracción tan grande que lleve incluso al fiel a gustar los «manjares deliciosos» que pueden ofrecer los pecadores, al sentarse a su mesa, es decir, participando en sus malas acciones.
El salmo adquiere casi el matiz de un examen de conciencia, al que sigue el compromiso de escoger siempre los caminos de Dios.
Rechazo de la impiedad
4. Con todo, al llegar a este punto, el orante siente un estremecimiento que lo impulsa a una apasionada declaración de rechazo de cualquier complicidad con el impío: no quiere en absoluto ser huésped del impío, ni permitir que el ungüento perfumado reservado a los comensales importantes (cf. Sal 22,5) atestigüe una connivencia con los que obran el mal (cf. Sal 140,5). Para expresar con más vehemencia su radical alejamiento del malvado, el salmista lo condena con indignación utilizando unas imágenes muy vivas de juicio vehemente.
Se trata de una de las imprecaciones típicas del Salterio (cf. Sal 57 y 108), que tienen como finalidad afirmar de modo plástico e incluso pintoresco la oposición al mal, la opción del bien y la certeza de que Dios interviene en la historia con su juicio de severa condena de la injusticia (cf. vv. 6-7).
Confianza y liberación del fiel
5. El salmo concluye con una última invocación confiada (cf. vv. 8-9): es un canto de fe, de gratitud y de alegría, con la certeza de que el fiel no se verá implicado en el odio que los malvados le reservan y no caerá en la trampa que le tienden, después de constatar su firme opción por el bien. Así, el justo podrá superar indemne cualquier engaño, como se dice en otro salmo: «Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió y escapamos» (Sal 123,7).
Concluyamos nuestra lectura del salmo 140 volviendo a la imagen inicial, la de la plegaria vespertina como sacrificio agradable a Dios. Un gran maestro espiritual que vivió entre los siglos IV y V, Juan Casiano, el cual, aunque procedía de Oriente, pasó en la Galia meridional la última parte de su vida, releía esas palabras en clave cristológica: «En efecto, en ellas se puede captar más espiritualmente una alusión al sacrificio vespertino, realizado por el Señor y Salvador durante su última cena y entregado a los Apóstoles, cuando dio inicio a los santos misterios de la Iglesia, o (se puede captar una alusión) a aquel mismo sacrificio que él, al día siguiente, ofreció por la tarde, en sí mismo, con la elevación de sus manos, sacrificio que se prolongará hasta el final de los siglos para la salvación del mundo entero» (Le istituzioni cenobitiche, Abadía de Praglia, Padua 1989, p. 92).
Comentario del Salmo 140
Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García
Introducción general
Este salmo 140, de difícil interpretación debido a la corrupción textual, tal vez sea la lamentación de un israelita que vive la dispersión de Samaria después del 721 antes de Cristo. Quien aquí ora pide a Dios que no le deje caer en la maldad de participar en ritos paganos (v. 4b), ni en los banquetes ofrecidos en honor de otros dioses (vv. 4d. 5d). Pide un centinela en sus labios para no abjurar de su yahwismo (v. 3) y que sea castigado si participa en banquetes paganos. La segunda parte de su petición está hecha de imprecaciones contra los jueces (o jefes) (vv. 6-10), y compara su desesperada situación con la de aquel cuyos huesos están al borde la tumba. No obstante, el salmista dirige su mirada a Yahweh, de quien espera la salvación (vv. 7-9). En definitiva, la turbación del orante parte de una fe tentada.
En el rezo comunitario, esta lamentación individual puede ser recitada por varios salmistas, siguiendo la división estrófica:
Salmista 1.º, Petición de ayuda: «Señor, te estoy llamando… como ofrenda de la tarde» (vv. 1-2).
Salmista 2.º, Los peligros de la tentación: «Coloca, Señor… rezando en sus desgracias» (vv. 3-5).
Salmista 3.º, La hora del juicio para los malvados: «Sus jefes… a la boca de la tumba» (vv. 6-7).
Salmista 4.º, El orante vuelve a Dios: «Señor, mis ojos… trampa a los malhechores» (vv. 8-9).
La asamblea responde a cada estrofa: «En ti me refugio, no me dejes indefenso».
«No nos dejes caer en la tentación»
En los salmos de tragedia personal o nacional se elevan un sinnúmero de «¿por qué?». Cuando el interrogante surge de las profundidades y se dirige a Dios, puede convertirse en oración o arropar la tentación. En ese momento Dios tienta. Es la hora del camino solitario. Se puede resolver en rebeldía, tentando a Dios, o en fidelidad, confiándose plenamente al Dios previsor y provisor. En todo caso, la atracción del mal es fuerte y la noche densa. Se requiere la oración para que Dios nos asista en ese momento, como asistió a Jesús por haber orado. No otra cosa le pedimos al decir que nos libre de la tentación y del maligno. No permitas, Señor, que nuestro corazón se incline a la maldad y nos apartemos de ti.
La fe no está de moda
El salmista sabe cuánto cuesta creer: renunciar a ser uno de tantos, poner cautela en su corazón y en sus labios, persecuciones, oración incesante… Ha rechazado la cómoda nivelación con los demás, aunque la fe no esté de moda. Tampoco estaba de moda la adhesión inquebrantable que profesó Jesús con relación a su Padre. ¿Por qué rechazar la exaltación regia? ¿Por qué rehuir la protección del fuerte y del rico? ¿Por qué no ofrecer un signo fehaciente que le evite problemas? ¿Por qué el enfrentamiento con las autoridades del pueblo? ¿Por qué no pide al Padre que le asista eficazmente cuando peligra su misión? Jesús acuna un único sentimiento: su firme fe y entrega al Padre, aunque no esté de moda. También ahora se aúnan, abierta y solapadamente, las fuerzas del mal, para que los creyentes renieguen de su fe. Sólo con la perseverancia salvaremos nuestras vidas. Pidamos una fe sólida aunque no esté de moda.
La intercesión de los santos
Aún no ha desaparecido Sodoma. El justo y los culpables habitan la misma ciudad. No es el momento de arrancar la cizaña, que también el trigo puede peligrar. Es más bien la hora de que el justo interceda por el malvado, a ver si se puede salvar nuestra ciudad. El justo, no obstante, ha de tomar la previsión de no acomodarse al mundo presente, sino «distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm 12,2). Así lo hace nuestro salmista: en un mundo adverso sigue orando por los pecadores. Así lo hizo el Justo, quien intercedió por los pecadores. Así actúan los santos que están ante el trono de Dios. Sodoma no será destruida en atención a los justos.
Resonancias en la vida religiosa
Fortaleza en la lucha: El mal nos envuelve como una fuerza anónima e incontrolable; llama a nuestras puertas de los modos más insospechados. Cada uno de nosotros, nuestra comunidad, siente la amenaza de algo que le incita a la infidelidad, al olvido de Dios, a la increencia.
Jesús mismo y su comunidad experimentaron la tentación y se sobrepusieron a ella con la oración, el ayuno, la coherencia de vida. Nosotros, siguiendo sus pasos, elevamos esta tarde una súplica hacia el Dominador del mundo para que nos dé fortaleza en la lucha; le pedimos que seamos capaces de dominar la lengua y el corazón; que nos comunique su Espíritu para contrarrestar el influjo poderoso y casi inesquivable del pecado, del mal que intenta contagiar, como cáncer, nuestra vocación y nuestra convivencia comunitaria.
Interpretemos al rezar este salmo aquella petición del Padrenuestro: «No nos dejes caer en la tentación».
Oraciones sálmicas
Oración I: En esta hora de la tarde suba nuestra oración hacia ti, Padre nuestro, como incienso en tu presencia: No permitas que nuestro corazón se incline a la maldad cuando nos aceche el Maligno, antes asístenos con tu ayuda protectora, ya que Tú eres refugio seguro para el indefenso. Guárdanos, Padre nuestro, en el momento de la tentación, como guardaste a Jesús, tu Hijo amado, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.
Oración II: Padre Santo, nuestros ojos están vueltos hacia ti porque esperamos tu misericordia. Coloca un centinela a las puertas de nuestro corazón, y podremos escapar de la trampa de los malhechores. Concédenos una fe sólida, una entrega inquebrantable y una confianza sin límites; así podremos contemplar cómo destruyes las fuerzas del Mal -igual que una piedra de molino rota por tierra- mientras nosotros escapamos libres para alabarte eternamente con Jesucristo nuestro Señor. Que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.
Oración III: Gracias te damos, Dios Padre nuestro, por tu Hijo Jesús, quien colocado en la cruz oró por sus perseguidores, y ahora continúa intercediendo por los pecadores. Escucha la voz de tu Iglesia, que quiere saber cuál es tu voluntad para cumplirla y clama a ti para que nuestra ciudad no sea destruida, sino renovada. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Comentario del Salmo 140
Por Maximiliano García Cordero
Oración del justo en peligro. El salmista pide sea aceptada su plegaria vespertina -quizá con ocasión del sacrificio de la tarde- para no desfallecer en el camino de la virtud. Desea que los rectos de corazón le reprendan para no ir tras de las sendas de la impiedad. Parece que alude el salmista a dos clases de peligros que le acechan: de índole corporal (miedo a perder la vida) y de índole moral (peligro de abandonar el camino de la virtud). Sobre todo le preocupan los peligros espirituales: pecados de pensamiento, palabras y acciones, que provienen de la mala inclinación del corazón y del ejemplo perverso. Por ello quiere evitar la compañía de los malvados y permanecer en estado de perpetua vigilancia con sus oraciones. Sobre todo quiere evitar los halagos de los malvados, que tratan de atraerle al mal camino.
Como en el salmo anterior, encontramos mezclados el acento deprecativo y el de las imprecaciones. El texto es muy incorrecto; por eso es uno de los más difíciles de traducir. El v. 5 es oscuro y muy diversamente traducido. Particularmente los vv. 6-7 son muy enigmáticos y parecen interrumpir el texto deprecativo. Por ello pueden considerarse como una inserción poco afortunada, tomada de un cántico épico en que se alude a hechos bélicos para nosotros desconocidos.
Plegaria contra las seducciones malignas. El salmista se siente acechado por dos graves peligros: el de sus malas inclinaciones y el de las solicitaciones malignas de los enemigos de la ley de Dios, que le ponen tropiezos para caer y no seguir el camino de la virtud. Por eso suplica que su oración sea agradable a Yahvé como el incienso del sacrificio vespertino, y su elevación de manos (signo deprecativo) le sea acepta como ofrenda de la tarde. Tiene miedo a prevaricar de palabra, y por eso suplica que guarde sus labios cuidadosamente como solícito centinela. No quiere adoptar el lenguaje de los impíos, que no saben valorar las exigencias de la ley divina. Por otra parte, desconfía de sus propias inclinaciones, que se dejan llevar por lo más fácil, por la pendiente del camino que conduce al mal. De ningún modo quiere tomar parte en las francachelas de los impíos, en las que «comen el pan de la maldad y beben el vino de la violencia» (Prov 4,17). La vida licenciosa de los impíos es algo que repugna a la sensibilidad religiosa de las almas selectas.
Prefiere ser fustigado por el justo, cuya palabra de corrección es para él agradable como óleo perfumado sobre su cabeza (v. 5). Lejos de molestarse por sus reprimendas, las agradecerá, y orará por ellos cuando se hallen envueltos en desgracias. Prefiere la voz acusadora de los justos a los halagos y atractivos de la vida placentera de los malvados, que le invitan a participar en sus banquetes y desmesuradas alegrías. Es lo que dice el sabio en Prov 27,6: «Leales son las heridas hechas por el amigo, pero los besos del enemigo son engañosos».
Los v. 6-7 son extremadamente enigmáticos, y parecen estar fuera de contexto. Quizá aluda el salmista a alguna catástrofe en la que perecieron afrentosamente los jueces o jefes de la nación, que toleraban la vida disoluta a pesar de haber oído las palabras consoladoras y amables del justo. El v. 7 parece aludir a la situación angustiosa del justo, cuyos huesos están quebrantados y dislocados como la semilla que se echa al arar la tierra, pues ha estado al borde del sepulcro -a las puertas del seol, la región tenebrosa de los muertos-, sintiendo las angustias de la muerte. O quizá otra explicación posible de la frase sea que el cuerpo dolorido del justo está maltratado como la tierra que despiadadamente se hiende con el rejón del arado.
Pero, en medio de las angustias mortales, la mente del salmista se eleva llena de esperanza hacia Yahvé, del que únicamente puede provenir el debido auxilio. Sus enemigos conspiran contra él con las artimañas del cazador, que pone lazos para coger la presa; pero gracias a la intervención divina serán burlados, cayendo en las mismas redes que tendieron a su paso.