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Salmo 138: Señor, tú me sondeas y me conoces

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SALMO 138

1 Señor, tú me sondeas y me conoces;
2 me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
3 distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.

4 No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
5 Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
6 Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.

7 ¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
8 Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;

9 si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
10 allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.

11 Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí»,
12 ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día.

13 Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
14 Te doy gracias,
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma,
15 no desconocías mis huesos.

Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
16 tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro;
calculados estaban mis días
antes que llegase el primero.

17 ¡Qué incomparables encuentro tus designios,
Dios mío, qué inmenso es su conjunto!
18 Si me pongo a contarlos, son más que arena;
si los doy por terminados, aún me quedas tú.

[19 Dios mío, ¡si matases al malvado,
si se apartasen de mí los asesinos
20 que hablan de ti pérfidamente,
y se rebelan en vano contra ti!

21 ¿No aborreceré a los que te aborrecen,
no me repugnarán los que se te rebelan?
22 Los odio con odio implacable,
los tengo por enemigos.]

23 Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
24 mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno.

Catequesis de Benedicto XVI

14 de diciembre de 2005

Trascendencia y cercanía de Dios

1. En dos etapas distintas, la Liturgia de las Vísperas -cuyos salmos y cánticos estamos meditando- nos propone la lectura de un himno sapiencial de gran belleza y fuerte impacto emotivo: el salmo 138. Hoy reflexionaremos sobre la primera parte de la composición (cf. vv. 1-12), es decir, sobre las primeras dos estrofas, que exaltan respectivamente la omnisciencia de Dios (cf. vv. 1-6) y su omnipresencia en el espacio y en el tiempo (cf. vv. 7-12).

El vigor de las imágenes y de las expresiones tiene como finalidad la celebración del Creador: «Si es notable la grandeza de las obras creadas -afirma Teodoreto de Ciro, escritor cristiano del siglo V-, ¡cuánto más grande debe de ser su Creador!» (Discursos sobre la Providencia, 4: Collana di Testi patristici, LXXV, Roma 1988, p. 115). Con su meditación el salmista desea sobre todo penetrar en el misterio del Dios trascendente, pero cercano a nosotros.

La presencia de Dios

2. El mensaje fundamental que nos transmite es muy claro: Dios lo sabe todo y está presente al lado de sus criaturas, que no pueden sustraerse a él. Pero su presencia no es agobiante, como la de un inspector; ciertamente, su mirada sobre el mal es severa, pues no puede quedar indiferente ante él.

Con todo, el elemento fundamental es una presencia salvífica, capaz de abarcar todo el ser y toda la historia. Es prácticamente el escenario espiritual al que alude san Pablo, hablando en el Areópago de Atenas, con la cita de un poeta griego: «En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28).

Dios nos conoce y acompaña

3. El primer pasaje (cf. Sal 138,1-6), como decíamos, es la celebración de la omnisciencia divina. En efecto, se repiten los verbos de conocimiento, como «sondear», «conocer», «saber», «penetrar», «comprender», «distinguir». Como es sabido, el conocimiento bíblico supera el puro y simple aprender y comprender intelectivo; es una especie de comunión entre el que conoce y lo conocido: por consiguiente, el Señor tiene intimidad con nosotros, mientras pensamos y actuamos.

El segundo pasaje de nuestro salmo (cf. vv. 7-12), en cambio, está dedicado a la omnipresencia divina. En él se describe de modo muy vivo la ilusoria voluntad del hombre de sustraerse a esa presencia. Ocupa todo el espacio: está ante todo el eje vertical «cielo-abismo» (cf. v. 8); luego viene la dimensión horizontal, que va desde la aurora, es decir, desde el oriente, y llega hasta «el confín del mar» Mediterráneo, o sea, hasta occidente (cf. v. 9). Todos los ámbitos del espacio, incluso los más secretos, contienen una presencia activa de Dios.

El salmista, a continuación, introduce también la otra realidad en la que estamos inmersos: el tiempo, representado simbólicamente por la noche y la luz, las tinieblas y el día (cf. vv. 11-12). Incluso la oscuridad, en la que nos resulta difícil caminar y ver, está penetrada por la mirada y la epifanía del Señor del ser y del tiempo. Su mano siempre está dispuesta a aferrar la nuestra para guiarnos en nuestro itinerario terreno (cf. v. 10). Por consiguiente, es una cercanía no de juicio, que infundiría temor, sino de apoyo y liberación.

Así, podemos comprender cuál es el contenido último, el contenido esencial de este salmo: es un canto de confianza. Dios está siempre con nosotros. No nos abandona ni siquiera en las noches más oscuras de nuestra vida. Está presente incluso en los momentos más difíciles. El Señor no nos abandona ni siquiera en la última noche, en la última soledad, en la que nadie puede acompañarnos, en la noche de la muerte. Nos acompaña incluso en esta última soledad de la noche de la muerte. Por eso, los cristianos podemos tener confianza: nunca estamos solos. La bondad de Dios está siempre con nosotros.

Comentario de Teodoreto de Ciro

4. Comenzamos con una cita del escritor cristiano Teodoreto de Ciro. Concluyamos con una reflexión del mismo autor, en su IV Discurso sobre la Providencia divina, porque en definitiva este es el tema del Salmo. Comentando el versículo 6, en el que el orante exclama: «Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo abarco», Teodoreto explica el pasaje dirigiéndose a la interioridad de su conciencia y de su experiencia personal y afirma: «Volviéndome hacia mí mismo, entrando hasta lo más íntimo de mí mismo y alejándome de los ruidos exteriores, quise sumergirme en la contemplación de mi naturaleza… Reflexionando sobre estas cosas y pensando en la armonía entre la naturaleza mortal y la inmortal, quedé asombrado ante tan gran prodigio y, dado que no logré comprender este misterio, reconozco mi derrota; más aún, mientras proclamo la victoria de la sabiduría del Creador y le canto himnos de alabanza, grito: «Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo abarco»» (Collana di Testi patristici, LXXV, Roma 1988, pp. 116-117).

 

28 de diciembre de 2005

La mirada benévola de Dios

1. En esta audiencia general del miércoles de la octava de Navidad, fiesta litúrgica de los Santos Inocentes, reanudamos nuestra meditación sobre el salmo 138, cuya lectura orante nos propone la Liturgia de las Vísperas en dos etapas distintas. Después de contemplar en la primera parte (cf. vv. 1-12) al Dios omnisciente y omnipotente, Señor del ser y de la historia, ahora este himno sapiencial de intensa belleza y pasión se fija en la realidad más alta y admirable de todo el universo, el hombre, definido como el «prodigio» de Dios (cf. v. 14). En realidad, se trata de un tema en profunda sintonía con el clima navideño que estamos viviendo en estos días, en los que celebramos el gran misterio del Hijo de Dios hecho hombre, más aún, hecho Niño por nuestra salvación.

Después de considerar la mirada y la presencia del Creador que se extienden por todo el horizonte cósmico, en la segunda parte del salmo que meditamos hoy, la mirada amorosa de Dios se fija en el ser humano, considerado en su inicio pleno y completo. Aún es un ser «informe» en el seno materno: algunos estudiosos de la Biblia interpretan la palabra hebrea que usa el salmo como equivalente a «embrión», descrito mediante esa palabra como una pequeña realidad oval, enrollada, pero sobre la cual ya se posa la mirada benévola y amorosa de los ojos de Dios (cf. v. 16).

Dios nuestro Creador

2. El salmista, para definir la acción divina dentro del seno materno, recurre a las clásicas imágenes bíblicas, mientras que la cavidad generadora de la madre se compara a «lo profundo de la tierra», es decir, a la constante vitalidad de la gran madre tierra (cf. v. 15).

Ante todo, se utiliza el símbolo del alfarero y del escultor, que «forma», que plasma su creación artística, su obra maestra, precisamente como se decía en el libro del Génesis con respecto a la creación del hombre: «El Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo» (Gn 2,7). Luego viene el símbolo del «tejido», que evoca la delicadeza de la piel, de la carne, de los nervios «entretejidos» sobre el esqueleto.

También Job evocaba con fuerza estas y otras imágenes para exaltar la obra maestra que es la persona humana, a pesar de estar golpeada y herida por el sufrimiento: «Tus manos me formaron, me plasmaron (…). Recuerda que me hiciste como se amasa el barro (…). ¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso? De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios» (Jb 10,8-11).

Dios plasma nuestra vida espiritual

3. Sumamente fuerte es, en nuestro salmo, la idea de que Dios ya ve todo el futuro de ese embrión aún «informe»: en el libro de la vida del Señor ya están escritos los días que esa criatura vivirá y colmará de obras durante su existencia terrena. Así vuelve a manifestarse la grandeza trascendente del conocimiento divino, que no sólo abarca el pasado y el presente de la humanidad, sino también el arco todavía oculto del futuro. También se manifiesta la grandeza de esta pequeña criatura humana, que aún no ha nacido, formada por las manos de Dios y envuelta en su amor: un elogio bíblico del ser humano desde el primer momento de su existencia.

Ahora releamos la reflexión que san Gregorio Magno, en sus Homilías sobre Ezequiel, hizo sobre la frase del salmo que hemos comentado: «Siendo todavía informe me han visto tus ojos y todo estaba escrito en tu libro» (v. 16). Sobre esas palabras el Pontífice y Padre de la Iglesia construyó una original y delicada meditación acerca de los que en la comunidad cristiana son más débiles en su camino espiritual.

Y dice que también los débiles en la fe y en la vida cristiana forman parte de la arquitectura de la Iglesia, «son incluidos en ella (…) en virtud de su buen deseo. Es verdad que son imperfectos y pequeños, pero, en la medida en que logran comprender, aman a Dios y al prójimo, y no dejan de realizar el bien que pueden. A pesar de que aún no llegan a los dones espirituales hasta el punto de abrir el alma a la acción perfecta y a la ardiente contemplación, no se apartan del amor a Dios y al prójimo, en la medida en que son capaces de comprenderlo. Por eso, sucede que también ellos, aunque estén situados en un lugar menos importante, contribuyen a la edificación de la Iglesia, pues, si bien son inferiores por doctrina, profecía, gracia de milagros y completo desprecio del mundo, se apoyan en el fundamento del temor y del amor, en el que encuentran su solidez» (2, 3, 12-13: Opere di Gregorio Magno III/2, Roma 1993, pp. 79-81).

El mensaje de san Gregorio es un gran consuelo para todos nosotros que a menudo avanzamos con dificultad por el camino de la vida espiritual y eclesial. El Señor nos conoce y nos envuelve con su amor.

 

Comentario del Salmo 138

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

Este salmo no es una meditación sobre la «esencia divina», hecha por un hombre ocioso. Los versículos omitidos en la salmodia (vv. 19-22) nos proporcionan el clima en que se forma el salmo. Es la plegaria de un acusado que ha conocido o va a conocer la prueba del juicio de Dios. El salmista ha pasado la noche en el templo, una noche iluminada por la presencia de Dios; ha sufrido victoriosamente el juicio de Dios y pide que caiga sobre sus enemigos el castigo que le esperaba.

La peculiaridad del salmo es la tranquila certeza que domina al orante: Dios conoce todo, está por doquier, ha modelado a sus criaturas, nada hay que temer.

La primera parte de nuestro oficio vespertino se ocupa de dos motivos: el saber divino abarca la existencia humana (vv. 1-6); ese saber se hace presencia total (vv. 7-12).

La segunda parte (vv. 13-18 y 23-24) expone la «omnipotencia creadora de Dios» como presencia familiar a la criatura: antes de que el «yo» se formara en el seno materno, en el origen primigenio de las entrañas de la tierra, estaba Dios. Nada escapa al dominio de Dios. La suya es una presencia que trasciende todo pensamiento y todo cálculo. Los sentimientos de pequeñez y de admiración son los adecuados ante una presencia tan sublime. A ellos se añade una súplica final para que el hombre, tan maravillosamente formado, vaya por los caminos que conducen a Dios. Dios mismo le guiará por el camino eterno.

La primera parte del salmo en la celebración comunitaria.- Aunque este salmo tenga rasgos hímnicos, no deja de ser una fervorosa oración de corte sapiencial: la intimidad espiritual y cordial del orante, la intimidad del creyente se dibuja recurriendo al Dios presente y omnipotente. Lo mejor es que cada estrofa sea recitada por un salmista. La asamblea recibe la salmodia en silencio o repitiendo un verso del salmo, del modo siguiente:

Salmista 1.º, Dios omnisciente: «Señor, tú me sondeas… es sublime y no lo abarco» (vv. 1-6).

Asamblea, Estribillo: «Señor, tú me sondeas y me conoces».

Salmista 2.º, Dios omnipresente: «¿A dónde iré… la noche es clara como el día» (vv. 7-12).

Asamblea, Estribillo: «Señor, tú me sondeas y me conoces».

A la segunda parte del salmo le aplicamos el mismo modo de rezo que a la primera. Variamos tan sólo el versículo que repite la asamblea. Para ella proponemos la primera parte del v. 14, porque hay una conexión interna entre el conocimiento de Dios y la elección, que, a su vez, connota un envío.

Asamblea, Estribillo: «Te doy gracias porque me has escogido portentosamente».

Salmista 3.º, Dios omnipotente: «Tú has creado… aún me quedas tú» (vv. 13-18).

Asamblea, Estribillo: «Te doy gracias porque me has escogido portentosamente».

Salmista 4.º, Súplica final: «Señor, sondéame… guíame por el camino eterno» (vv 23-24).

Asamblea, Estribillo: «Te doy gracias porque me has escogido portentosamente».

En las manos del buen Dios

El salmista, injustamente acusado y perseguido, sabe que Dios no es miope, que es un Dios de cerca y de lejos, que llena los cielos y la tierra. ¡Qué quietud le da su convicción! Acusado injustamente fue Jesús. Se le tiene por blasfemo, ya que dice perdonar los pecados. Se dice de él que es impío, por curar a un hombre en sábado. Hasta el diablo le hace caso, ¿no será él mismo un poseso? Se ha declarado Hijo de Dios, nada más idóneo para ser acusado de idólatra blasfemo. Si a ello añadimos las acusaciones de comilón, bebedor, amigo de publicanos y pecadores, tenemos un cuadro completo. Cuando todo esto se concentra en el cáliz que se le ofrece, Jesús encuentra la quietud haciendo suyo el «Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). La lógica cristiana impone que los creyentes sean insultados, que se diga toda clase de mal contra ellos. Estos sufrimientos no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros.

«Nadie conoce al Hijo, sino el Padre»

Una serie de polaridades definen la existencia humana: sentarse y levantarse, camino y descanso, pensamiento y palabra, tiempo y espacio. Ni aun así el hombre es definible. Hay Alguien, previo a todo lo anterior, que configura a la persona humana. Todo lo abarca la sabiduría única y total de Dios. Lo cual vale eminentemente para Cristo: «Nadie le conoce, sino el Padre y aquel a quien el Padre se lo quiera revelar» (Mt 11,27). Él es quien penetra lo más secreto de nuestro interior. No es el suyo un conocimiento aterrador, sino amoroso, puesto que hemos experimentado el amor de Dios y nos hemos adherido al Mesías enviado (Jn 17,3). Nuestra relación con Jesús es de un conocimiento amoroso. Jesús nos llama por nuestro nombre. Una paz indecible embarga al creyente, a quien Dios conoce. Llegará a ser dicha perfecta cuando le conozcamos -amemos- como Él nos conoce.

No hay barreras para Dios

Peculiaridad de los malvados es que hablan pérfidamente de Dios, se rebelan contra Él (v. 20). «Nadie nos ve», pueden pensar. Algo parecido puede pensar el creyente, cuyo símbolo sería Jonás. Si huye, si se hunde en las profundidades de la bodega y del sueño, si se adentra en el abismo de la muerte, Dios no le verá (cf. Jon 1). Pero el cielo y el abismo, la aurora y el ocaso, la luz y la tiniebla no son barreras para Dios: la Luz lo penetra todo. Cuando esa Luz vino a los suyos, los suyos no la recibieron (Jn 1,9-11). Es verdad. Amaron más las tinieblas que la Luz. Ya están condenados por ello. Si la luz de Cristo ilumina nuestras vidas, no pondremos barreras a Dios. En contrapartida, se nos dará la confiada seguridad que anima al salmista. Más aún, ya que seremos admitidos a contemplar la faz de Dios, iluminados plena y definitivamente por su Luz.

Alfarero del hombre

La ductilidad del barro y su caducidad, junto con la caricia que el alfarero le imprime, son otras tantas experiencias que sirven para definir al hombre, barro modelado por Dios. Del seno de la «madre tierra», al seno materno. Aquí actúa Dios con el cariño de un alfarero. Cuando Dios derrama su amor sobre el seno materno, el fruto de este seno le pertenece porque se le colma del Espíritu de amor como a Juan Bautista, como a Jesús, la obra más bella del Alfarero. El misionero Pablo, separado desde el seno para revelarle al Hijo y poder anunciarlo así a los gentiles, es un precioso vaso elegido. Los demás, todos los cristianos, han sido previamente amados porque han de reproducir la imagen del Hijo. ¡Hermosas ánforas moldea el Alfarero, que no desdigan del Primogénito entre muchos hermanos!

El libro de la vida

El «libro de ciudadanía» (cf. Sal 86,6: «El Señor escribirá en el registro de los pueblos: «Éste ha nacido allí»») registra el nombre de los habitantes de Sión; de él se tacha el nombre de los falsos profetas; todo el apuntado en el libro escrito en Jerusalén sobrevive (Is 4,3). Por eso, el libro de ciudadanía es «el libro de la vida» (Sal 68,29). Las personas aquí anotadas sobreviven en la tierra y en los cielos. Esto último es ahora una realidad: el Cordero degollado es digno de tomar el libro y abrir sus sellos. En él figuran hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación (Ap 5,9-10). Sus nombres han sido escritos en el libro de la vida del Cordero degollado. Se escribieron los nombres antes de que despuntaran nuestros días sobre la tierra. Si este libro contiene cuentas, no son las de nuestro «haber» y «deber», sino las lágrimas de nuestra vida errante (Sal 55,9). Ahora son enjugadas las lágrimas de todos los rostros. Puede alegrarse el discípulo porque su nombre está escrito en los cielos.

Camino, verdad y vida

El salmista ha recurrido a la omnisciencia, omnipresencia y omnipotencia divina, porque está en juego su vida. Ante él se abre la posibilidad de seguir el camino de los malvados, o la ardua vía del Señor. El primero es un camino inverso al del éxodo, termina en la destrucción. Por él marcharon Caín, los seguidores de Balaán y quienes secundaron la rebelión de Coré, entre otros. El segundo lo recorrió Elías, cuando quedó solo y buscaban su vida. La meta está en las cimas del monte de Dios. Sobre este monte, solitario y cargado con la cruz del amor, Jesús manifiesta la verdad sobre Dios: sus inconmensurables entrañas paternales. Si se busca el abrigo de este misterioso hogar paterno, se impone el camino de la cruz. Nuestros pasos se ajustan a las huellas de Jesús. El camino, por ello, termina en el verdadero Santuario, en la Vida. Aquí nuestras vidas encuentran el sosiego. Jesús nos ha descubierto la verdad de Dios para introducirnos en la Vida. Que Dios nos guíe por el camino eterno.

Resonancias en la vida religiosa

I.- Actualidad de Jonás: La palabra convocadora de Dios es fuego pegado en nuestras entrañas. Muchos religiosos quisiéramos a veces desprendernos de ella y emprender un camino autónomo, marcado por nuestros peculiares intereses. Pero ¿a dónde ir? ¿Dónde escapar de su mirada? Como Jonás podríamos marcharnos por un camino opuesto al camino de Dios; pero esta iniciativa de protesta no borraría la palabra impresa en el corazón, ni la omnipresencia de Dios: «Si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha».

Jonás está presente en la actitud de aquellas comunidades religiosas que no viven en la presencia de Dios que envía, y quieren olvidar con su huida la intransferible llamada. Es preciso entonces que volvamos a la fidelidad primera, a recordar vivencialmente el «amor primero», para escuchar de nuevo la palabra y emprender el camino del seguimiento ante la permanente presencia de Aquel que es nuestra atmósfera vital.

II.- Elegidos portentosamente: Nuestra comunidad no existe al azar; somos el resultado de una portentosa elección divina. Pero no porque seamos sabios, fuertes, dotados, nos ha elegido el Señor; no porque estuviera inscrita en nuestro ser la respuesta de la infalible fidelidad a su llamada, sino simplemente por puro amor nos ha escogido y congregado Dios Padre, por una desconcertante acción gratuita.

Aun conociendo íntimamente el fondo de nuestra alma, el Padre fijó su mirada en cada uno de nosotros, cuando nos estábamos formando en el seno materno. En su presencia comenzó a desplegarse nuestro ser y Él tuvo a bien inscribirnos en el Libro de la Vida, allí donde están registrados los secretos de su amor vivificante hacia los hombres.

A esta elección debe corresponder nuestra vida. Y por esto suplicamos a Dios que no permita que nuestro camino se desvíe; que mantengamos una fidelidad perpetua a la elección tan desconcertante e inmerecida.

Oraciones sálmicas

Oración I: Juez de vivos y muertos, Tú conoces nuestros pensamientos, todas nuestras sendas te son familiares; Tú sabes nuestro pecado, pero también los buenos deseos de nuestro corazón; nos ponemos en tus manos para que lleves lo bueno a plenitud y destruyas con tu fuego nuestro mal. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Oración II: Nadie conoce, Padre, tu Misterio sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo; atráenos hacia ti para que Jesús nos llame por nuestro nombre y nos haga participar de tu inefable comunidad de amor. Él, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

Oración III: Dios inmenso y omnipresente, nadie puede escapar de tu mirada, ni ir lejos de tu aliento; haz que no huyamos de ti como Jonás, sino que como Jesús tu Hijo nos pongamos en tus manos para cumplir tu voluntad de salvación sobre nosotros. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración IV: Te damos gracias, Señor, Alfarero del hombre, porque Tú nos has formado en lo oculto y nos has escogido portentosamente según el modelo de tu Hijo Jesucristo; concédenos la gracia de pertenecerte siempre a ti, nuestro Señor, e imitar la vida de tu Hijo. Él, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

Oración V: Padre nuestro, que anotas en tu libro todas las lágrimas de nuestra vida errante para hacernos sobrevivir al poder de la muerte; insértanos en tu Hijo, Jesucristo el Viviente, para que superemos las pruebas con la esperanza de la gloria, ahora y por siempre. Amén.

Oración VI: No permitas, Padre omnipotente, que se desvíe nuestro camino; guíanos por el camino eterno de Jesús, para que lleguemos un día a encontrarte en tu Santuario y hallemos en Ti nuestro descanso. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

Comentario del Salmo 138

Por Maximiliano García Cordero

Este salmo tiene el aire de una meditación teológica sobre los atributos de la sabiduría y omnipresencia de Yahvé, sobre los misterios de los designios divinos y sobre el problema del mal. Dios conoce a fondo las interioridades del hombre: sus designios, sus intenciones, sus pensamientos más secretos, porque le envuelve y penetra en todo su ser. Pero, al mismo tiempo, tiene especialísima solicitud de él. El salmista, ante este panorama, no comprende la actitud y conducta de los pecadores que hacen caso omiso de su Dios. Identificado con el sentir divino, llega a odiar a los enemigos de su Señor.

Muchas ideas de este salmo 138 son muy similares a las expuestas en el libro de Job, y aun el lenguaje se asemeja a este libro didáctico, en el que se plantea el problema de la permisión del mal en los planes divinos (cf. Job 10,9). El salmo es una meditación sobre la Providencia divina en estilo poético: «Los atributos divinos no son considerados en sí mismos, ni en su relación a la esencia divina, ni aun en sus relaciones con la humanidad en general, sino, como es natural en la plegaria meditada, en sus relaciones con la persona individual» (Faulhaber). «El desarrollo de los pensamientos se hace, no de una manera abstracta, sino por imágenes muy realistas, algunas veces demasiado brillantes. No se le lee, se le ve» (J. Calès). Es uno de los salmos más bellos del Salterio.

Podemos distinguir cuatro estrofas: a) Yahvé conoce los secretos del hombre (vv. 1-6); b) está presente en todas partes, y, por tanto, es inútil querer escapar a sus dominios (vv. 7-12); c) este conocimiento íntimo del hombre se basa en el hecho de que lo ha formado (vv. 13-18); d) ¿por qué Yahvé tolera al pecador? (vv. 19-24).

La omnisciencia divina (vv. 1-6). El conocimiento divino sobre el hombre se extiende a todas sus más íntimas manifestaciones. Nada se escapa a su admirable percepción: cuando se sienta, cuando se levanta, cuando camina, cuando descansa, se halla siempre bajo la mirada escrutadora de Yahvé. Sus mismas palabras están ya medidas antes de que tomen expresión articulada. La razón de esta ciencia radica en el hecho de que Dios todo lo penetra con su Ser misterioso (v. 5). El salmista, sin acudir a las formulaciones escolásticas -Dios está en todas partes «por esencia, presencia y potencia»-, sabe que lo llena todo, y particularmente envuelve y estrecha al hombre en todo su ser corporal y racional. Esto es un misterio que excede a la humana inteligencia, y el salmista, como el Apóstol de las gentes, declara que es incomprensible (Rm 11,33).

La omnipresencia divina (vv. 7-12). Aunque el hombre tratara de salirse de la órbita de Dios, no encontraría lugar alguno en que no le envolvería su presencia. El espíritu o aliento de Yahvé -su energía y fuerza vivificante- lo domina todo, y su faz o mirada -manifestación de la presencia divina a los hombres- tiene una visión panorámica sobre todo lo creado. Es inútil, pues, huir de su presencia escrutadora. Yahvé está en la cima de los cielos, pero hasta el seol (abismo), o región de los muertos, se extiende su mirada inquisidora. Y en la tierra domina todos los puntos cardinales. Inútil, pues, trasladarse al otro extremo del mar -el occidente mediterráneo-, pues también allí campea la presencia divina.

Ni siquiera las tinieblas pueden encubrirle, pues a la mirada divina son lúcidas y transparentes como el día, y, por otra parte, Yahvé, como Creador, que ha modelado al hombre en el seno materno, conoce sus interioridades y reconditeces. Todo esto es misterioso, pero no por ello menos admirable; y el salmista proclama con énfasis la omnisciencia divina.

El hombre, modelado por Dios (vv. 13-18). La razón de que Yahvé conozca los secretos más íntimos del hombre está en que lo ha modelado misteriosamente en el seno materno, tejiéndolo cuidadosamente en todos sus detalles. Yahvé ha combinado maravillosamente, como en un bordado, sus diferentes partes, contando sus huesos, y todo en secreto -en el seno materno-, como si fuera en las mismas profundidades de la tierra.

Pero, además, de antemano preveía todos los actos y obras del hombre, que están consignadas por escrito en un misterioso libro en el que Dios lleva la contabilidad de sus acciones. Los días estaban ya fijados cuando aún no había comenzado el primero de ellos. Todo esto es inexplicable para el hombre, pues los pensamientos o designios divinos son inescrutables y es inútil intentar enumerarlos, pues cuando se cree que ha llegado al fin, no ha comenzado aún, porque se encuentra con la inmensidad del misterio de Dios: aún sería contigo o me quedas tú.

¿Por qué Dios tolera al pecador? (vv. 19-24). Pero hay otra cosa más inexplicable para la sensibilidad religiosa del salmista: si Yahvé es tan poderoso y lo sabe todo, ¿por qué es tan tolerante con los que infringen su ley? El problema de la existencia del mal le deja perplejo como al autor del libro de Job (cf. 21,7s). En sus ansias de entrega a Dios, desearía que desaparecieran todos los que viven fuera de su ley. Para el salmista, el mal no es una idea abstracta, sino una realidad viviente en los pecadores que oprimen a los justos y derraman sangre inocente. Atacar a los justos es hacer frente a la voluntad divina; por eso siente odio contra los que se rebelan contra ella. Las expresiones de indignación son fuertes en consonancia con la mentalidad del A. T., y reflejan su identificación con lo que cree son los intereses de Yahvé. No considera que, si Dios permite a los pecadores, es por su misericordia y para aquilatar la virtud de los justos.

Deseando no apartarse de las sendas rectas, pide a su Dios que le examine a fondo para que le muestre sus fallos, de forma que no se aparte de ellas, pues conducen a Él, y en ese sentido son sendas de eternidad, camino eterno. El cumplimiento de los preceptos divinos lleva a la vida y a la paz, mientras que los caminos del vicio conducen a la ruina y a la muerte.

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