Salmo 71: Dios mío, confía tu juicio al rey

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SALMO 71

1 Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
2 para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

3 Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
4 que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.

5 Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
6 que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.

7 Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
8 que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.

9 Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
10 que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
11que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

12 Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
13 él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
14 él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.

15 Que viva y que le traigan el oro de Saba;
que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día.

16 Que haya trigo abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.

17 Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

18 Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
19 bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!

Catequesis de Juan Pablo II

1 de diciembre de 2004

El soberano justo, figura mesiánica

1. La Liturgia de las Vísperas, cuyos salmos y cánticos estamos comentando progresivamente, propone en dos etapas uno de los salmos más apreciados en la tradición judía y cristiana, el salmo 71, un canto real que los Padres de la Iglesia meditaron e interpretaron en clave mesiánica.

Acabamos de escuchar el primer gran movimiento de esta solemne plegaria (cf. vv. 1-11).

Comienza con una intensa invocación coral a Dios para que conceda al soberano el don fundamental para el buen gobierno: la justicia. Ésta se aplica sobre todo con respecto a los pobres, los cuales, por el contrario, de ordinario suelen ser las víctimas del poder.

Conviene notar la particular insistencia con que el salmista pone de relieve el compromiso moral de regir al pueblo de acuerdo con la justicia y el derecho: «Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. (…) Que él defienda a los humildes del pueblo» (vv. 1-2.4).

Del mismo modo que el Señor rige el mundo con justicia (cf. Sal 35,7), así también debe actuar el rey, que es su representante visible en la tierra -según la antigua concepción bíblica- siguiendo el modelo de su Dios.

Dios como protector de los débiles

2. Si se violan los derechos de los pobres, no sólo se realiza un acto políticamente incorrecto y moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, porque el Señor es el tutor y el defensor de los pobres y de los oprimidos, de las viudas y de los huérfanos (cf. Sal 67,6), es decir, de los que no tienen protectores humanos.

Es fácil intuir la razón por la cual la tradición, ya desde la caída de la monarquía de Judá (siglo VI antes de Cristo), sustituyó la figura, con frecuencia decepcionante, del rey davídico con la fisonomía luminosa y gloriosa del Mesías, en la línea de la esperanza profética manifestada por Isaías: «Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra» (Is 11,4). O, según el anuncio de Jeremías: «Mirad que vienen días -oráculo de Yahvé- en que suscitaré a David un germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra» (Jr 23,5).

Fecundidad y paz del Reino

3. Después de esta viva y apasionada imploración del don de la justicia, el Salmo ensancha el horizonte y contempla el reino mesiánico-real, que se despliega a lo largo de las coordenadas del tiempo y del espacio. En efecto, por un lado, se exalta su larga duración en la historia (cf. Sal 71,5.7). Las imágenes de tipo cósmico son muy vivas: el paso de los días al ritmo del sol y de la luna, pero también el de las estaciones, con la lluvia y la floración.

Por consiguiente, se habla de un reino fecundo y sereno, pero siempre marcado por dos valores fundamentales: la justicia y la paz (cf. v. 7). Estos son los signos del ingreso del Mesías en nuestra historia. Desde esta perspectiva, es iluminador el comentario de los Padres de la Iglesia, que ven en ese rey-Mesías el rostro de Cristo, rey eterno y universal.

Justicia y paz mediante la fe

4. Así, san Cirilo de Alejandría, en su Explanatio in Psalmos, afirma que el juicio que Dios da al rey es el mismo del que habla san Pablo: «Hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza» (Ef 1,10). En efecto, «en sus días florecerá la justicia y la paz» equivale a decir: «en los días de Cristo, por medio de la fe, florecerá para nosotros la justicia, y al volvernos hacia Dios florecerá para nosotros la paz en abundancia». Por lo demás, precisamente nosotros somos los «pobres» y los «hijos de los pobres» a los que este rey socorre y salva. Y si ante todo «llama «pobres» a los santos apóstoles, porque eran pobres de espíritu, también a nosotros nos ha salvado en cuanto «hijos de los pobres», justificándonos y santificándonos en la fe por medio del Espíritu» (PG LXIX, 1180).

Dimensión universal de la paz

5. Por otro lado, el salmista define también el ámbito espacial dentro del cual se sitúa la realeza de justicia y de paz del rey-Mesías (cf. Sal 71,8-11). Aquí entra en escena una dimensión universalista que va desde el Mar Rojo o desde el Mar Muerto hasta el Mediterráneo, desde el Éufrates, el gran «río» oriental, hasta los últimos confines de la tierra (cf. v. 8), a los que se alude citando a Tarsis y las islas, los territorios occidentales más remotos según la antigua geografía bíblica (cf. v. 10). Es una mirada que se extiende sobre todo el mapa del mundo entonces conocido, que abarca a los árabes y a los nómadas, a los soberanos de Estados remotos e incluso a los enemigos, en un abrazo universal a menudo cantado por los salmos (cf. Sal 46,10; 86,1-7) y por los profetas (cf. Is 2,1-5; 60,1-22; Ml 1,11).

La culminación ideal de esta visión podría formularse precisamente con las palabras de un profeta, Zacarías, palabras que los Evangelios aplicarán a Cristo: «Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey, que viene a ti justo (…). Destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén; romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones. Dominará de mar a mar, desde el Éufrates hasta los confines de la tierra» (Zc 9,9-10; cf. Mt 21,5).

 

15 de diciembre de 2004

La composición del salmo 71

1. La Liturgia de las Vísperas, que estamos comentando en la serie de sus salmos, nos propone en dos etapas distintas el salmo 71, un himno real-mesiánico. Después de meditar en la primera parte (cf. vv. 1-11), ahora reflexionaremos sobre el segundo movimiento poético y espiritual de este canto dedicado a la figura gloriosa del rey Mesías (cf. vv. 12-19). Sin embargo, debemos señalar inmediatamente que el final -los dos últimos versículos (cf. vv. 18-19)- es en realidad una añadidura litúrgica sucesiva al salmo.

En efecto, se trata de una breve pero intensa bendición con la que se debía concluir el segundo de los cinco libros en los que la tradición judía había subdividido la colección de los 150 salmos: este segundo libro había comenzado con el salmo 41, el de la cierva sedienta, símbolo luminoso de la sed espiritual de Dios. Ahora, esa secuencia de salmos se concluye con un canto de esperanza en una época de paz y justicia, y las palabras de la bendición final son una exaltación de la presencia eficaz del Señor tanto en la historia de la humanidad, donde «hace maravillas» (Sal 71,18), como en el universo creado, lleno de su gloria (cf. v. 19).

El mesías, rey justo

2. Como ya sucede en la primera parte del salmo, el elemento decisivo para reconocer la figura del rey mesiánico es sobre todo la justicia y su amor a los pobres (cf. vv. 12-14). Sólo él es para los pobres punto de referencia y fuente de esperanza, pues es el representante visible de su único defensor y patrono, Dios. La historia del Antiguo Testamento enseña que, en realidad, los soberanos de Israel con demasiada frecuencia incumplían este compromiso, prevaricando en perjuicio de los débiles, los desvalidos y los pobres. Por eso, ahora la mirada del salmista se fija en un rey justo, perfecto, encarnado por el Mesías, el único soberano dispuesto a rescatar «de la opresión, de la violencia» a los afligidos (cf. v. 14). El verbo hebreo que se usa aquí es el verbo jurídico del protector de los desvalidos y de las víctimas, aplicado también a Israel «rescatado» de la esclavitud cuando se encontraba oprimido por el poder del faraón.

El Señor es el principal «rescatador-redentor», y actúa de forma visible a través del rey-Mesías, defendiendo «la vida y la sangre» de los pobres, sus protegidos. Ahora bien, «vida» y «sangre» son la realidad fundamental de la persona; así se representan los derechos y la dignidad de todo ser humano, derechos a menudo violados por los poderosos y los prepotentes de este mundo.

Signo de la bendición divina

3. El salmo 71, en su redacción originaria, antes de la antífona final a la que ya hemos aludido, concluye con una aclamación en honor del rey-Mesías (cf. vv. 15-17). Es como un sonido de trompeta que acompaña a un coro de felicitaciones y buenos deseos para el soberano, para su vida, para su bienestar, para su bendición, para la permanencia de su recuerdo a lo largo de los siglos.

Naturalmente, nos encontramos ante elementos que pertenecen al estilo de los comportamientos de corte, con el énfasis propio de los mismos. Pero estas palabras adquieren ya su verdad en la acción del rey perfecto, esperado y anhelado, el Mesías.

Según una característica propia de los poemas mesiánicos, toda la naturaleza está implicada en una transformación que es ante todo social: el trigo de la mies será tan abundante que se convertirá en un mar de espigas que ondean incluso en las cimas de los montes (cf. v. 16). Es el signo de la bendición divina que se derrama en plenitud sobre una tierra pacificada y serena. Más aún, toda la humanidad, evitando o eliminando las divisiones, convergerá hacia este soberano justo, cumpliendo así la gran promesa hecha por el Señor a Abrahán: «Él será la bendición de todos los pueblos de la tierra» (v. 17; cf. Gn 12,3).

Comentario de S. Agustín

4. La tradición cristiana ha intuido en el rostro de este rey-Mesías el retrato de Jesucristo. En su Exposición sobre el salmo 71, san Agustín, interpretando precisamente este canto en clave cristológica, explica que los desvalidos y los pobres, a los que Cristo viene a ayudar, son «el pueblo de los creyentes en él». Más aún, refiriéndose a los reyes, a los que el salmo había aludido antes, precisa que «en este pueblo se incluyen también los reyes que lo adoran, pues no han renunciado a ser desvalidos y pobres, es decir, a confesar humildemente sus pecados y reconocerse necesitados de la gloria y de la gracia de Dios, para que ese rey, hijo del rey, los liberara del poderoso», o sea, de Satanás, el «calumniador», el «fuerte». «Pero nuestro Salvador ha humillado al calumniador, y ha entrado en la casa del fuerte, arrebatándole sus enseres después de encadenarlo (cf. Mt 12,29); él «ha librado al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector». En efecto, ninguna otra potencia creada habría podido hacer esto: ni la de un hombre justo cualquiera, ni siquiera la del ángel. No había nadie capaz de salvarnos, y he aquí que ha venido él en persona y nos ha salvado» (Esposizione sul salmo 71, 14: Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVI, Roma 1970, pp. 809.811).

 

Comentario del Salmo 71

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

Es una plegaria anterior al exilio en la que se suplica por el «hijo de reyes», por el descendiente de David, que ocupa el trono de Jerusalén. Aunque algunos versículos son aplicables a Salomón mejor que a ningún otro rey (vv. 1. 8. 10. 15), no sabemos por qué rey concreto se ora. Cualquiera de los reyes de Judá puede encarnar en principio el ideal mesiánico. La era de paz y bienestar, de dominio y de justicia, es un reflejo claro de la era mesiánica. Ningún rey histórico dio la talla del ideal. De ahí que ya el judaísmo interpretara este salmo mesiánicamente. Acaso en su origen fuera mesiánico, si es que subyace en él la profecía de Natán (2 S 7). El salmo, tal como está, presenta al Mesías como un nuevo Salomón.

La Liturgia nos presenta el salmo 71 dividido en dos partes, vv. 1-11 y 12-19. Aunque la mayoría de los motivos de la primera parte de este salmo reaparecen en la segunda, sin embargo, el causal «porque» y el recurso a futuros en los vv. 12-14 nos dan un tono algo diverso: se ha pasado de la petición-descripción a la expresión de la esperanza. Continúa el salmo con nuevas peticiones (vv. 15-17) y finaliza con una doxología (vv. 18-19) que clausura el segundo libro del salterio.

Los versículos de la primera parte constan de una petición por el rey y de una doble descripción de su obrar: su acción salvífica en Israel y su reino universal. Sugerimos la siguiente salmodia:

Presidente, Petición: «Dios mío… a los humildes con rectitud» (vv. 1-2).

Coro 1.º, Acción salvífica en Israel: «Que los montes traigan… hasta que falte la luna» (vv. 3-7).

Coro 2.º, Reinado universal: «Que domine de mar a mar… todos los pueblos le sirvan» (vv. 8-11).

En la segunda parte del salmo, el futuro de esperanza, con matices de oráculo profético, puede ser salmodiado por el presidente. Continúan las peticiones y se cierra el salmo y el libro con una doxología. Estas tres partes pueden ser recitadas del siguiente modo:

Presidente, Oráculo profético: «Porque Él librará… preciosa a sus ojos» (vv. 12-14).

Coro 1.º, Peticiones: «Que viva… las razas de la tierra» (vv. 15-17).

Asamblea, Doxología: «Bendito sea el Señor… Amén, amén» (vv. 18-19).

Un rey que practique el derecho y la justicia

Del rey se espera que pronuncie una justa sentencia y sostenga a Israel en la observancia de los mandamientos. Es lo que pidió para sí Salomón al comenzar su reinado, y los rasgos que definen al rey mesiánico. El supremo poder judicial, poder sobre la vida y la muerte, le ha sido entregado al Hijo. «No juzgará por apariencias ni sentenciará por oídas. Juzgará con justicia» (Is 11,4). Más aún, ya ha juzgado, echando fuera al Príncipe de este mundo (Jn 12,31). Ahora la justicia de la Ley ha sido llevada a su cumplimiento, y no por el esfuerzo humano, sino por el poder de Dios. Aceptemos esa justicia. Recibamos a Jesús Nazareno como rey y no tendremos que experimentarlo como juez.

¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz!

La paz es un anhelo del profundo ser del hombre. La paz que Dios da, fruto de la justicia, es una plenitud de dicha, la herencia del hombre justo. El rey mesiánico será el «Príncipe de la paz» (Is 9,5); abrirá un nuevo paraíso, pues «él será la Paz» (Miq 5,4). En sus días nuestros montes germinarán la paz, el torrente de nuestros ríos traerá aguas de paz. Nada extraña que el nacimiento de este Rey estuviera acompañado de cantos de paz para los hombres a los que Dios ama (Lc 2,14). No vino a destruir la guerra, sino a sobreañadir la paz; la paz de Pascua que sigue a la victoria definitiva. Es la suya una paz para todos, para los que están lejos y para los que están cerca. Irradiar esta paz sobre el mundo es una necesidad cristiana, para que todos lleguen a la visión bienaventurada de la Paz.

«Aquí hay uno que es más que Salomón»

Salomón pidió y se le concedió un corazón sabio e inteligente. Durante su reinado floreció la paz, las riquezas se amontonaron en su palacio, su dominio se extendió hasta el confín de la tierra y le ofrecieron dones y tributos los reyes de la remota Tarsis y de la caravanera Saba. Con todo, su poder fue efímero: a su muerte el reino se dividió en dos. Pero como Dios no renuncia a su misericordia ni permite que sus palabras se pierdan, suscitó un brote a David, ante el que se postraron adorantes los soberanos de Oriente y le ofrecieron sus dones (Mt 2,11). Él mismo dará la razón de este proceder: «Aquí hay uno que es más que Salomón». Un «más» que apremia a aceptarle ya ahora, so pena de que la reina de Saba se levante en el juicio contra esta generación y la condene (Mt 12,42).

Defensor del pobre

El rey ideal de Israel debía ser un eficaz protector de los pobres. Nuestro salmo refuerza ese atributo propio del soberano mesiánico. El nombre de este monarca, en efecto, será «Yahvé-nuestra-justicia» (Jr 23,6) porque será Dios en persona quien haga justicia al pobre. Es el programa que adopta Jesús, el Enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva. Él mismo será humilde y dulce. Se rodeará de marginados por la humanidad: ciegos, cojos, leprosos, sordos, muertos, pobres. Aquel que no se escandalice de su conducta, sino que se haga como un inválido niño, entrará en el Reino de los cielos, donde será proclamado dichoso (Mt 5,3). Alabemos ahora a nuestro rey, que Él salvará la vida de los pobres.

Bendito el Rey que viene en nombre del Señor

El rey, como el primer patriarca del Pueblo, ha sido bendecido por Dios. Por ello es portador de bendición -de vida, de prosperidad, de futuro- para sus súbditos. El rey mesiánico es una bendición sempiterna para todos los pueblos de la tierra. Sólo el Señor, Dios de Israel, puede realizar estos prodigios. Por ello ha suscitado una fuente de salvación, que lo es también de bendición, en la casa de David, su siervo (Lc 1,69). Cristo bendice el pan que compartimos, el pan que nos sacia con una vida eterna, siendo así la bendición para todos los pueblos. Es un don de fecundidad, un misterio de vida y de comunión. Bien podemos asociar nuestras voces a la de Isabel, de Zacarías, de Simeón, a la de María también, y proclamar a Jesús el Bendito de Dios. ¡Bendición y gloria a Él por los siglos!

¡Dios salve al rey!

Era el primer deseo formulado por el pueblo cuando el rey comenzaba su reinado: «¡Viva el rey!». Nuestro salmista se hace eco de esos anhelos cortesanos: «Que viva», que su nombre sea eterno, su fama como el sol. Dios puede hacer realidad esos deseos. Así lo hizo cuando el Hijo de María ocupó el trono de David, su padre, e inauguró un reino que no tendrá fin. Efectivamente, el Resucitado de entre los muertos «ya no muere, la muerte ya no tiene dominio sobre Él» (Rm 6,9). Comparte el Reino con su Padre hasta que vea a sus enemigos bajo sus pies. Al glorificar a nuestro Rey eterno, suspiramos por la venida salvadora del Señor Jesús.

Resonancias en la vida religiosa

Misioneros del Reino de Dios: «Por el Reino de Dios» es el motivo y la finalidad de nuestra vocación religiosa. La experiencia del Reino nos ha convulsionado interiormente y nos ha colocado en esta forma de vida. El Reinado de Dios es el fin que moviliza todo nuestro ser.

Estamos por ello llamados, convocados a compartir y colaborar en la actividad regia de Jesús, el Señor. Como Él, debemos defender a los humildes del pueblo, socorrer a los hijos del pobre, quebrantar al explotador. Con nosotros ha contado el Padre para que su Reinado se perpetúe en la tierra y para que la fecunde.

Por vocación hemos de procurar indeficiente y obstinadamente que el Reino de la justicia y de la paz se instaure en nuestro mundo y en todos los lugares del universo. Misioneros del Reino de Dios, no hemos de encerrarnos cómodamente en nuestro pequeño mundo, sino abrirnos con celo y caridad, llena de urgencia, al mundo «que va de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra».

Llamados a ser defensores tenaces de la persona humana: A través de nuestro carisma y ministerio, Cristo libra al pobre que clama, al afligido que no tiene protector; se apiada del indigente y salva su vida de los opresores violentos. Cristo nos llama a ser los defensores más tenaces de los derechos de toda persona humana porque «su sangre es preciosa a sus ojos».

Confiados en Dios, sabemos que es posible que en el mundo nadie pase hambre, que los frutos de la tierra sean compartidos por todos los hombres. Dios es la máxima garantía de los derechos humanos. Por eso no podemos permitir que su nombre y su fama caigan en el olvido devorador de un mundo increyente. Hemos de bendecir al Señor, el único que hace maravillas.

Oraciones sálmicas

Oración I: Dios de justicia y santidad, Tú has confiado tu juicio al hijo de reyes, quien, entronizado en la cruz, ha sido proclamado juez poderoso; que sean defendidos los humildes del pueblo, quebrantado el explotador, y que Cristo sea la bendición de todos los pueblos. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Tu misericordia eterna, Dios nuestro, ha agraciado a nuestros montes y a nuestros valles con una lluvia de paz; paz anunciada por los ángeles, aceptada por los hijos del pobre, comunicada por tu Hijo, el Príncipe de la Paz; que tu Paz, Señor, empape nuestra tierra para que los lejanos y los cercanos lleguemos a la visión bienaventurada de la Paz. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Tus dominios, Señor, van de mar a mar, de un confín al otro de la tierra; concede al pueblo que te suplica que, antes de que te sea devuelto el reino, todos los pueblos sirvan a tu Hijo, un Rey mayor que Salomón; que los reyes de la tierra se postren ante Él y Él haga de todos nosotros un reino de sacerdotes para Ti, Dios y Rey nuestro. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración IV: Atiende, Dios Justicia nuestra, el clamor de los pobres; libra al hombre de la tentación de la violencia y la opresión, a fin de que acogiendo el Evangelio de tu Hijo, pobre, manso y humilde, todos los hombres reencuentren la dignidad de los hijos de Dios. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración V: Bendito seas, Señor, porque has hecho de Cristo bendición para todos los pueblos de la tierra; derrama tu fecunda bendición sobre nuestras casas y sobre nuestros campos, sobre nuestro trabajo y descanso para que demos fruto abundante, como el Líbano, y proclamemos tu bendición y tu gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Oración VI: Rey de Reyes, Tú, que constituiste a Jesús Rey sobre el trono de David su padre, haz que su nombre sea eterno entre los mortales, que su vida sea la herencia abundante de quienes glorificamos su nombre glorioso, que su reino de gracia venga a los hombres para que todas las razas de la tierra te bendigan por siempre. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

Comentario del Salmo 71

Por Maximiliano García Cordero

La ocasión de composición de este bello poema parece ser la entronización de algún rey. El poeta desea al nuevo soberano los mejores augurios, y en sus expresiones se reflejan las esperanzas mesiánicas del pueblo israelita, que veía en los reyes de la dinastía de David los eslabones que llevaban al gran Rey de los tiempos ansiados del futuro ideal y glorioso. Por eso, en la perspectiva del salmista se mezcla la realidad presente y la del futuro mesiánico. Las frases son por ello hiperbólicas, y las situaciones se idealizan. En este sentido, el salmo es sólo indirectamente mesiánico, en cuanto que el poeta ve en el nuevo rey entronizado el eslabón que lleva hacia la culminación de la dinastía davídica en la persona del Mesías.

Podemos distinguir cuatro partes en este salmo: a) deseo para el rey de una justicia perfecta y una paz indefectible, vv. 1-4; b) descripción del reino eterno y universal mesiánico, vv. 5-11; c) especial solicitud con los humildes y menesterosos, vv. 12-15; d) fertilidad como la del Edén y gloria del rey, vv. 16-17. Finalmente, se añade la doxología a la colección de salmos davídicos, vv. 18-19.

Literariamente, el poema es una mezcla de plegaria y de manifestaciones con oráculos sobre el futuro mesiánico, y así, los verbos oscilan entre el optativo y el futuro. El estilo es vívido, salpicado de metáforas frescas y expresivas; pero el ritmo es poco regular.

El título (v. 1a) lo atribuye a Salomón. Como hay concomitancias con diversos textos bíblicos de diferentes épocas, los autores más bien retrasan la composición del poema, aunque en general no hay dificultad en admitir un núcleo primitivo anterior al exilio, cuando la monarquía israelita sintetizaba las esperanzas de grandeza del pueblo elegido.

La justicia perfecta y la paz indefectible, vv. 1-4. Al desfilar el cortejo de la entronización de un nuevo rey, el poeta, llevado de los íntimos sentimientos que embargan a las almas justas, desea en nombre del pueblo lo más ansiado del corazón humano: justicia y paz. El rey, como representante de Dios, es el encargado de dar a cada uno lo que le pertenece, juzgando con equidad y protegiendo contra los opresores a los menesterosos y desvalidos de la sociedad. El salmista, pues, pide a Dios que otorgue al joven soberano el sentido de la equidad. Consecuencia de la justicia es la paz: el orden que surge del equilibrio de derechos y deberes entre los ciudadanos; el poeta ansía que esta paz y esta justicia broten como floración espontánea y abundante en las laderas de las colinas de Judá. Los hagiógrafos, con un gran sentido poético de la naturaleza, suelen asociar las manifestaciones de ésta a la vida social de su pueblo. En los tiempos mesiánicos, todo se transformará en beneficio de los ciudadanos de la nueva teocracia. El salmista ansía que la paz y la justicia surjan espontáneamente como un producto natural del suelo. Las expresiones son poéticas, pero incluyen un sentido profundo moral, ya que expresan las ansias de equidad y de tranquilidad del pueblo, que serán características de los tiempos mesiánicos. En Isaías 11,3-5 se dice del Mesías: «No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado. Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos». El salmista, pues, se hace eco de estas esperanzas de justicia, tan arraigadas en el corazón del hombre y en las ansias de rehabilitación del pueblo oprimido. Sus versos son así una invitación al nuevo rey a reflexionar sobre sus deberes primordiales como juez del pueblo y representante de Yahvé. En su actuar debe acercarse al ideal de los tiempos mesiánicos.

La idealización del reino mesiánico, vv. 5-11. El entusiasmo del poema le hace desear al nuevo soberano largos días de vida, tantos como el sol y la luna. Las expresiones son hiperbólicas y encajan dentro del estilo áulico poético de las conmemoraciones solemnes de la vida del rey. Pero la mente del salmista -que tiene una visión teológica de la historia de su pueblo y ve en el actual nuevo rey un paso hacia el Rey ideal de los tiempos mesiánicos- se proyecta hacia la etapa definitiva del pueblo elegido, y su imaginación oriental se dispara incontrolada para describir idealmente la futura época tanto tiempo anhelada por los fieles de Yahvé, que vivían de las promesas divinas: abundantes lluvias, paz edénica duradera, conforme a los vaticinios de los profetas. Su dominio se extenderá de mar a mar (desde el mar Rojo al Mediterráneo) y desde el Gran Río (el Eufrates) hasta los confines de la tierra. La perspectiva se amplía, y la mente del salmista se proyecta sobre el universalismo de los tiempos del Mesías. Los pueblos paganos -bestias del desierto- le rendirán pleitesía, y los que se obstinen en hacerle oposición tendrán que morder el polvo. Los reyes de la lejana Tarsis -en la desembocadura del Guadalquivir, al sur de España: Tartessos de los griegos- y los de las islas o ciudades costeras del Mediterráneo, juntamente con los soberanos árabes de Sheba y Sabá (Saba y Arabia), vendrán a entregar sus tributos. Es justamente lo que se anuncia en los vaticinios gloriosos de la segunda parte del libro de Isaías: el reconocimiento universal de la preeminencia mesiánica del pueblo judío, simbolizado en su Rey ideal, el Mesías.

Especial solicitud por los menesterosos, vv. 12-15. Llevado del sentido de la equidad, el Rey ideal sabrá salir por los derechos de los desvalidos; no será altanero, a pesar de sentirse honrado por todos los reyes de la tierra, sino que, al contrario, estará al servicio de los más necesitados de la sociedad. Su brazo estará siempre dispuesto a salvar las almas o las vidas de los necesitados (v. 13), librándolos de los opresores y recaudadores. Los déspotas orientales favorecen a los ricos que les adulan y ofrecen presentes; en cambio, el Rey futuro de Israel se preocupará justamente de los que no pueden ofrecerle nada. No permitirá que se les oprima, y menos que se les quite la vida, porque será preciosa su sangre ante sus ojos (v. 14), y no permitirá que se derrame impunemente. Con esta su conducta magnánima y generosa, el Rey se granjeará la estimación de los humildes, los cuales orarán por él incesantemente y le bendecirán.

Fertilidad edénica y gloria del rey, vv. 16-17. Los vaticinios proféticos hablan de abundancia de cosechas en los tiempos mesiánicos. El salmista recoge esta tradición y, con bella hipérbole, presenta los trigos altos como árboles del Líbano, dominando las colinas y valles, mientras la población se multiplicará en las ciudades como la hierba de la tierra.

Todos se sentirán felices en la nueva situación y bendecirán al que atrae la excepcional protección de Dios sobre el pueblo; y en él se bendecirán todas las familias de la tierra, según la antigua promesa hecha a Abrahán (Gn 12,3). Nadie se sentirá ajeno a la felicidad de los tiempos mesiánicos.

Doxología final, vv. 18-20. Esta es la doxología acostumbrada, que cierra cuatro libros o colecciones del Salterio, y por eso se considera añadida al salmo. Con ella se cierra el segundo libro o colección de salmos, davídicos en su mayor parte.

Yahvé es el Dios único, que, como tal, hace portentos y maravillas en favor de su pueblo y de los que le son fieles. Su nombre glorioso es el reflejo de su majestad y es prenda de salvación para el que en Él se confía. Toda la tierra debe dejarse penetrar e invadir de su gloria o manifestación esplendente de su poder y magnificencia. A estas aclamaciones del coro respondía el pueblo: Amén. Amén, que incluyen la idea de asentimiento y entrega.

La tradición judeo-cristiana ha entendido este salmo en sentido mesiánico. Así se declara en el Targum. Los Santos Padres comúnmente ven en este rey cantado en el salmo al Mesías. Los autores católicos, sin embargo, no convienen en determinar si ha de entenderse su mensaje mesiánico en sentido directo literal o indirecto típico. Por nuestra parte creemos que el salmista, con ocasión de la entronización de un nuevo rey, ha proyectado sus esperanzas mesiánicas, conforme a la tradición de los vaticinios proféticos, viendo en él la continuación de la dinastía davídica, que habría de culminar en la aparición del Mesías, el Rey por excelencia, a quien únicamente se pueden aplicar las expresiones universalistas del poema.