Salmo 84: Señor, has sido bueno con tu tierra

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SALMO 84

2 Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
3 has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
4 has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira.

5 Restáuranos, Dios salvador nuestro;
cesa en tu rencor contra nosotros.
6 ¿Vas a estar siempre enojado,
o a prolongar tu ira de edad en edad?

7 ¿No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo?
8 Muéstranos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación.

9 Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de corazón».

10 La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra;
11 la misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;

12 la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo;
13 el Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.

14 La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.

Catequesis de Juan Pablo II

25 de septiembre de 2002

El regreso como conversión

1. El salmo 84, que acabamos de proclamar, es un canto gozoso y lleno de esperanza en el futuro de la salvación. Refleja el momento entusiasmante del regreso de Israel del exilio babilónico a la tierra de sus padres. La vida nacional se reanuda en aquel amado hogar, que había sido apagado y destruido en la conquista de Jerusalén por obra del ejército del rey Nabucodonosor en el año 586 antes de Cristo.

En efecto, en el original hebreo del Salmo aparece varias veces el verbo shûb, que indica el regreso de los deportados, pero también significa un «regreso» espiritual, es decir, la «conversión». Por eso, el renacimiento no sólo afecta a la nación, sino también a la comunidad de los fieles, que habían considerado el exilio como un castigo por los pecados cometidos y que veían ahora el regreso y la nueva libertad como una bendición divina por la conversión realizada.

El doble regreso: el físico y el espiritual

2. El Salmo se puede seguir en su desarrollo de acuerdo con dos etapas fundamentales. La primera está marcada por el tema del «regreso», con todos los matices a los que aludíamos.

Ante todo se celebra el regreso físico de Israel: «Señor (…), has restaurado la suerte de Jacob» (v. 2); «restáuranos, Dios salvador nuestro (…) ¿No vas a devolvernos la vida?» (vv. 5.7). Se trata de un valioso don de Dios, el cual se preocupa de liberar a sus hijos de la opresión y se compromete en favor de su prosperidad: «Amas a todos los seres (…). Con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida» (Sb 11,24.26).

Ahora bien, además de este «regreso», que unifica concretamente a los dispersos, hay otro «regreso» más interior y espiritual. El salmista le da gran espacio, atribuyéndole un relieve especial, que no sólo vale para el antiguo Israel, sino también para los fieles de todos los tiempos.

El perdón y la reconciliación

3. En este «regreso» actúa de forma eficaz el Señor, revelando su amor al perdonar la maldad de su pueblo, al borrar todos sus pecados, al reprimir totalmente su cólera, al frenar el incendio de su ira (cf. Sal 84, 3-4).

Precisamente la liberación del mal, el perdón de las culpas y la purificación de los pecados crean el nuevo pueblo de Dios. Eso se pone de manifiesto a través de una invocación que también ha llegado a formar parte de la liturgia cristiana: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (v. 8).

Pero a este «regreso» de Dios que perdona debe corresponder el «regreso», es decir, la conversión del hombre que se arrepiente. En efecto, el Salmo declara que la paz y la salvación se ofrecen «a los que se convierten de corazón» (v. 9). Los que avanzan con decisión por el camino de la santidad reciben los dones de la alegría, la libertad y la paz.

Es sabido que a menudo los términos bíblicos relativos al pecado evocan un equivocarse de camino, no alcanzar la meta, desviarse de la senda recta. La conversión es, precisamente, un «regreso» al buen camino que lleva a la casa del Padre, el cual nos espera para abrazarnos, perdonarnos y hacernos felices (cf. Lc 15,11-32).

La fidelidad de Dios

4. Así llegamos a la segunda parte del Salmo (cf. vv. 10-14), tan familiar para la tradición cristiana. Allí se describe un mundo nuevo, en el que el amor de Dios y su fidelidad, como si fueran personas, se abrazan; del mismo modo, también la justicia y la paz se besan al encontrarse. La verdad brota como en una primavera renovada, y la justicia, que para la Biblia es también salvación y santidad, mira desde el cielo para iniciar su camino en medio de la humanidad.

Todas las virtudes, antes expulsadas de la tierra a causa del pecado, ahora vuelven a la historia y, al encontrarse, trazan el mapa de un mundo de paz. La misericordia, la verdad, la justicia y la paz se transforman casi en los cuatro puntos cardinales de esta geografía del espíritu. También Isaías canta: «Destilad, cielos, como rocío de lo alto; derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia. Yo, el Señor, lo he creado» (Is 45,8).

Alusiones cristológicas del salmo

5. Ya en el siglo II con san Ireneo de Lyón, las palabras del salmista se leían como anuncio de la «generación de Cristo en el seno de la Virgen» (Adversus haereses III, 5,1). En efecto, la venida de Cristo es la fuente de la misericordia, el brotar de la verdad, el florecimiento de la justicia, el esplendor de la paz.

Por eso, la tradición cristiana lee el Salmo, sobre todo en su parte final, en clave navideña. San Agustín lo interpreta así en uno de sus discursos para la Navidad. Dejemos que él concluya nuestra reflexión: «»La verdad ha brotado de la tierra»: Cristo, el cual dijo: «Yo soy la verdad» (Jn 14,6), nació de una Virgen. «La justicia ha mirado desde el cielo»: quien cree en el que nació no se justifica por sí mismo, sino que es justificado por Dios. «La verdad ha brotado de la tierra»: porque «el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). «Y la justicia ha mirado desde el cielo»: porque «toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto» (St 1,17). «La verdad ha brotado de la tierra», es decir, ha tomado un cuerpo de María. «Y la justicia ha mirado desde el cielo»: porque «nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo» (Jn 3,27)» (Discorsi, IV/1, Roma 1984, p. 11).

 

Comentario del Salmo 84

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

Esta lamentación colectiva tiene el mismo trasfondo histórico que el detectado en el salmo 125. Pero si la expresión «has restaurado» no es un tecnicismo que designe la «repatriación», sino la vuelta a una acción pasada que se pinta como mejor; y si los tiempos pasados de los vv. 2-4 no expresan acciones terminadas, sino algo permanente, atemporal, que se refieren al mismo ser de Dios, la lógica de la oración es la siguiente: «Dios, a quien es propio restaurar, perdonar…, restaura, perdona…». La dinámica de los verbos va de un deprecativo: «Señor, sé bueno con tu tierra…» (vv. 2-4) al imperativo (vv. 5-8). Finaliza el salmo con un oráculo (vv. 9-14), que tiende a asegurar la audición de la plegaria. El pueblo pide algo concreto: Que su tierra sea beneficiada con la lluvia para poder obtener una buena cosecha.

En esta súplica colectiva hay, como decíamos, un progreso de lenguaje e intervención de diversos personajes. Podemos salmodiarla de la forma siguiente:

Coro 1.º, Recurso a los atributos divinos: «Señor, has sido bueno… el incendio de tu ira» (vv. 1-4).

Coro 2.º, Invocación apremiante: «Restáuranos… y danos tu salvación» (vv. 5-8).

Presidente, Oráculo profético: «Voy a escuchar… se convierten de corazón» (v. 9).

Asamblea, Glosa del oráculo: «La salvación está ya cerca… seguirá sus pasos» (vv. 10-14).

«Sé bueno, Señor, con tu tierra»

Cuando Dios despose nuestra tierra consigo -en justicia y equidad, en amor y compasión-, la tierra responderá al trigo, al mosto y al aceite virgen. Dios hará la sementera (Os 2,21s). Cambiará la suerte desesperada de nuestro suelo. La impiedad y las pasiones mundanas han comenzado a ser arrancadas «porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres». Su aparición en nuestra tierra implica que Dios haya reprimido su cólera, sepultado nuestros pecados cometidos en el tiempo de su paciencia, para que nosotros fuéramos agraciados con el don de su justicia. En Cristo se han basado la misericordia y la fidelidad. El Señor ha sido bueno con su tierra. Necesitamos, no obstante, seguir viviendo con sensatez, justicia y piedad en el siglo presente, aguardando la manifestación del gran Dios y salvador nuestro. Así nuestra tierra dará un fruto plenamente sazonado.

«Señor, que vea»

El salmista pide insistentemente contemplar la misericordia, la compasión, el amor, la lealtad de Dios. Su petición es similar a la última que hizo Moisés: «Señor, enséñame tu gloria». Dios pasó ante Moisés proclamando: «El Señor es compasivo y clemente, paciente, grande en misericordia y fidelidad». Juan define su experiencia personal de Jesús como «la plenitud del amor y lealtad» (Jn 1,14). Como es un amor hasta el derroche de la propia vida -entregada por amor- y una lealtad a sí mismo que no admite retroceso, necesitamos hacer nuestra la oración del salmista: «Muéstrame, Señor, tu amor», «Señor, que vea» (Mc 10,51). Es necesario que Él nos abra los ojos no sólo para confesar «Tú eres el Cristo», sino también para saber seguirle por el camino en el que quien quiera ser el primero ha de convertirse en esclavo de todos. En esta escuela se aprende el amor y la lealtad de Dios.

Él es nuestra Paz

La paz es prosperidad íntegra, no es tan sólo remedio de un mal concreto. Aquí se anuncia la paz a su pueblo y a los que se convierten de corazón. Los destinatarios de la paz evangélica son todos los hombres, amados de Dios (Lc 2,14). La paz ha dejado de ser una noción. Es una persona que ha roto las barreras que separaban a los hombres entre sí y aquellas que les distanciaban de Dios. De este modo el rey pacífico ocupa el centro de la humanidad. Paz es su palabra de despedida. Paz es su saludo de reencuentro. Entre ambas etapas ha tenido lugar la victoria de Cristo, que colma de serenidad, de paz, a quienes se unen a Él. Los cristianos, buscadores de la paz, nos saludamos con palabras de paz porque la paz de Cristo está enraizada en nuestros corazones. Pidamos que Cristo sea la paz para todos los hombres castigados por el odio de la guerra.

Resonancias en la vida religiosa

Restáuranos, Dios salvador nuestro: Esta tierra emborronada de maldades y corrompida por los pecados ha recibido la visita del Hijo de Dios, Jesús, el Cristo. El no ha venido a condenarnos, sino a ser la encarnación de la bondad de Aquel que tanto amó al mundo; ha venido a restaurar nuestra deteriorada libertad, a perdonar nuestras culpas, a sepultar en su muerte todos nuestros pecados. En Jesús ha resplandecido la Luz de la Vida que alegra a su Pueblo. Su anuncio es conversión, paz, justicia. Con Él, sembrado en nuestra tierra, ha germinado la Gloria de Dios, la fidelidad, la salvación.

Dejémonos fecundar por esta semilla restauradora. Que Cristo viva por la fe en nuestros corazones. No impidamos el resurgir de una nueva creación entre nosotros, aunque caiga derruido nuestro mundo viejo y pecaminoso.

Oraciones sálmicas

Oración I: Sé bueno, Señor, con tu tierra, y únete a ella en justicia y equidad, en amor y compasión; sepulta nuestros pecados, para que seamos agraciados con el don de tu justicia, mientras aguardamos la manifestación del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Dios, que en Jesús nos manifestaste la plenitud del amor y de la lealtad, muéstranos tu amor, haz que veamos para confesar que Él es el Cristo y para saber seguirle en el camino del amor siempre fiel. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Dios, que anuncias la paz a tu Pueblo, a tus amigos y a quienes se convierten a ti de corazón; que acojamos el don de la paz que tu Hijo nos dejó y podamos colaborar en el mundo a la instauración de la bienaventuranza de los pacíficos. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.