Salmo 150: Alabad al Señor en su templo

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SALMO 150

1 [¡Aleluya!]
Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte firmamento.

2 Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.

3 Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,

4 alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,

5 alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.

6 Todo ser que alienta alabe al Señor.
[¡Aleluya!]

Catequesis de Juan Pablo II

9 de enero de 2002

La alabanza del aleluya

1. El himno en que se ha apoyado ahora nuestra oración es el último canto del Salterio, el salmo 150. La palabra que resuena al final en el libro de la oración de Israel es el aleluya, es decir, la alabanza pura de Dios; por eso, la liturgia de Laudes propone este salmo dos veces, en los domingos segundo y cuarto.

En este breve texto se suceden diez imperativos, que repiten la misma palabra: «Hallelú», «alabad». Esos imperativos, que son casi música y canto perenne, parecen no apagarse nunca, como acontecerá también en el célebre «aleluya» del Mesías de Händel. La alabanza a Dios se convierte en una especie de respiración del alma, sin pausa. Como se ha escrito, «esta es una de las recompensas de ser hombres: la serena exaltación, la capacidad de celebrar. Se halla bien expresada en una frase que el rabí Akiba dirigió a sus discípulos: Un canto cada día, un canto para cada día» (A.J. Heschel, Chi è l’uomo?, Milán 1971, p. 198).

Estructura del salmo

2. El salmo 150 parece desarrollarse en tres momentos. Al inicio, en los primeros dos versículos (vv. 1-2), la mirada se dirige al «Señor» en su «santuario», a «su fuerza», a sus «grandes hazañas», a su «inmensa grandeza». En un segundo momento -semejante a un auténtico movimiento musical- se une a la alabanza la orquesta del templo de Sión (cf. vv. 3-5), que acompaña el canto y la danza sagrada. En el tercer momento, en el último versículo del salmo (cf. v. 6), entra en escena el universo, representado por «todo ser vivo» o, si se quiere traducir con más fidelidad al original hebreo, por «todo cuanto respira». La vida misma se hace alabanza, una alabanza que se eleva de las criaturas al Creador.

El santuario de Dios

3. En este primer comentario del salmo 150 sólo nos detendremos en los momentos primero y último del himno. Forman una especie de marco para el segundo momento, que ocupa el centro de la composición y que examinaremos más adelante, cuando la liturgia de Laudes nos vuelva a proponer este salmo.

La primera sede en la que se desarrolla el hilo musical y orante es la del «santuario» (cf. v. 1). El original hebreo habla del área «sagrada», pura y trascendente, en la que mora Dios. Por tanto, hay una referencia al horizonte celestial y paradisíaco, donde, como precisará el libro del Apocalipsis, se celebra la eterna y perfecta liturgia del Cordero (cf., por ejemplo, Ap 5,6-14). El misterio de Dios, en el que los santos son acogidos para una comunión plena, es un ámbito de luz y de alegría, de revelación y de amor. Precisamente por eso, aunque con cierta libertad, la antigua traducción griega de los Setenta e incluso la traducción latina de la Vulgata propusieron, en vez de «santuario», la palabra «santos»: «Alabad al Señor entre sus santos».

Las grandes hazañas del Señor

4. Desde el cielo el pensamiento pasa implícitamente a la tierra al poner el acento en las «grandes hazañas» realizadas por Dios, las cuales manifiestan «su inmensa grandeza» (v. 2). Estas hazañas son descritas en el salmo 104, el cual invita a los israelitas a «meditar todas las maravillas» de Dios (v. 2), a recordar «las maravillas que ha hecho, sus prodigios y los juicios de su boca» (v. 5); el salmista recuerda entonces «la alianza que pactó con Abraham» (v. 9), la historia extraordinaria de José, los prodigios de la liberación de Egipto y del viaje por el desierto, y, por último, el don de la tierra. Otro salmo habla de situaciones difíciles de las que el Señor salva a los que «claman» a él; las personas salvadas son invitadas repetidamente a dar gracias por los prodigios realizados por Dios: «Den gracias al Señor por su piedad, por sus prodigios en favor de los hijos de los hombres» (Sal 106, 8.15. 21.31).

Así se puede comprender la referencia de nuestro salmo a las «obras fuertes», como dice el original hebreo, es decir, a las grandes «hazañas» (cf. v. 2) que Dios realiza en el decurso de la historia de la salvación. La alabanza se transforma en profesión de fe en Dios, Creador y Redentor, celebración festiva del amor divino, que se manifiesta creando y salvando, dando la vida y la liberación.

Un himno de alabanza

5. Llegamos así al último versículo del salmo 150 (cf. v. 6). El término hebreo usado para indicar a los «vivos» que alaban a Dios alude a la respiración, como decíamos, pero también a algo íntimo y profundo, inherente al hombre.

Aunque se puede pensar que toda la vida de la creación es un himno de alabanza al Creador, es más preciso considerar que en este coro el primado corresponde a la criatura humana. A través del ser humano, portavoz de la creación entera, todos los seres vivos alaban al Señor. Nuestra respiración vital, que expresa autoconciencia y libertad (cf. Pr 20,27), se transforma en canto y oración de toda la vida que late en el universo.

Por eso, todos hemos de elevar al Señor, con todo nuestro corazón, «salmos, himnos y cánticos inspirados» (Ef 5,19).

El símbolo del candelabro

6. Los manuscritos hebraicos, al transcribir los versículos del salmo 150, reproducen a menudo el Menorah, el famoso candelabro de siete brazos situado en el Santo de los Santos del templo de Jerusalén. Así sugieren una hermosa interpretación de este salmo, auténtico Amén en la oración de siempre de nuestros «hermanos mayores»: todo el hombre, con todos los instrumentos y las formas musicales que ha inventado su genio -«trompetas, arpas, cítaras, tambores, danzas, trompas, flautas, platillos sonoros, platillos vibrantes», como dice el Salmo- pero también «todo ser vivo» es invitado a arder como el Menorah ante el Santo de los Santos, en constante oración de alabanza y acción de gracias.

En unión con el Hijo, voz perfecta de todo el mundo creado por él, nos convertimos también nosotros en oración incesante ante el trono de Dios.

 

Comentario del Salmo 150

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

Así como el salterio comienza situando al hombre concreto que ora bajo la bendición (Sal 1), concluye con un himno a toda orquesta: un majestuoso, pleno, cósmico «aleluya». Las tristezas, los dolores y los interrogantes; también las alegrías, los gozos y las certezas del orante que han resonado a lo largo de 149 salmos son un «aleluya», una alabanza al Señor. Este salmo, doxología final del salterio, no nos brinda los motivos de alabanza. Es puro sonido de alabanza a Yahvé, ya contenido en el aleluya inicial y final, y posteriormente desarrollado. De Yahvé se ocupan los dos primeros versículos aludiendo al lugar de la morada y a las obras magníficas de Yahvé. El resto del salmo es una glosa de la alabanza, a la que se incorporan todos los instrumentos (vv. 3-5). Finalmente, el «vosotros» de la alabanza es todo ser que alienta (v. 6).

Como decíamos, pueden distinguirse dos partes en el presente salmo: la glosa de Yahvé por su morada y obras, y la glosa de la alabanza mediante los instrumentos musicales. Por ello proponemos que se salmodie a dos coros:

Coro 1.°, Glosa del nombre divino: «Alabad al Señor… por su inmenso grandeza» (vv. 1-2).

Coro 2.°, Glosa de la alabanza: «Alabadlo tocando trompetas… con platillos vibrantes» (vv. 3-5).

Asamblea, Conclusión: «Todo ser que alienta alabe al Señor» (v. 6).

Creados para alabanza de su gloria

Es curioso que se cierre el salterio con un imperativo de alabanza diez veces repetido, como diez son las palabras creadoras y diez los mandamientos de la alianza. La humanidad creada y aliada con Dios canta la gloria de su Creador. Los redimidos por la sangre de Jesús tenemos un gran motivo de alabanza: el Santificador y los santificados tenemos un mismo origen. Por eso Cristo no se avergüenza de llamarlos «hermanos» cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te cantaré himnos» (Hb 2,11s). Cristo entona el himno de nuestra alabanza; mejor, Él es la sublime canción entonada por nuestra humanidad «a gloria de Dios». Que nosotros, y con nosotros todo ser que alienta (v. 6), tributemos gloria a Dios en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos.

Himno a toda orquesta

La estruendosa música de numerosos instrumentos resuena en los espacios creados y llega hasta el celeste santuario. Aquí se alaba a Dios por sus «obras magníficas», por la magnífica acción de haber conjuntado el cielo y la tierra. Dios, próximo y amante, ha unido los dos extremos (el cielo y la tierra) en Jesús. Ni siquiera el dolor humano es ajeno a la desbordante alegría: el gozo de que Dios es todo en todos -como lo es en la carne de Cristo- colma de dicha a la humanidad parturienta (Rm 8,22s). Será el momento de entonar el himno a toda orquesta, como el fragor de abundantes aguas o como dulce música de cítaras, que celebra la magnífica obra de Dios y le alaba por su inmensa grandeza. La esperanza de alabar un día a nuestro Dios de un modo definitivo nos impulsa ya ahora a entonar nuestra salmodia.

Resonancias en la vida religiosa

El rostro de Dios reflejado en la armonía de nuestra alabanza: Quien tiene experiencia de Dios no puede reprimir en su corazón y en su cuerpo la alabanza, el piropo. Si el mundo, la humanidad obtuviera la gracia de una experiencia colectiva, comunitaria, cósmica de Dios, que descorriera el velo de su oculta presencia, no saldrían de su asombro; todo el universo se sentiría provocado hacia la admiración y la desatada alegría, que culminaría en un magnífico «a toda orquesta» de alabanza total.

Nadie ha visto el rostro de Dios; sólo Jesús y aquellos a quienes Él ha querido revelárselo. Nosotros podemos contemplarlo entre las celosías de la Palabra y del Sacramento. Por eso estamos aquí convocados. El salmo 150 nos invita a alabar al Señor participando en la alabanza sinfónica del universo. Propaguemos entre los hombres el conocimiento de Dios y de su Hijo Jesús; invitemos a los hombres a acercarse a sus sacramentos. Y sea nuestra comunidad reflejo armonioso e incitador del rostro de Dios.

Oraciones sálmicas

Oración I: Que llegue en este salmo, Padre, a la cumbre de su fuerza la alabanza de tu Pueblo, para que él se haga intérprete de toda la humanidad creada y redimida en tu Hijo Jesús. Concédenos tu Espíritu, que potencie nuestra débil alabanza para que todo ser que alienta te alabe en nosotros. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Alábente, Señor, todos los instrumentos musicales y entonen para ti armoniosamente un cántico de gloria; glorifíquente todos los hombres sinfónicamente representados en el amor mutuo de nuestra comunidad. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

Comentario del Salmo 150

Por Maximiliano García Cordero

El compilador del salterio cierra la colección lírica de salmos con esta doxología, llena de énfasis, que pretende resumir las alabanzas de los diversos poetas que han cantado las glorias de Yahvé. Quizá sea una composición aleluyática que tuvo vida litúrgica independiente, pero que ha sido colocada al fin del libro de los salmos como gran «finale» que resume los sentimientos entusiastas del pueblo israelita para con su Dios. La pieza es armoniosa y digna de las composiciones salmódicas anteriores.

El poeta comienza invitando a los seres angélicos a alabar a Dios, que habita en su templo celeste, en su fuerte firmamento. Los hombres deben sumarse jubilosos a esta proclamación de su grandeza, manifestando su alegría con los instrumentos músicos en reconocimiento de sus obras magníficas. El salmista no concreta si estas obras o hazañas han de tomarse históricamente en favor de su pueblo o en el orden de la naturaleza. La perspectiva es muy amplia: todos los seres -todo ser que alienta- deben formar un coro de alabanza al Creador. El universo es el templo de Yahvé y todos sus habitantes deben ser sus adoradores. Todos los seres deben hacer oír el solemne aleluya en honor del Creador.