SALMO 118, 145-152
145 Te invoco de todo corazón:
respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes;
146 a ti grito: sálvame,
y cumpliré tus decretos;
147 me adelanto a la aurora pidiendo auxilio,
esperando tus palabras.
148 Mis ojos se adelantan a las vigilias,
meditando tu promesa;
149 escucha mi voz por tu misericordia,
con tus mandamientos dame vida;
150 ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad.
151 Tú, Señor, estás cerca,
y todos tus mandatos son estables;
152 hace tiempo comprendí que tus preceptos
los fundaste para siempre.
Catequesis de Juan Pablo II
14 de noviembre de 2001
La composición del salmo
1. La liturgia de las Laudes nos propone el sábado de la primera semana una sola estrofa tomada del Salmo 118, una plegaria monumental de veintidós estrofas, tantas cuantas son las letras del alfabeto hebreo. Cada estrofa se caracteriza por una letra del alfabeto, con la que comienza cada uno de sus versos; el orden de las estrofas sigue el del alfabeto. Acabamos de proclamar la estrofa decimonovena, correspondiente a la letra Qôf.
Esta premisa, un poco exterior, nos permite comprender mejor el significado de este canto en honor de la Ley divina. Es semejante a una música oriental, cuyas modulaciones sonoras dan la impresión de que no terminan jamás y se elevan al cielo en una repetición que implica la mente y los sentidos, el espíritu y el cuerpo del orante.
La recepción del salmo 118
2. En una secuencia que se articula del álef a la tau, es decir, de la primera a la última letra del alfabeto -de la A a la Z, diríamos nosotros con el alfabeto italiano-, el orante se derrama en la alabanza de la Ley de Dios, que adopta como lámpara para sus pasos en el camino a menudo oscuro de la vida (cf. v. 105).
Se dice que el gran filósofo y científico Blas Pascal recitaba diariamente este salmo, que es el más largo de todos, mientras que el teólogo Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en 1945, lo transformaba en plegaria viva y actual escribiendo: «Indudablemente el Salmo 118 es difícil por su extensión y monotonía, pero debemos seguir precisamente palabra tras palabra, frase tras frase, con mucha lentitud y paciencia. Descubriremos entonces que las aparentes repeticiones son en realidad aspectos nuevos de una misma y única realidad: el amor a la Palabra de Dios. Así como este amor no puede terminar jamás, así tampoco terminan las palabras que lo confiesan. Pueden acompañarnos durante toda nuestra vida, y en su sencillez se transforman en plegaria para el niño, el hombre y el anciano» (Rezar los Salmos con Cristo, Brescia 19783, p. 48).
La Torá como guía
3. Por tanto, el hecho de repetir, además de ayudar a la memoria en el canto coral, es un modo de estimular la adhesión interior y el abandono confiado en los brazos de Dios, invocado y amado. Entre las repeticiones del salmo 118 queremos señalar una muy significativa. Cada uno de los 176 versos que componen esta alabanza a la Torah, es decir, a la Ley y a la Palabra divina, contiene al menos una de las ocho palabras con las que se define a la Torah misma: ley, palabra, testimonio, juicio, sentencia, decreto, precepto y orden. Se celebra así la Revelación divina, que es manifestación del misterio de Dios, pero también guía moral para la existencia del fiel.
De este modo, Dios y el hombre están unidos en un diálogo compuesto por palabras y obras, enseñanza y escucha, verdad y vida.
La espera del nuevo día
4. Examinemos ahora nuestra estrofa (vv. 145-152), que se adapta bien al clima de las Laudes matutinas. En efecto, la escena que ocupa la parte central de estos ocho versículos es nocturna, pero está abierta al nuevo día. Después de una larga noche de espera y vigilia orante en el templo, cuando aparece en el horizonte la aurora e inicia la liturgia, el fiel está seguro de que el Señor escuchará a quien ha pasado la noche orando, esperando y meditando en la Palabra divina. Confortado por esta certeza, ante la jornada que se abre ante él, ya no temerá los peligros. Sabe que no lo alcanzarán sus perseguidores, que lo asedian a traición (cf. v. 150), porque el Señor está junto a él.
Ofrecer las primicias del corazón
5. La estrofa expresa una intensa súplica: «Te invoco de todo corazón: respóndeme, Señor, (…) me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, esperando tus palabras» (vv. 145 y 147). En el libro de las Lamentaciones se lee esta invitación: «¡En pie, lanza un grito en la noche, cuando comienza la ronda; derrama como agua tu corazón ante el rostro del Señor, alza tus manos hacia él!» (Lm 2,19). San Ambrosio repetía: «¿No sabes, hombre, que cada día debes ofrecer a Dios las primicias de tu corazón y de tu voz? Apresúrate al alba, para llevar a la iglesia las primicias de tu piedad» (Exp. in Ps. CXVIII: PL 15, 1476 A).
Al mismo tiempo, nuestra estrofa es también la exaltación de una certeza: no estamos solos, porque Dios escucha e interviene. Lo dice el orante: «Tú, Señor, estás cerca» (v. 151). Lo reafirman otros salmos: «Acércate a mí, rescátame, líbrame de mis enemigos» (Sal 68,19); «El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos» (Sal 33,19).
Comentario del Salmo 118, 145-152
Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García
Introducción general
Quizá cuando se compuso este larguísimo salmo ya había enmudecido la profecía. El autor vuelve sus ojos a la historia santa del pasado buscando luz y consuelo. El resultado será una composición antológica y acróstica en la que se mezclan motivos sapienciales, proféticos (asumidos del estudio de la Ley), junto con diversos géneros literarios. Toda la técnica del esforzado artesano está al servicio de una idea dominante: la Ley, cuyas excelencias, ventajas y amor canta. El amor a la Ley es tan acendrado que, por ejemplo, ha recurrido al siguiente artificio: de la primera a la última letra del alfabeto hebreo el salmista ama la Ley. Bajo cada una de las letras del alfabeto hebreo agrupa ocho versículos (7+1, como expresión de una perfección consumada) y en cada estrofa suele mencionar ocho sinónimos de Ley. La consecuencia de su trabajo podría enunciarse así: La perfección y valor de la Ley supera toda ponderación y excelencia. En nuestra alabanza matutina nos unimos al salmista desde las perspectivas que luego indicamos.
Sería aconsejable que, en la celebración comunitaria, todo el salmo (vv. 145-152) fuera recitado por un solo salmista, y lo hiciera de un modo reposado. Así se salvaría mejor la singularidad de esta estrofa (en cada versículo ora el salmista únicamente) y el carácter meditativo-contemplativo del salmo.
Podría rezarse también de una forma litánica, para que toda la comunidad entre activamente en la dinámica meditativa:
Presidente. Recitación del salmo, de dos en dos versos.
Asamblea. Cada dos versos responden todos con un estribillo; por ejemplo, el v. 146: «Sálvame y cumpliré tus decretos», o el v. 149a: «Escucha mi voz por tu misericordia», o el 151a: «Tú, Señor, estás cerca».
La verdadera religión
Más de uno ha motejado al fervoroso compositor del salmo 118 de ser formalista y nomista en su religión. Nada más injusto, no sólo por el tono personal e intimista de cada verso («te invoco… a Ti grito… escucha mi voz», etc.), sino por el puesto que el derecho y la ley ocupan en Israel: son la consecuencia de la alianza. Si Dios empeña su amor y su palabra («seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo»), el interlocutor humano debe retornarle el amor. Los «mandamientos» no son más que una derivación del amor en su doble vertiente: a Dios y al prójimo. Si amamos a Dios, a Cristo, guardaremos sus mandamientos. Así llevaremos con honra el nombre de amigos que Cristo nos da. Esta amistad demostrada termina, por necesidad, en la vida prometida a quien guarda los mandamientos. El amor y cercanía de Dios al hombre es lo que celebramos con nuestro salmo matinal.
Dios que habló sigue hablando
Nuestro salmista se ha refugiado en la historia pasada, convertida ya en Escritura Santa, con la intención de encontrar respuesta a sus actuales interrogantes. Otro tanto hizo Jesús cuando cuestionado su amor a Dios -con todo el corazón, por encima de la vida y más allá de las riquezas- responde con el «está escrito» (Mt 4). Desde este momento inicial de su misión está dispuesto a encarnar la figura del «siervo» tal como se le ha encomendado en la unción bautismal. Hacer la voluntad del Padre será su programa y alimento. Aun acorralado por sus enemigos, permanecerá fiel a dicha voluntad, incluso en el abandono supremo se atreve a gritar la cercanía de Dios (Mt 27,46). Quien conserva en su corazón las palabras de Dios y las guarda pertenece a la verdadera familia de Jesús, como el salmista, como María. Con este espíritu oramos y contemplamos.
La religión en un mundo secularizado
El silencio de la profecía y la desaparición de quien pudiera responder el «¿hasta cuándo?» resultaría para el salmista agobiante -más cuando cundía la indiferencia religiosa- de no disponer del monumento escriturístico. Nuestro mundo y momento no es menos difícil. Hoy se combate a Dios ignorándolo, mientras se hace befa de los creyentes. Dios nos ha dado su Palabra y el mundo nos odia porque no somos del mundo. No pedimos que nos saque del mundo, sino que nos guarde del Malo, y nos consagre en su Palabra que es la Verdad (Jn 17,16). Es decir, que de tal suerte nos adherimos al Dios revelado en Cristo que por su medio llegamos a la Vida que estaba junto a Dios. Cristo, en efecto, es «el Camino, la Verdad y la Vida». Una realidad que escapa a la corrosión de la moda; fundamentada para siempre. ¿Con esta hondura religiosa no seremos un fermento para nuestro mundo secularizado?
Actitud del creyente
Invocar, gritar, madrugar, vivir la cercanía de Dios, he aquí lo que hace el salmista inmerso en un mundo adverso. ¿Una conducta evasiva? Jesús expuso su dolor al Padre, acompañándolo con ruegos y súplicas. Dios le escuchó por su actitud reverente (Hb 5,7). Es decir, porque Jesús se acomodó al mandato de Dios, un mandato que es vida, su Padre le arrancó de sus «inicuos perseguidores», de la muerte transformada en una exaltación de gloria. Quienes seguimos a Jesús nos revestimos de su mismo talante espiritual, y estimamos todo como estiércol con tal de ganar a Cristo (Fil 3,8). En esta ley suprema encuentra el cristiano la perfecta libertad, la emocionante cercanía de Dios, a quien invocamos.
Resonancias en la vida religiosa
Seguimiento de Cristo, nuestra norma: «Mi ley es Cristo», decía Pablo. Nuestra ley es Cristo. Su seguimiento, nuestra norma. El Evangelio es para nosotros una interpelación constante al seguimiento. Nuestras Constituciones son la relectura normativa y carismática del Evangelio para nuestras comunidades.
Mas ¿cómo hacer de Cristo, de su seguimiento, nuestra ley? Sólo es posible invocando al Señor, gritándole, anticipándonos incluso al amanecer; no dejándonos sorprender por los enemigos de la noche, por el poder de las tinieblas que intenta barrer la memoria y el nombre de Dios en nuestro mundo.
El Señor nos escuchará, colmará nuestra esperanza y, aunque a veces nos parezca que ya es imposible el seguimiento, individual, comunitaria y estructuralmente, Él nos asegurará su presencia renovadora, porque el Señor está cerca.
Oraciones sálmicas
Oración I: Señor Dios nuestro, al llegar la plenitud de los tiempos enviaste a tu Hijo para llevar la Ley a su cumplimiento; Él nos dio el mandamiento del amor. Concédenos guardar tus leyes y cumplir tus decretos para que no deshonremos el nombre de amigos que Cristo nos concedió. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Meditamos, Señor, tu promesa porque Tú estás cerca, porque tu voluntad es nuestro alimento; abre nuestro corazón para que conservemos tu Palabra como el tesoro más preciado; sólo quien así se comporta pertenece a tu verdadera familia, junto con María, la Madre de tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.
Oración III: Oh Dios, ahora comprendemos que tus preceptos los fundaste para siempre, puesto que has hecho de Jesús el camino, la verdad y la vida para que todos los hombres lleguen a ti; haz que de tal suerte progresemos en ese camino que seamos testigos de la Verdad. Tú, Señor, líbranos del Maligno y condúcenos a la vida eterna. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración IV: Tú, Señor, estás cerca de los que te aman y alejado de los inicuos perseguidores; escucha el grito de quienes se adelantan a la aurora pidiendo auxilio, y salva a cuantos acomodan su vida a tu mandamiento, como salvaste a tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que vive y reino contigo por los siglos de los siglos. Amén.