Salmo 120: Levanto mis ojos a los montes

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SALMO 120

1 Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
2 El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

3 No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
4 no duerme ni reposa
el guardián de Israel.

5 El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
6 de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.

7 El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
8 el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.

Catequesis de Benedicto XVI

4 de mayo de 2005

Oposición entre Dios y los ídolos

1. Como ya anuncié el miércoles pasado, he decidido reanudar en las catequesis el comentario a los salmos y cánticos que componen las Vísperas, utilizando los textos preparados por mi querido predecesor el Papa Juan Pablo II.

Iniciamos hoy con el salmo 120. Este salmo forma parte de la colección de «cánticos de las ascensiones», o sea, de la peregrinación hacia el encuentro con el Señor en el templo de Sión. Es un salmo de confianza, pues en él resuena seis veces el verbo hebreo shamar, «guardar, proteger». Dios, cuyo nombre se invoca repetidamente, se presenta como el «guardián» que nunca duerme, atento y solícito, el «centinela» que vela por su pueblo para defenderlo de todo riesgo y peligro.

El canto comienza con una mirada del orante dirigida hacia las alturas, «a los montes», es decir, a las colinas sobre las que se alza Jerusalén: desde allá arriba le vendrá la ayuda, porque allá arriba mora el Señor en su templo (cf. vv. 1-2). Con todo, los «montes» pueden evocar también los lugares donde surgen santuarios dedicados a los ídolos, que suelen llamarse «los altos», a menudo condenados por el Antiguo Testamento (cf. 1 R 3,2; 2 R 18,4). En este caso se produciría un contraste: mientras el peregrino avanza hacia Sión, sus ojos se vuelven hacia los templos paganos, que constituyen una gran tentación para él. Pero su fe es inquebrantable y su certeza es una sola: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 120,2). También en la peregrinación de nuestra vida suceden cosas parecidas. Vemos alturas que se abren y se presentan como una promesa de vida: la riqueza, el poder, el prestigio, la vida cómoda. Alturas que son tentaciones, porque se presentan como la promesa de la vida. Pero, gracias a nuestra fe, vemos que no es verdad y que esas alturas no son la vida. La verdadera vida, la verdadera ayuda viene del Señor. Y nuestra mirada, por consiguiente, se vuelve hacia la verdadera altura, hacia el verdadero monte: Cristo.

La sombra protectora del Señor

2. Esta confianza está ilustrada en el Salmo mediante la imagen del guardián y del centinela, que vigilan y protegen. Se alude también al pie que no resbala (cf. v. 3) en el camino de la vida y tal vez al pastor que en la pausa nocturna vela por su rebaño sin dormir ni reposar (cf. v. 4). El pastor ddivino no descansa en su obra de defensa de su pueblo, de todos nosotros.

Luego, en el Salmo, se introduce otro símbolo, el de la «sombra», que supone la reanudación del viaje durante el día soleado (cf. v. 5). El pensamiento se remonta a la histórica marcha por el desierto del Sinaí, donde el Señor camina al frente de Israel «de día en columna de nube para guiarlos por el camino» (Ex 13,21). En el Salterio a menudo se ora así: «A la sombra de tus alas escóndeme…» (Sal 16,8; cf. Sal 90,1). Aquí también hay un aspecto muy real de nuestra vida. A menudo nuestra vida se desarrolla bajo un sol despiadado. El Señor es la sombra que nos protege, nos ayuda.

El Señor nos guarda de todo mal

3. Después de la vela y la sombra, viene el tercer símbolo: el del Señor que «está a la derecha» de sus fieles (cf. Sal 120,5). Se trata de la posición del defensor, tanto en el ámbito militar como en el procesal: es la certeza de que el Señor no abandona en el tiempo de la prueba, del asalto del mal y de la persecución. En este punto, el salmista vuelve a la idea del viaje durante un día caluroso, en el que Dios nos protege del sol incandescente.

Pero al día sucede la noche. En la antigüedad se creía que incluso los rayos de la luna eran nocivos, causa de fiebre, de ceguera o incluso de locura; por eso, el Señor nos protege también durante la noche (cf. v. 6), en las noches de nuestra vida.

El Salmo concluye con una declaración sintética de confianza. Dios nos guardará con amor en cada instante, protegiendo nuestra vida de todo mal (cf. v. 7). Todas nuestras actividades, resumidas en dos términos extremos: «entradas» y «salidas», están siempre bajo la vigilante mirada del Señor. Asimismo, lo están todos nuestros actos y todo nuestro tiempo, «ahora y por siempre» (v. 8).

Comentario de Barsanufio de Gaza

4. Ahora, al final, queremos comentar esta última declaración de confianza con un testimonio espiritual de la antigua tradición cristiana. En efecto, en el Epistolario de Barsanufio de Gaza (murió hacia mediados del siglo VI), un asceta de gran fama, al que consultaban monjes, eclesiásticos y laicos por su clarividente discernimiento, encontramos que cita con frecuencia el versículo del Salmo: «El Señor te guarda de todo mal; él guarda tu alma». Con este Salmo, con este versículo, Barsanufio quería confortar a los que le manifestaban sus aflicciones, las pruebas de la vida, los peligros y las desgracias.

En cierta ocasión, Barsanufio, cuando un monje le pidió que orara por él y por sus compañeros, respondió así, incluyendo en sus deseos la cita de ese versículo: «Hijos míos queridos, os abrazo en el Señor, y le suplico que os guarde de todo mal y os dé paciencia como a Job, gracia como a José, mansedumbre como a Moisés y el valor en el combate como a Josué, hijo de Nun, dominio de los pensamientos como a los jueces, victoria sobre los enemigos como a los reyes David y Salomón, la fertilidad de la tierra como a los israelitas… Os conceda el perdón de vuestros pecados con la curación de vuestro cuerpo como al paralítico. Os salve de las olas como a Pedro y os libere de la tribulación como a Pablo y a los demás apóstoles. Os guarde de todo mal como a sus hijos verdaderos, y os conceda todos los anhelos de vuestro corazón, para bien de vuestra alma y de vuestro cuerpo, en su nombre. Amén» (Barsanufio y Juan de Gaza, Epistolario, 194: Collana di Testi Patristici, XCIII, Roma 1991, pp. 235-236).

 

Comentario del Salmo 120

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

Aunque por el contenido este salmo pueda ser clasificado entre los de confianza, por su forma pertenece a las lamentaciones seguidas de una promesa de salvación. En el salterio es una de las canciones para las «subidas». Posiblemente no se entonaba al iniciarse la ida a Jerusalén, sino al retornar a casa. El peregrino ha podido contemplar Jerusalén y su magnificencia, ha asistido a las funciones cultuales, ha oído la historia santa, se ha instruido en la Ley… Ahora debe volver. La nostalgia comienza a abrir brecha en su alma. El camino de retorno está lleno de peligros. ¿De dónde le vendrá la ayuda para llegar sano y salvo? Para implorar la ayuda salvadora se compuso este salmo al Guardián de Israel, Guardián de todos los israelitas.

Si bien en el seno del salmo hay un desplazamiento de la primera a la segunda persona, parece que es un mismo salmista el que pregunta y se responde, y proclama su convicción para los demás. Por lo cual el salmo puede ser recitado del siguiente modo:

Por un solo salmista.

Alternando un salmista y la asamblea:

Salmista, Búsqueda del auxilio: «Levanto mis ojos… que hizo el cielo y la tierra» (vv. 1-2).

Asamblea, Variaciones sobre el tema: «No permitirá… ahora y por siempre» (vv. 3-8).

Canción del peregrino

La razón de ser del pueblo de Dios es una orden de marcha: «Sal de tu tierra… a la tierra que yo te mostraré» (Gn 12,1), revalidada en la experiencia del Éxodo, en el que Israel «marcha con su Dios». Aunque en la travesía Dios sostenga a su pueblo como un padre cuida de su hijo, el camino está erizado de peligros. El peregrino necesita afirmarse sus íntimas seguridades para emprender el camino con valentía. Puede llegar la hora en que todos abandonen al Peregrino, pero no está solo, «el Padre está conmigo» (Jn 16,32). Esta presencia preservadora del mal o la promesa hecha por el Peregrino que llegó a Jerusalén de no dejarnos solos (Jn 17-18), nos dará fuerza para saltar los obstáculos que surjan en el camino. Nuestras entradas y salidas, toda la actividad humana, están en manos de Dios.

«Te guardaré por doquiera que vayas»

Los dioses paganos tienen tantas ocupaciones que se cansan y duermen cuando sus adoradores piden su asistencia. El Hacedor del cielo y de la tierra, por el contrario, no conoce la fatiga. Promete asistencia a Jacob, su protegido (Gn 28,15), y es, de hecho, la sombra protectora del pueblo. Al abrigo de esa sombra, a la luz esplendorosa del día, cuyo nombre es «Padre», caminó el itinerante Jesús. Cuantos buscan auxilio en el Padre poderoso, lo obtienen, porque nadie puede arrebatar nada de su mano. Lo cual vale sobre todo para estos tiempos en que hemos vuelto a Cristo, el Pastor y el Guardián de nuestras vidas (1 Pe 2,25). Los lobos rapaces no podrán contender con nuestro Guardián y Pastor. Él ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

El Sol de la nueva Ciudad

Los orientales pensaban que tanto el sol como la luna tenían virtualidades perniciosas. Pero Yahvé es una sombra protectora para el pueblo. De ahí nace el gran deseo del creyente: que Dios le cobije bajo la sombra de sus alas. Estará a salvo no sólo del bochorno del camino, sino también de las insidias enemigas, porque la vida de los justos está en las manos de Dios. ¡Cuán maravillosamente experimentó Jesús al Dios protector! El semblante radiante de su Padre, su gloria, fue el único sol de su cielo. Por ello, el Padre no permitió que le abrasaran los calores del camino, sino que lo glorificó. En la nueva Ciudad, hacia la que nos encaminamos, lucirá únicamente ese Sol benefactor, y su Lámpara será el Cordero (Ap 21,23). No, no tememos las fatigas del camino, que existe una ciudad más allá de los montes tentadores.

Resonancias en la vida religiosa

Misión «a la intemperie»: La misión del religioso en el mundo no se encuentra al abrigo, sino a la intemperie: en una sociedad pluralista, neo-pagana, progresivamente más beligerante en el aspecto intelectual contra toda forma de fe, y en el aspecto práctico, contra toda tradición.

Hay momentos en los que nuestras palabras caen en el vacío, en los que nuestra vida no es testimonio porque es clasificada entre las formas de vida irregulares, faltas de mordiente interpelador. Cae en el vacío nuestro testimonio, porque es muy difícil llamar la atención en un mundo de sofisticadas técnicas de propaganda.

¿Quién podrá llevar adelante la misión? Aquel que confía en el Señor, pues Él no permitirá que resbalemos, está a nuestro lado. Nos preservará de todo mal. Jesús de Nazaret nos prometió y comunicó su Espíritu, como fuerza que había de acompañar a la Iglesia misionera hasta el fin de los tiempos.

Oraciones sálmicas

Oración I: Dios de nuestro destierro, Tú quisiste que tu Hijo Jesús compartiera nuestra condición de peregrinos y extranjeros y que se convirtiera para nosotros en el camino hacia ti; danos fuerza para superar los obstáculos que surgen en nuestro peregrinar y acrecienta en nosotros el ansia de ir hacia ti. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Oh Dios, creador del cielo y de la tierra, que no conoces el cansancio ni la fatiga, Tú fuiste la luz en el camino de tu siervo Jesús, pastor y guardián de nuestras vidas; guarda nuestras entradas y salidas, para que el Maligno no nos arrebate de tus manos. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Bajo la sombra de tus alas protectoras nos cobijamos, Señor Dios nuestro; ya que Tú, sol de justicia, no permitiste que el sol de este mundo hiciera daño a tu Hijo, sino que lo glorificaste, concédenos llegar un día a la ciudad, cuyo sol eres Tú, y su lámpara el Cordero. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

Comentario del Salmo 120

Por Maximiliano García Cordero

Este salmo refleja las ansias de los peregrinos al acercarse al santuario de Yahvé, del que emana la protección sobre los fieles israelitas. A la sombra protectora del Dios de Israel podían los peregrinos emprender la dura marcha, seguros de que nada desagradable les había de ocurrir, porque la solicitud del Todopoderoso velará por ellos. El salmista, pues, recoge los pensamientos y ansias de los peregrinos de Sión para inculcarles confianza al emprender la ruta hacia el lugar santificado por la presencia de Yahvé. En el salmo parecen oírse las exhortaciones mutuas de los peregrinos que se lanzan por el camino de la ciudad santa, esperando divisar pronto los «montes» sobre los que descansa el santuario del Dios de Israel, desde el que mantiene vigilancia sobre sus devotos para que nada nocivo les sobrevenga.

El valor literario de este salmo es encomiado por todos los comentaristas, destacándose la confianza infantil y total en la Providencia divina. «Parece que se oye la voz de los peregrinos, que se animan mutuamente con palabras de fe y de esperanza, mientras se dirigen hacia Jerusalén para cumplir una vez más, en el centro de la vida y del culto nacional, la relación de Yahvé con Israel y con cada israelita individualmente, como su guardián a través de todas las vicisitudes de la vida» (K. Kirkpatrick).

El desarrollo del salmo se comprende mejor suponiendo una alternancia de coros de peregrinos; así, la forma dialogada de la composición realza su contenido y sus contrastes ideológicos. Se percibe, además, un ritmo gradual, repitiéndose algunas palabras a medida que avanza el pensamiento del salmista.

No se puede concretar la fecha de composición del salmo, aunque por la placidez del poema podemos conjeturar que fue redactado en tiempos de una cierta paz social y política. Generalmente, los autores suponen que es de la época persa.

VV. 1-2. El peregrino levanta sus ojos para contemplar en el horizonte las siluetas lejanas de los montes que rodean la ciudad santa. En uno de ellos, la colina de Sión, descansa el trono de Yahvé. Justamente, desde el santuario de Jerusalén provendrá el auxilio o socorro a los piadosos que se confían a su Dios, que es nada menos que el Hacedor de cielos y tierra. Esta explicitación del salmista tiene por objeto sembrar confianza en sus devotos, que podrían dudar antes de exponerse a los peligros de una dura peregrinación. El Creador, con su omnipotencia, les garantiza su protección.

VV. 3-4. Una segunda voz concreta más esta idea de protección: Yahvé será tan solícito de sus siervos y devotos, que no permitirá que resbalen sus pies. Yahvé no es un centinela que fácilmente se duerme en su puesto de vigilancia, sino que estará constantemente en su puesto de guardia velando por los intereses de sus devotos. El salmista repite con énfasis: no duerme; no duerme ni reposa, para sembrar confianza entre los piadosos peregrinos que se acercan a la ciudad santa. La caravana de los peregrinos puede estar segura a la sombra del guardián de Israel, que es el que plasmó los cielos y la tierra (v. 2).

VV. 5-8. Otra voz del coro insiste en la Providencia divina: Yahvé será como un dosel sobre la caravana que avanza hacia Jerusalén para que los peregrinos no sufran los efectos del sol y de la luna. Uno de los peligros de las grandes caminatas era la insolación y la oftalmía, atribuida por el vulgo al efecto de la luna llena. En realidad se debía al hecho de dormir al sereno, expuesto a los fuertes cambios de temperatura en las zonas semiesteparias de Palestina. La protección divina se extenderá no sólo a los días de la marcha hacia la ciudad santa, sino a todas las empresas -tus entradas y salidas- de los que se confían a su providencia.