Salmo 114: Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante

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SALMO 114

1 Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
2 porque inclina su oído hacia mí,
el día que lo invoco.

3 Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
4 Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida».

5 El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
6 el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas me salvó.

7 Alma mía, recobra tu calma,
que el Señor fue bueno contigo:
8 arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.

9 Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida.

Catequesis de Juan Pablo II

26 de enero de 2005

Gratitud porque el Señor nos escucha

1. En el salmo 114, que se acaba de proclamar, la voz del salmista expresa su amor agradecido al Señor, porque ha escuchado su intensa súplica: «Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante; porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco» (vv. 1-2). Inmediatamente después de esta declaración de amor, se describe de forma muy viva la pesadilla mortal que atenazaba la vida del orante (cf. vv. 3-6).

El drama se representa con los símbolos habituales en los salmos: lo envolvían las redes de la muerte, lo habían alcanzado los lazos del abismo, que quieren atraer a los vivientes sin cesar (cf. Pr 30,15-16).

Señor, salva mi vida

2. Se trata de la imagen de una presa que ha caído en la trampa de un cazador inexorable. La muerte es como un cepo que ahoga (cf. Sal 114, 3). Así pues, el orante acaba de superar un peligro de muerte, pasando por una experiencia psíquica dolorosa: «Caí en tristezas y angustia» (v. 3). Pero desde ese abismo trágico lanzó un grito hacia el único que puede extender la mano y arrancar al orante angustiado de aquella maraña inextricable: «Señor, salva mi vida» (v. 4).

Es una oración breve pero intensa del hombre que, encontrándose en una situación desesperada, se agarra a la única tabla de salvación. Así, en el Evangelio, gritaron los discípulos durante la tempestad (cf. Mt 8,25), y así imploró Pedro cuando, al caminar sobre el mar, comenzó a hundirse (cf. Mt 14,30).

Siempre se puede contar en el Señor

3. Una vez salvado, el orante proclama que el Señor es «benigno y justo», más aún, «compasivo» (Sal 114,5). Este último adjetivo, en el original hebreo, remite a la ternura de la madre, aludiendo a sus «entrañas».

La confianza auténtica siente siempre a Dios como amor, aunque en algún momento sea difícil entender su manera de actuar. En cualquier caso, existe la certeza de que «el Señor guarda a los sencillos» (v. 6). Por tanto, en la situación de miseria y abandono siempre se puede contar con él, «padre de huérfanos, protector de viudas» (Sal 67,6).

La calma ante la salvación del Señor

4. Ahora comienza un diálogo del salmista con su alma, que proseguirá en el salmo 115, el sucesivo, que debe considerarse una sola cosa con el 114. Es lo que ha hecho la tradición judía, dando origen al único salmo 116, según la numeración hebrea del Salterio. El salmista invita a su alma a recobrar la calma después de la pesadilla mortal (cf. Sal 114,7).

El Señor, invocado con fe, ha tendido la mano, ha roto los lazos que envolvían al orante, ha enjugado las lágrimas de sus ojos, ha detenido su caída hacia el abismo infernal (cf. v. 8). El viraje ya es evidente y el canto acaba con una escena de luz: el orante vuelve al «país de la vida», o sea, a las sendas del mundo, para caminar en la «presencia del Señor». Se une a la oración comunitaria en el templo, anticipación de la comunión con Dios que le espera al final de su existencia (cf. v. 9).

Comentario de Orígenes

5. Antes de concluir, repasemos los pasajes más importantes del Salmo, sirviéndonos de la guía de un gran escritor cristiano del siglo III, Orígenes, cuyo comentario en griego al salmo 114 nos ha llegado en la versión latina de san Jerónimo.

Leyendo que el Señor «escucha mi voz suplicante», explica: «Nosotros somos pequeños y bajos, y no podemos aumentar nuestra estatura y elevarnos; por eso, el Señor inclina su oído y se digna escucharnos. En definitiva, dado que somos hombres y no podemos convertirnos en dioses, Dios se hizo hombre y se inclinó, según lo que está escrito: «Inclinó el cielo y bajó» (Sal 17,10)».

En efecto, prosigue más adelante el Salmo, «el Señor guarda a los sencillos» (cf. Sal 114,6): «Si uno es grande, se enorgullece y se ensoberbece, y así el Señor no lo protege; si uno se cree grande, el Señor no tiene compasión de él. En cambio, si uno se humilla, el Señor tiene misericordia de él y lo protege. Hasta tal punto que dice: «Aquí estamos yo y los hijos que el Señor me ha dado» (Is 8,18). Y también: «Me humillé y él me salvó»».

Así, el que es pequeño y humilde puede recobrar la paz, la calma, como dice el salmo (cf. Sal 114,7) y como comenta el mismo Orígenes: «Al decir: «Recobra tu calma», se indica que antes había calma y luego la perdió… Dios nos creó buenos y nos hizo árbitros de nuestras decisiones, y nos puso a todos en el paraíso, juntamente con Adán. Pero, dado que, por nuestra decisión libre, perdimos esa felicidad, acabando en este valle de lágrimas, por eso el justo invita a su alma a volver al lugar de donde había caído… «Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo». Si tú, alma mía, vuelves al paraíso, no es porque seas digna de él, sino porque es obra de la misericordia de Dios. Si saliste del paraíso, fue por culpa tuya; en cambio, volver a él es obra de la misericordia del Señor. Digamos también nosotros a nuestra alma: «Recobra tu calma». Nuestra calma es Cristo, nuestro Dios» (Orígenes-Jerónimo, 74 Omelie sul libro dei Salmi, Milán 1993, pp. 409. 412-413).

 

Comentario del Salmo 114

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

El salmo 114 es un himno de acción de gracias. Aunque el orante recurra a expresiones estereotipadas del salterio, el salmo lleva la impronta de su piedad personal. Ha pensado su composición para que sea recitada en el templo donde la comunidad esté reunida. Él ha escapado de peligros mortales, parecidos a los del rey Ezequías, y ahora tiene la necesidad de proclamar la bondad del Señor. Comienza con una confesión de fe (vv. 1-2): «El Señor escucha». Continúa con la descripción de la angustia pasada (vv. 3-4). Finalmente, entona un canto de alabanza y confianza (vv. 5-8), que concluye con un propósito esperanzado: «Caminaré en presencia del Señor…» (v. 9).

El favor concedido a un individuo repercute en la comunidad creyente. Por eso aquí se mezclan los tonos personales con los acentos comunitarios. Consiguientemente proponemos la siguiente forma de recitación sálmica:

Asamblea, Profesión de fe: «Amo al Señor… el día que lo invoco» (vv. 1-2).

Salmista, Descripción de la dificultad: «Me envolvían redes de muerte… salva mi vida» (vv. 3-4).

Asamblea, Canto de alabanza y confianza: «El Señor es benigno y justo… me salvó» (vv. 5-6).

Salmista, Recuerdo del pasado: «Alma mía… mis pies de la caída» (vv. 7-8).

Asamblea, Propósito esperanzado: «Caminaré… país de la vida» (v. 9).

«Amarás al Señor, tu Dios»

Los beneficios de Dios en el pasado exigen una permanente actitud de amor en el hombre. Nuestro salmista ha intuido la profundidad del amor de Dios, en todo momento volcado hacia el hombre. Es un anticipo de la definición de Dios como amor. No es un amor hecho de meras palabras, sino manifestado. Por amor envió a su Hijo único, para que vivamos por medio de él (Jn 3,16). Éste, a su vez, observa una conducta de amor hasta el extremo de dar la vida por sus amigos. Al amigo de Jesús se le pide que retorne el amor a Dios y al prójimo, sin que se le permita dividir las dos facetas de un mismo amor (Mt 22,39; Lc 10,27). Quien así se comporta ha nacido de Dios; siempre tendrá a Dios propicio, dispuesto a escucharle el día que lo invoque.

El descanso después de la fatiga

Así como en el pasado Dios condujo a nuestros padres al país del reposo y de la paz, en el momento presente es benigno, justo y compasivo con quien le invoca como salvador de la vida. Ha arrancado al orante de una caída irremediable y le ha otorgado la calma. El tránsito de la fatiga al descanso ya no es una imagen vacía después que el Padre escuchó a Jesús por su actitud reverente, una vez que éste clamara a Él con oraciones, lágrimas y sangre (Hb 5,7). También el cristiano ha de pasar por muchas tribulaciones para entrar en la gloria. Los salvados serán los que vienen de la gran tribulación, donde lavaron sus vestiduras y las blanquearon en la sangre del Cordero (Ap 7,14). Han tenido la valentía de testimoniar el nombre de Cristo, en el que han encontrado el reposo de sus vidas.

Propósitos para una vida cristiana

Al amigo de Dios, Abrahán, se le ordena que camine en presencia del Señor y le sea totalmente fiel. Es el mérito que alega Ezequías para que Dios le libre del azote de la enfermedad. Nuestro salmista hace del imperativo divino un propósito: si Dios le restituye al país de los vivos, él caminará en la presencia del Señor. Jesús, el poderoso profeta en obras y en palabras ante Dios y ante los hombres, en cuya boca no hubo engaños, sino que todo lo hizo bien, puede proponer con exigencias nuevas el antiguo imperativo de santidad: «Vosotros sed perfectos como el Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Un propósito que compromete nuestra vida cristiana, y finaliza en la corona que Dios nos tiene reservada.

Resonancias en la vida religiosa

Cuestionar el sentido de la existencia: Nuestra historia personal es testigo de situaciones conflictivas y críticas en las que nuestra existencia queda cuestionada. «Me envolvían redes de muerte… caí en tristeza y angustia». Y es muy grave que una vida humana, creada por Dios, llegue a cuestionarse el sentido de la existencia.

Sólo Dios puede ofrecernos el sentido total y responder a todos nuestros interrogantes. Sus caminos son irrastreables, y por ello es difícil encontrar entre nosotros la respuesta. El salmo 114 nos invita a invocar el nombre del Señor: «¡Señor, salva mi vida!». Y Él, el Creador, que se ha comprometido con el hombre hasta el punto de hacerse hombre -naciendo, viviendo y muriendo como él-, no podrá desatender nuestra súplica. Él, que es amor y condescendencia, no puede volver la mirada ante el sencillo y el hombre sin fuerzas.

En los momentos de desasosiego y crisis podemos encontrar nuestra serenidad y paz en el Señor. Quien camina en su presencia vive confiado, y más pronto o más tarde encontrará el sentido de su existir.

Oraciones sálmicas

Oración I: Padre santo, Tú nos has manifestado tu inmensa compasión y bondad en la muerte y resurrección de tu Hijo amado, Jesús; por medio de Él has arrancado nuestra alma de la muerte, nuestros ojos de las lágrimas, nuestros pies de la caída; comunícanos tu amor y tu bondad para que caminemos siempre en tu presencia. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Dios omnipotente y eterno, que llevaste a nuestros padres al país de la paz, y a tu Hijo, el Señor, le arrancaste de la muerte enjugando las lágrimas de sus ojos, para que nosotros recobrásemos la calma; concédenos ser testigos de Cristo en medio de la tribulación de este mundo y admítenos un día en tu reposo eterno. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Tú, Señor, benigno, justo y compasivo, has sido bueno con nosotros: has arrancado nuestros ojos de las lágrimas, nuestros pies de la caída; reconciliados contigo, por medio de Jesús, el profeta poderoso en palabras y obras, concédenos caminar en tu presencia todos los días de nuestra vida. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

Comentario del Salmo 114

Por Maximiliano García Cordero

Reconocido a los beneficios recibidos, el salmista declara su amor para con Yahvé, que nunca ha desoído sus plegarias; pero ahora esto tiene un particular sentido, ya que Yahvé le ha dispensado una gracia excepcional al salvarlo de un peligro grave de muerte a causa de una enfermedad que no especifica. En el momento crítico de su vida, el Señor inclinó su oído hacia él desde el cielo para recibir y despachar su ansiosa súplica. En efecto, se hallaba en angustia mortal, pues habían hecho presa de él los lazos o redes de la muerte, que en el lenguaje bíblico significan las enfermedades. El salmista se hace eco de la opinión popular -tomada de los babilonios- de que las enfermedades son emisarios de la región de los muertos para poblarla con nuevos inquilinos. Poéticamente, el salmista presenta a la muerte y al seol (abismo) como dos cazadores al acecho de vidas humanas, poniendo lazos o redes -enfermedades- para que los vivientes caigan en ellos.

Pero bastó la invocación confiada a Yahvé para verse libre de su crítica situación, pues el Dios de Israel tiene predilección por los sencillos y humildes que confían en Él. El salmista ha sentido la mano bienhechora de su Dios, y de nuevo quiere volver a la quietud o calma para darle gracias sin ansiedades ni sobresaltos. Recuperada la salud y alejado el peligro de ir a la tierra de los muertos, el salmista tiene el firme propósito de conformar su vida a la ley divina -caminaré en presencia del Señor- en su existencia terrena: en el país de la vida o de los vivos, que son los únicos que pueden cantar las alabanzas a Dios y reconocer sus beneficios.