Desde lo hondo, Señor, desde la sima,
desde el pulmón de este volcán interno,
desde el dolor ardiente, que ilumina,
desde el horror que escapa del infierno…
si se puede escapar…ante Ti vengo.
Escúchame, mi Dios, que un humo negro
ensucia mi luchar de desaliento.
Escúchame, que grito y en Ti espero,
cuando esperar es lo único que tengo…
Escúchame. Jesús, Tú que en tus noches,
con gritos y con lágrimas oraste,
(no fue solo una noche, mas los hombres
sólo al final oyeron que lloraste…)
Escúchame tú, Madre, pues bien sabes
en qué silencio ahogaste tus sollozos,
en qué abandono y muerte contemplaste
la fuente de tus más intensos gozos
exánime en tus brazos. ¡Dios! ¡Cadáver!
¡ Con cuánta fe callaste y aceptaste!
Escúchame y enséñame, ¡oh, Madre!,
a servir a mi Dios y a mis hermanos,
cuando es lo mismo orar que abandonarse,
dejando mi dolor entre tus manos. Amén.