Hoy Señor, vengo a pedirte la paz… ¡la paz de Dios! No la que da el mundo, aunque te la pido para él. Hoy vengo ante tu altar a pedirte lo mismo que tú veniste a pedir a la humanidad: que nos amemos los unos a los otros como tu nos has amado.
Esto es lo que tú nos pides, y esto es lo que yo te pido, pues no tengo más deseos que lo tuyos.
Que haya paz, entre todas las naciones, entre todos los pueblos, las ciudades y las familias.
Que haya paz en todas las conciencias, y entre todas las almas y Tú.
Que exista el verdadero respeto y la concordia; que muera para siempre la guerra y reine el amor.
Que me empeñe más en declarar tus derechos, Tu que los tienes todos, sobre todo y sobre todos, pues cuando el mundo vuelva a proclamar lo que desde toda la eternidad estaba proclamado: que venimos de Dios y vamos a Dios y que todo te pertenece, entonces quedarán incluídos, por añadidura, nuestros derechos en los tuyos.