Contemplo al Señor que cuelga del madero, porque ha sido obediente hasta la muerte de Cruz. Él vino al mundo no para hacer su voluntad, sino la del Padre. Frente a mí el Redentor pende de la Cruz, despojado y desnudo, porque ha escogido la pobreza. Del Corazón abierto brota la sangre del Redentor, sangre capaz de extinguir las mismas llamas del infierno. Él ha vertido la sangre de su corazón con el fin de ganar el mío.
La cruz es el camino que conduce de la tierra al cielo. Si estamos unidos al Señor, entonces somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Todo sufrimiento llevado en unión con el Señor es un sufrimiento que da fruto porque forma parte de la gran obra de redención. Hay una vocación a sufrir con Cristo y, por lo tanto, a colaborar en su obra de redención. El Crucificado clava en mí los ojos, me interroga, me interpela.
Espíritu Santo, dame a conocer la ciencia de la Cruz, dame la generosidad para subir a la Cruz con mi Señor. Que no la rechace, sino que abrazándola con fe, amor y esperanza me sienta transportado a lo alto, hasta el seno de la Trinidad. ¡Salve, Cruz, única esperanza!
(Oración inspirada en textos de Santa Benedicta de la Cruz)