Mi gran pasión, la soberbia

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Viernes, 20 de julio. Jesús le quita la corona de espinas y se queda muy gentilmente con ella, diciéndole que la ama mucho porque se parece a él. Con el tiempo le dice que la haría santa.

Ayer sobre las cuatro, sentí deseos de unirme un poco más de tiempo a Jesús; me uní de inmediato a él. En verdad sentí tanta repugnancia, porque me sentía cansada y sin fuerzas; estaba nuevamente delante de Jesús. Se colocó a mi lado pero ya no estaba triste como por la noche, estaba más alegre; me acarició, luego contento me quitó la corona de mi cabeza (sufrí un poco en ese momento, pero menos) y se la colocó en la suya y no sentí ya dolor; es más, retomé fuerzas, y estaba mejor en ese momento que antes de sufrir. Luego Jesús me preguntó varias cosas; yo también le dije que no me enviase a confesarme donde el Padre Vallini porque no iba con gusto. En ese momento Jesús se puso serio y un poco enojado y me dijo que, tan pronto lo necesitara tenía que ir. Se lo prometí y voy con gusto. Tenía siempre tantas cosas que decirle a Jesús pero sentía que poco a poco se iba; entonces me prometió que más tarde, en las oraciones de la noche, regresaría, y que además se encontraría más contento: me abrió su corazón, donde vi dos palabras que no entendía. Pedí entonces me las dijese; él me respondió: «Yo te amo tanto, porque eres muy parecida a mi». «¿En qué, oh Jesús?», le dije, «que soy tan diferente a ti» «En ser humillada», me respondió. Entendí entonces muy bien cada cosa, me regresó a mi mente mi vida pasada. Mi gran defecto fue siempre mi gran pasión, la soberbia. Cuando era niña, en cada lugar donde iba se escuchaba decir que era una soberbia. Pero Jesús, ¡vaya medios ha utilizado para humillarme sobre todo en este año! Al final entendí quién soy realmente. Gracias Jesús. Agregó luego mi Dios que con el tiempo él me haría santa (aquí no digo nada porque es imposible que me suceda lo que él ha dicho). Me dijo algunas advertencias para decir al confesor y me bendijo. Entendí, como siempre, que se alejaría por algunos días. ¡Cuán bueno es Jesús! Tan pronto él se va, deja conmigo al ángel de la guarda, que con su caridad, vigilancia y paciencia, me cuida. Oh Jesús te prometí que siempre obedecería, y lo confirmo. Así sea mi fantasía o trabajo del diablo, en todo caso quiero obedecer.