De este modo la llamada al camino de los consejos evangélicos tiene siempre su inicio en Dios: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca». La vocación en la que el hombre descubre hasta el fondo la ley evangélica del don, inscrita en la propia humanidad, es ella misma un don. Es un don henchido el contenido más profundo del Evangelio, un don en el que se refleja el perfil divino-humano del misterio de la Redención del mundo. «En eso está el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados».