En la oración nos presentamos a Dios en calidad de hijos, calidad que eleva esencialmente nuestra alma a un orden sobrenatural. Sin duda alguna, no debemos jamás olvidar nuestra condición de criaturas, es decir, nuestra nada; pero el punto de partida, o, por mejor decir, el terreno sobre el que debemos colocarnos en nuestras relaciones con Dios, es el plano sobrenatural; en otros términos: es nuestra filiación divina, nuestra calidad de hijos de Dios por la gracia de Cristo, la que debe determinar nuestra actitud fundamental, y, por decirlo así, servirnos de hilo conductor en la oración.(La oración por Columba Marmión)