A diferencia del hombre exterior, habituado a contar con sus fuerzas, el hombre interior sólo ve en ellas auxiliares útiles, pero insuficientes. El sentimiento de su debilidad y su fe en la Omnipotencia divina, le dan, como a San Pablo, la medida exacta de su fuerza. Al ver los obstáculos que se levantan a su paso, dice con humilde altivez: “Cuando estoy débil, entonces soy fuerte”, (II Cor XII, 10). (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)