Cuanto más unido está un corazón con el de Jesús, más participa de la principal cualidad del Corazón Divino y Humano del Redentor, que es la Bondad. Todo se decuplica en él, la indulgencia, la benevolencia, la compasión, etc., y su generosidad y abnegación llegarán, si es preciso, hasta la inmolación alegre y magnánima. Transfigurado por el divino amor, el apóstol se captará la simpatía de las almas: “Agradó con su bondad y ánimo resuelto”, (Eccl XLV, 29). Sus palabras y actos estarán impregnados de una bondad desinteresada, muy distinta de la que inspiran el afán de popularidad o el egoísmo sutil. (Dom. J.B. Chautard, El alma de todo apostolado)