La dignidad humana

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Todo es para mí. En este orden es donde veo mi grandeza. “Todo es vuestro”, dice San Pablo, “todo: y Pablo, y Apolo, y Cefas, y el mundo, y la vida, y la muerte, y las cosas presentes, y las cosas futuras; sí, todo es vuestro. Pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios”. Todo es mío; todo lo que hay en el mundo, en la vida y en la muerte, en el tiempo y en la eternidad, todo es mío, todo es para mí. Soy dueño de todo, domino todo. Señor, “¿qué es, pues, el hombre… que así lo habéis elevado sobre las obras de vuestras manos? ¡Qué gloria y qué honor! Todas ellas las pusisteis a sus pies: los animales domésticos y las bestias del campo, las aves que cruzan el espacio y los peces del mar que hienden sus ondas”. He aquí mi dignidad; estoy por encima de todo, poseedor de todo, dueño de todo: Dios ha criado todo para mí, ha puesto todo a mi disposición. (José Tissot, La vida interior)