Cuanto más nos pareciere que el Señor no nos escucha ni admite nuestros ruegos, tanto más hemos de procurar humillarnos y concebir menosprecio y odio de nosotros mismos. Pero en esto, hija mía, debemos gobernarnos de suerte que, considerando nuestras miserias, no perdamos jamás de vista su divina misericordia, y que en lugar de disminuir nuestra confianza la aumentemos en nuestro corazón, íntimamente persuadidos de que cuanto más viva y constante fuere en nosotros esta virtud, cuando se halla combatida, tanto mayor será nuestro merecimiento.(El Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli)