Me es, pues, conveniente recurrir al temor de los juicios de Dios: hay en esto un poderoso remedio contra el mal, un aguijón penetrante que me ayuda a salir de él, un preservativo enérgico que me garantiza contra las caídas; pero debo estar en guardia contra esta manera de pensar, que podría ser egoísta y mezquina y vendría a hacerme sensible únicamente a la pérdida de los goces de que me priva el pecado. Si permanezco así, encogido en mí mismo, me condeno a no hacer ningún progreso; permaneceré aplastado por el temor, preocupado de mí solamente, no veré en Dios sino su rigor, obedeceré a la fuerza, mi vida será un tormento y un continuo suplicio, amenazada por una parte por el pecado y por otra parte por Dios. Así es como se llega a encontrar la religión molesta y penosa. (José Tissot, La vida interior)