Intemperies, accidentes, enfermedades, contrariedades de todas clases, esparcen con tanta frecuencia su amargura en la vida… La mano de Dios es la que dirige estos sucesos y la que distribuye estas pruebas, según los designios combinados de su justicia y de su misericordia. Ya hemos visto cómo es preciso saber decir “gracias” cuando sobrevienen esas tribulaciones. Pero no es que el espíritu de penitencia consista en sufrir la adversidad y sucumbir como sucumbe el animal en el matadero, bajo el golpe que le hiere, no; el espíritu de penitencia está sobre todo en el gozo animoso que se tiene en sufrir alguna cosa por Dios, en la varonil firmeza para mantenerse durante ese tiempo fiel al deber, en la energía de la lucha que es necesario con frecuencia organizar para combatir la enfermedad, vencer la dificultad, dominar el obstáculo, en el esfuerzo hecho para atravesar las pruebas y perfeccionarse con ellas. Ésta es la verdadera penitencia, que no murmura ni se impacienta, que sabe al mismo tiempo sufrir y soportar los inconvenientes, apartar lo que es perjudicial y guardar lo que es útil y conveniente. Y que hasta en las disposiciones de justicia inexorable, por las cuales el ser exterior es progresivamente llevado a la disolución, sabe encontrar la cotidiana renovación del ser interior. De suerte que la aflicción, tan breve y tan ligera de la tribulación presente, nos produce el eterno peso de una sublime e incomparable gloria. (José Tissot, La vida interior)