Estos dos tipos del caminar espiritual (el esfuerzo personal y la confianza en Dios) están personificados en las figuras del fariseo y del publicano, en la parábola que los presenta en el Templo. El primero representa la «ruda escalera de la perfección», que es finalmente una perfección natural, humanista y secular. El segundo, figurado por el «ascensor», representa la marcha profundamente cristiana que es la del arrepentimiento. Esta nunca está al alcance del hombre, pero es siempre fruto de una elección gratuita y una maravilla de la misericordia de la gracia. A fuerza de mirar al cielo y de escrutar los secretos de la misericordia, Teresa ha comprendido que no hay escalera que la lleve arriba, pero que hay un ascensor que Dios sólo puede hacer bajar hasta el hombre. Y para esto hay que velar, esperar y acechar la llegada del ascensor. (Lafrance J, Mi vocación es el amor).