El amor filial de Jesús

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Toda la vida de Cristo fue una adhesión amorosa y un abandono total al beneplácito del Padre. Desde el momento en que Jesús en el Bautismo ha escuchado la palabra del Padre: «Tú eres mi Hijo muy Amado, tienes todo mi amor», hasta el momento en que dirá en la Cruz: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Le 23,46), Jesús interiorizará este amor y lo vivirá concretamente en un movimiento de abandono. Hay en la vida de Cristo un momento en que este abandono culminará y brillará a los ojos de los tres apóstoles, es la agonía en el huerto de Getsemaní. Ora para que esta copa se aleje de él, pero añade en seguida: «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». Cristo sabe muy bien que el Padre escucha toda oración, él mismo lo ha enseñado a los suyos (Mt 7,7), pero sabe también por experiencia que el Padre escucha nuestras oraciones de una manera totalmente distinta de como nosotros lo esperábamos. En la carta a los Hebreos (5,7), se dice que la oración de Jesús en el huerto de los Olivos fue escuchada por su actitud reverente, y que Dios le resucitó de entre los muertos. Pero no se trata de una respuesta inmediata de Dios que hubiera liberado a Cristo de su Hora. Dios ha dado a Cristo la fuerza para aceptar, consentir y abandonarse para cumplir su obra de salvación.