La voluntad de Dios para los mundanos es muchas veces un martirio; para las almas imperfectas, un motivo de resignación; para los santos, un cielo. ¿Por qué una misma cosa produce tan diversos efectos? Sencillamente porque cada alma recibe la voluntad de Dios según sus relaciones con el Espíritu Santo. El mundo ni conoce ni ama la voluntad de Dios y ante ella muchas veces se desespera y blasfema, porque no tiene al Espíritu Santo ni lo puede tener: “Al cual (al Espíritu Santo), dice Jesús, el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Las almas imperfectas poseen ya al Espíritu Santo, por eso reciben la voluntad de Dios con resignación, la cual es una mezcla de gozo y de dolor, porque es un amor imperfecto. En esas almas no ha alcanzado todavía el Espíritu Santo la perfecta posesión ni ha logrado en ellas la perfecta armonía, la plenitud de la paz que el amor produce, porque no ha coordinado aún todas las tendencias del alma en la unidad del amor. En los santos empero, todo es armonía, paz, unidad, porque todo es amor; el Espíritu Santo los ha penetrado, poseído, transformado; con luz divina los santos ven en la voluntad divina el bien de Dios, que es su propio bien, y con toda la impetuosidad de su amor, con toda la vehemencia de la moción del Espíritu Santo se lanzan hacia la voluntad de Dios, con el gozo, con la fruición de quien encuentra el colmo de sus hondos anhelos y la meta de su ansiada felicidad. Solamente el Espíritu Santo puede infundir en nuestros corazones esa posesión por la voluntad divina, porque solamente Él puede darnos a conocer al Padre y enseñarnos a amarlo, transformándonos en Jesús. (El Espíritu Santo)