Cuando leí esta frase de San Jerónimo: «La belleza cuando está más adornada es cuando no lo está», pensé en la naturaleza. Efectivamente, muchas veces lo más simple es lo más bello.
Qué fácil es imaginar a Jesús disfrutando a fondo de lo pequeño, lo humano, lo cotidiano. Lo vemos detenerse ante un lirio silvestre, y admirarse de la poca fatiga con que se vistió mejor que el rey Salomón (cf Mt 6, 28); le gustan las vides (cf Jn 15, 5) y las mieses (Jn 4, 35), se le antojan los higos (cf Mc 11, 13), le conmueven los pastores y las ovejas, presentes en su vida desde su nacimiento (cf Lc 2, 8-19; Jn 10, 1 ss), privilegia el silencio de las noches estrelladas para gozar de muchas largas y serenas horas de intimidad con su Padre. Valora las necesidades básicas para la vida de su gente como una moneda, el vino, el aceite, saborea el agua fresca del pozo tras una mañana polvorienta caminando bajo un sol inclemente (cf Jn 4, 6 ss)… Da gusto ver a Jesús, el Hijo de Dios, disfrutando tanto ser hombre mientras recorría nuestros caminos.
“En este tiempo de vacaciones os invito a recobrar fuerzas maravillándoos ante el esplendor de la Creación. Padres, ¡enseñad a vuestros hijos a observar la naturaleza, a respetarla y a protegerla como un don magnífico que nos hace presentir la grandeza del Creador! Hablando en parábolas, Jesús utilizó el lenguaje de la naturaleza para explicar a sus discípulos los misterios del Reino. ¡Que las imágenes que usa se nos hagan familiares! Recordemos que la realidad divina está escondida en nuestra vida cotidiana como la semilla enterrada en la tierra. ¡En nosotros hagamos que dé fruto!” (Benedicto XVI, Angelus 10 de julio 2011)
Cuando publiqué el artículo de “El sagrado silencio en la celebración litúrgica” sobre el silencio en la misa, la Sra. Adriana Groso compartió conmigo su experiencia del silencio durante una semana recorriendo en bicicleta las colinas de La Toscana, en Italia. La conocí con ocasión de un proyecto de música litúrgica de la que ella es promotora y le pedí permiso para publicar su testimonio.
Silencio, naturaleza y oración
“Emprendí mi viaje con el objetivo de disfrutar esos maravillosos momentos en familia… Amaneció el primer día para pedalear por los caminos de La Toscana durante varias horas. En mi relación con Dios ofrecía mis alegrías, el disfrutar de la belleza natural, de la comida, la bebida y el gozo de compartir con mi familia, ya formada por puros adultos. Cada uno era responsable de sus necesidades, y me jubilaban de cargar, atender, intuir, y lo que las mamás hacemos normalmente.
Ofrecí a Cristo acompañarlo en mis trayectos. A la hora de pedalear no hay conversación con quien viene al lado, así que la meditación de las diferentes estaciones, de los misterios dolorosos, fueron realmente en ese silencio que va marcando los minutos y las horas. Era percibir los campos de olivos y vivir con Él Getsemaní. Sentir junto a Él su soledad, la reunión con sus amigos, la traición…No estaba yo en el templo, ni de rodillas, ni escuchando una oración. Simplemente pedaleaba, sudaba, miraba, pero mi corazón latía al compás de acompañarlo a Él en su pasión.
El silencio era de horas, sólo al llegar a las bifurcaciones había el comentario «hacia allá», y acto seguido volver a pedalear.
Sólo en las subidas muy empinadas podía rezar los misterios del Rosario, porque eran rítmicas y lentas. Pero en las bajadas y curvas, sólo me quedaba admirar el paisaje, oler las especies, las vides, escuchar la caída de las avellanas, oír el canto de las aves y recorrer, sintiendo una respiración agitada y gotas de sudor en el cuerpo. No sé cómo expresar, pero sentí a Jesús en su dolor, sudando y esforzándose por llegar al Calvario. Iba junto a mí en el silencio.
Al pasar por las ermitas o capillas, pude entrar buscando el foquito rojo que me daba la certeza de su presencia. Sólo para decir «hola otra vez, aquí estamos, ¿verdad?».
Esta Semana Santa no fuimos a misionar, pero fue un regalo vivir esos momentos. Cuando pedaleaba no tenía la posibilidad de planear, sólo era el momento. Mis sentidos estaban saturados para ver más. Y me llegó la Pascua de Resurrección con una alegría especial. Una alegría que venía del interior, una gran paz, pero también un gran deseo de que más gentes tengan la certeza del amor de Dios.
El silencio interior hay que ejercitarlo, el templo es el lugar para encontrarnos con Dios, pero a veces el dolor, la alegría, también pueden ser camino al silencio. Cristo está siempre presente, pero sólo en el silencio podemos dialogar con Él.
Afectísima en Cristo, Adriana Groso”
Saborear las cosas simples y pensar que Dios lo hizo para mí porque me ama
En las vacaciones tenemos más oportunidades para entrar en contacto con la naturaleza. Es bueno saber detenerse, admirar, contemplar y agradecer. Saborear las cosas simples y pensar: ¡Dios lo hizo para mí! Porque me ama.
Andamos siempre de prisa y son muchas las cosas maravillosas que pasan desapercibidas. Una forma de relajarse en vacaciones es poner más atención a las cosas sencillas: el juego de luces y sombras en las plantas, el rocío sobre una telaraña, las noches estrelladas, la formación de las nubes, el aroma del café, el canto de los pájaros (pocas cosas descansan tanto como el canto de los pájaros y ¡es gratis!)…. Cosas simples poderosamente expresivas. Son huellas del Creador.
Que las preocupaciones y el consumismo no nos roben toda la atención
La televisión, el internet, las novedades del mercado y tantas cosas más de nuestro mundo pueden robarnos toda la atención, hacernos perder contacto con el mundo real (el más humano) y hacernos perder también muchas oportunidades de entrar en comunicación con Dios. Que, como Jesús, no perdamos de vista tantas cosas que Dios ha puesto en el mundo para que las disfrutemos, elevemos a Él la mirada y le digamos esta bellísima oración: ¡Gracias, Padre!
Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)
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