¿Cómo orar con los salmos?

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Cómo orar con los salmos

En el conjunto de libros que forman la Biblia, el libro de los salmos es el libro de oración por excelencia. En él encontramos las oraciones más antiguas y más usadas de la historia, capaces de nutrir nuestra vida de oración y de modelar nuestro corazón. Todos podemos hacer propias estas oraciones, como lo hizo el mismo Jesucristo, y sumergirnos en esta escuela bíblica de oración para ser conducidos por el Espíritu Santo.

¿Qué son los salmos?

El libro de los salmos se encuadra dentro de los libros sapienciales del Antiguo Testamento, mientras que en la tradición judía forma parte de los libros llamados «’emet», junto con los libros de Job y Lamentaciones. Consta de 150 oraciones poderosas, de tono y temática variada.

Los salmos nos hacen palpar la cercanía y la fidelidad de Dios en medio de las vicisitudes de nuestro caminar cotidiano con sus penas y alegrías, con sus tiempos de paz y de turbación. En ellos encontramos himnos, alabanzas, lamentaciones, súplicas individuales o comunitarias, cantos de acción de gracias, oraciones penitenciales, entre otros.

Los salmos son Palabra de Dios y palabra de hombre. Bajo la inspiración del Espíritu Santo el salmista abre a Dios su corazón en medio de situaciones muy humanas. Por eso nos sentimos tan identificados al rezar los salmos, pues nos dan palabras para dirigirnos a Dios cuando nos sentimos débiles, cuando vamos a la iglesia, cuando hemos pecado, cuando nos sorprendemos ante la inmensidad y la belleza del cosmos, cuando constatamos que no podemos solos y necesitamos el auxilio divino, cuando queremos ofrecerle algo al Creador, etc.

Los salmos no sólo nos enseñan a hablar con Dios, sino que también nos enseñan quién es Dios y cómo es Dios. A través de los salmos conocemos mejor a Dios como Aquél que creó las estrellas, como el Dios fiel, como el Dios compasivo y lleno de misericordia, etc. De allí la importancia de invocar al Espíritu Santo al orar con los salmos para que envíe su luz desde el cielo, ilumine nuestro entendimiento e inflame nuestro corazón.

¿Quién escribió los salmos?

Aunque se otorga la autoría a diversos personajes, la tradición ha atribuido la mayoría de estos himnos al rey David, un varón conforme al corazón de Dios. Otros autores a los que se les atribuyen los salmos son: el Rey Salomón, los hijos de Coré, etc. El pueblo de Israel atesoró con viva estima estas oraciones que consideró como parte insustituible de su legado y de su tradición orante.

Podemos imaginar a Jesús Niño balbuciendo sus primeras oraciones extraídas del libro de los salmos, al compás de los labios de María. Posteriormente, en su vida pública y en su pasión, le veremos hacer referencias al libro de los salmos, lo cual nos indica que constituían parte importante de su vida de oración.

La Iglesia Católica incorporó los salmos en la oración litúrgica y, para muchos cristianos de todos los tiempos, los salmos han sido fuente privilegiada de inspiración y de meditación.

¿Cómo rezar con los salmos? Las actitudes

Los salmos reflejan una amplia gama de disposiciones y de estados del alma. Algunos de ellos evocan la alegría del orante que se siente amado y bendecido por Dios; otros, en cambio, reflejan miedo, dolor y el sentimiento de haber sido abandonados a través de una lamentación. Hay salmos que expresan el anhelo de Dios, mientras que otros hacen al hombre consciente de su indignidad y su pecado. Por ello, cuando guiamos nuestra oración con el libro de los salmos, abrimos nuestro corazón a las actitudes que éstos nos presentan: abandono en Dios, pobreza de espíritu, humildad, confianza, alabanza, gratitud, fe, amor, fidelidad…

Independientemente de la temática que encierren, ya sea desde lo hondo de la prueba, o sea desde las cumbres de la alegría, todos los salmos están permeados de una profunda confianza en Dios, que es bueno y clemente, rico en piedad y leal (Sal 85,15). Los salmos nos enseñan que como un Padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles (Sal 103, 13); esto nos llena de una profunda confianza en Él, en su amor y su misericordia.

Es normal que a veces acudamos a un salmo que no nos diga mucho o que sencillamente no se identifique con el estado de alma que estamos atravesando. Puede suceder que en un momento de paz y gozo encontremos un salmo de lamentación o que en momentos de turbación y de prueba encontremos un salmo jubiloso. En estos momentos podemos acudir a otro salmo que nos sea más familiar y con el que nos identifiquemos mejor. Otra posible actitud, que también es muy rica espiritualmente, es recitar ese salmo por la persona que se encuentre en esa situación. Todos, como miembros de la Iglesia, formamos un cuerpo y con nuestra oración podemos ayudarnos unos a otros. Por ello, aunque tal vez no nos identifiquemos con la angustia y el sufrimiento que evocan algunos salmos, bien podemos elevar esa oración por aquel hermano nuestro que esté atribulado y triste.

¿Cómo rezar con los salmos? Las formas o modalidades

Recitación orante: Puedes aprenderlos de memoria o leerlos pausadamente, gustando cada palabra, apropiando los sentimientos del salmista.

Canto: Los salmos fueron escritos para ser cantados. Si el canto es comunitario, mejor. Pienso por ejemplo en el rezo de la liturgia de las horas en comunidad.

Repetición de una frase: Puedes hacer una selección de tus frases preferidas de los salmos, las que más te gusten y nutran tu vida espiritual, aprenderlas de memoria y repetirlas en voz baja o en silencio durante el día. Por ejemplo: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 23,2), “Mi corazón está firme en el Señor” (Sal 108,1), “Mi alma tiene sed de ti, Señor” (Sal 42,2), “A la sombra de tus alas encuentro refugio” (Sal 17,8),  etc.

Meditación: A partir de tu propia cultura bíblica o ayudándote de comentarios espirituales de los salmos, puedes meditarlos en tu oración personal. Eran la oración del pueblo de Israel, a quien el Señor había prometido un Mesías. Advierte cómo muchos de ellos son aplicables a Jesucristo, así puedes hacer tu meditación en clave cristológica. Una vez contemplados en Jesucristo, se pueden aplicar a la Iglesia, a la comunidad de los bautizados que formamos el Pueblo de Dios, y puedes orarlos en clave eclesiológica. Es de ayuda orarlos en este orden, recordando primero el contexto histórico en que fueron escritos, contemplando después a Jesús, y a nuestra madre la Iglesia, antes aplicarlos a uno mismo.

Aquí encuentras una amplia colección de salmos comentados por el Papa Juan Pablo II: «Catequesis de Juan Pablo II y Benedicto XVI sobre los salmos»

Lectura afectiva y contemplación: Se puede hacer una lectura cargada de afectos, en la que leemos los salmos pausadamente, nos detenemos en aquellas palabras o frases que más luz y devoción nos inspiren, dejamos fluir los afectos (gratitud, confianza, alabanza, abandono…) y estarse así con Dios. No se trata de abarcar todo el texto, ni de hacer muchas consideraciones con la mente, sino sobre todo de gustar la belleza de Dios, dejar que broten afectos de lo hondo del corazón y disfrutar de Su presencia en actitud de filial alabanza.  




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