Anoche recé el Rosario con un grupo de laicos en una casa particular. El hombre que lo dirigió se puso de rodillas delante de Cristo crucificado y de la imagen de María Santísima y nos guió con un profundo fervor. Una de las presentes me dijo luego: «Yo creo que él veía algo mientras rezaba». Sí, veía a María con los ojos de la fe y rezaba como quien sabe que está realmente en los brazos de su Madre del cielo.
¿Nuestra oración inspira?
Hoy escribo para nosotros, los pastores. En el evangelio de la liturgia de hoy encontré estas palabras: «¡Ay de vosotros que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!» (Lc 11,46) Y pensé: ¿no hay algo de verdad en esto cuando hablamos a los laicos de la vida de oración?
A partir de la experiencia de anoche y de la lectura de la misa de hoy, escribí estos apuntes pensando en mí mismo y en mis hermanos sacerdotes y almas consagradas, guías espirituales:
Creo que lo más inspirador para alguien que quiere mejorar su comunicación con Dios es ver a una persona rezando con verdadero fervor y convicción. Nuestra forma de orar y de pastorear a quienes aspiran a ser mejores orantes, ¿es inspiradora? ¿somos buenos pastores?
«El Pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos: que tengan una profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración» (Documento de Aparecida 199)
Consejos para crecer en la vida de oración
1. El pastor debe adoptar un estilo propositivo para:
- suscitar el deseo de mayor intimidad con Dios
- encauzarlo con actitudes y medios adecuados a cada persona y sus circunstancias
- acompañar como amigo del alma.
2. El formador debe ser más testigo que maestro, de manera completamente natural y sincera (sin poses ni fingimientos), debe irradiar pasión de amor por Cristo, fe viva y gusto por la vida de oración. Debe transmitir más por el ejemplo que por la palabra. El pastor ha de llenarse de Cristo en la oración («Ya no yo, es Cristo quien vive en mí» Gal 2,20) y comunicar luego al Cristo que lleva dentro, con la fuerza del Amor que le posee y desborda. Ama con el mismo Espíritu de Cristo. Lleva al mundo la persona de Cristo, de ese Cristo al que antes ha visto y oído.
3. Compartir el amor de Cristo con plena libertad y fuerte carga afectiva, abriendo su corazón en la predicación, la atención sacerdotal y la vida comunitaria. Es un sacerdote que inspira por su testimonio de amor personal a Jesucristo. Se nota que sus palabras provienen de una inteligencia sólidamente formada en Escritura y la Doctrina de la Iglesia, pero que han pasado por un corazón sacerdotal y se han fogueado en la intimidad con el Señor. «Sólo puede encender a los demás quien dentro de sí tiene fuego» (San Agustín, Comentario al Salmo 103, s. 2,4).
4. Crecer en la vida de oración va más allá de métodos, técnicas y recursos pedagógicos. El factor sobrenatural es el más importante. Sin Él, nada podemos hacer en el orden de la gracia. Por ello, para crecer en intimidad con Dios es determinante una intensa oración de súplica al Espíritu Santo. El formador y el orante suplican a Dios que les conceda vivir la experiencia de Su amor, ayudándoles a formar las actitudes para acogerlo y tener la generosidad para seguirlo. Ambos deben buscar, querer, insistir, colaborar, luchar, dejarse guiar. El Espíritu Santo actúa siempre en sinergia, obra desde dentro y juntamente con nosotros. Debemos vivir bajo el soplo del Espíritu que sopla donde quiere.
5. La formación espiritual no es un proceso que produce un resultado, sino unas condiciones que favorecen el crecimiento. En lo que se refiere a la vida de oración, se trata de poner las condiciones que preparen para recibir de Dios el don de la oración contemplativa, donde experimentemos el amor de Dios, que está más dentro de nosotros que nosotros mismos. En este sentido, los pastores somos como jardineros, no ingenieros, ni siquiera maestros. El Maestro interior es Cristo. Es a Él a quien tenemos que escuchar, obedecer e imitar.
6. El pastor es sólo un instrumento de Dios, colabora con Él poniendo medios y condiciones que propicien el encuentro de las almas con el Maestro. El formador educa con las palabras y las actitudes de Cristo, conduce con motivaciones y disciplina, consciente de que la formación profunda es la que obra la Trinidad con cada uno: «Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo» (Jn 5,17).
7. El pastor debe ser sobre todo un pedagogo, que enseña, acompaña, ayuda de manera práctica, a través de una oración insertada en la vida de cada persona, en su historia personal de relación con Dios, en sus circunstancias personales concretas. Debe ofrecer un acompañamiento personal muy práctico, para favorecer que la vida ordinaria, los sacramentos, los actos de piedad y el servicio a los demás sean verdaderos encuentros personales de amor con Cristo. El formador debe actuar a ejemplo del Espíritu Santo: conducir más por seducción que por coacción. Debe dar siempre las motivaciones profundas de cada práctica de piedad y hacerlas gustar.
8. El formador es la voz, Cristo es la Palabra. El pastor acompaña a cada persona para que aprenda a vivir a la escucha del Maestro, que nos enseña con sabiduría, bondad, paciencia y exigencia. A nosotros corresponde descubrir Su plan y Sus caminos para cada uno, y seguirlo con docilidad. Él es el camino, la verdad y la vida. Cristo nos habló con hechos y palabras, y nos sigue hablando hoy a cada uno en el interior. Él nos conoce mejor que nadie, nos ama más que nadie y tiene un proyecto sobre cada uno. Tenemos que permanecer siempre atentos a su Palabra, velando su presencia para ver qué quiere de nosotros y de las personas que dirigimos espiritualmente.
9. Se espera del pastor que sea bondadoso, paciente, que escucha y pastorea a las personas al estilo de Cristo, manso y humilde de Corazón. Que sea compasivo y misericordioso, se ofrezca a sí mismo, lleve con los demás sus sufrimientos, se ocupe de ellos, sea transparencia del Corazón de Jesús para los demás y transforme en oración y en grito al Padre el sufrimiento del mundo.
10. El pastor debe exponerse tal cual es, ser buscador con ellos y como ellos. Esto da mucha confianza a las personas y crea un clima de empatía para que el aprendiz no crea que las cosas del espíritu son demasiado lejanas a él o para personas especiales.
11. Más que teorías, las personas esperan que el formador les comparta su propia experiencia espiritual. Debe desarrollar sus propios cursos, temas, ejercicios, etc. Para conceptualizarla se requiere mucha reflexión. Esto dará como resultado que lo que se transmita sea experiencia viva y convincente, sobre la base de mucho estudio de la doctrina cristiana, la revelación, los grandes maestros de la vida espiritual, debidamente interiorizados. No caer en el error de repetir pláticas preparadas por otros, libros, etc.
12. Ha de ser amigo del alma que no se limita a motivar, sino que pastorea y enseña a cultivar la vida de gracia y a orar. Es lo mejor que un sacerdote puede hacer: enseñar a una persona a cultivar una buena amistad con Cristo, a través de la oración y los sacramentos. Primero sobre rieles, luego con alas.
13. Que esté siempre allí para acompañar a las personas, especialmente en sus pérdidas.
14. Que entienda y se acomode a la vocación y situación propia de la persona que tiene delante y le ayude a relacionarse con Dios desde su vocación: a las consagradas como esposas de Cristo y madres espirituales, a los laicos ayudándoles a cultivar el hábito de la presencia de Dios descubriéndole en todo, etc.
Espero que estos apuntes resulten de utilidad a quienes por la misericordia de Dios hemos sido llamados a ser imagen del Buen Pastor.
Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)
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