Si nos preguntamos, pues, qué rostro de Dios ha encontrado Sta. Teresa del Niño Jesús en la oración al comienzo de los manuscritos, hay que reconocer que es un rostro de dulzura, de ternura y de misericordia. Hubiera podido retener otros rostros, en particular el de la justicia, pues había estado en contacto con muchas carmelitas que se habían ofrecido a la justicia de Dios. Bajo la acción del Espíritu Santo comprenderá que Jesucristo no es la encarnación de cualquier rostro, sino la encarnación de su rostro más profundo y más misterioso, a saber, su rostro de Misericordia. Para revelar la ternura de Dios para los que están lejos y son miserables es para lo que Jesús ha venido a la tierra: «No necesitan médico los que están fuertes, sino lo que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de Misericordia quiero y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mt 9,12-13). (Lafrance J, Mi vocación es el amor).