Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos! Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt, 16. 13-19).
COMENTARIO
Ante tu pregunta directa, Señor, sobre qué pienso yo de ti y en qué estima te tengo, me veo reflejado en la respuesta de los tuyos, que evaden en un primer momento contestarte y se refugian en decir lo que otros piensan o hablan de Ti.
Es posible reducir la fe a una ideología y permanecer en el mundo de las ideas cuando se trata del tema religioso. Y, sin embargo, a Ti no te interesa lo que otros escriban, o digan de Ti, sino qué pienso yo de ti, cómo te percibo.
Hay momentos en los que, como Pedro, te confieso Señor, Hijo de Dios, Mesías, Salvador. En otros momentos surge dentro de mí la relación amiga, confiada, serena, compañera de Tú a tú. Aunque sé quién eres, y profeso con la Iglesia que creo en Ti, Hijo único de Dios, nacido de María Virgen, por obra del Espíritu Santo, cuando más he sentido tu presencia y tu identidad ha sido en los momentos más críticos. En esas circunstancias, poder invocarte por saber de tu opción por todos, me ha dado esperanza y ha brotado de mí la súplica, hasta el grito de auxilio confiado.
Reconozco que ha sido tu abrazo misericordioso el que me ha dejado sentir hasta dónde llega tu poder, cuando en vez de dejarme arrastrar penosamente mi propia debilidad, Tú me has hecho sentir el perdón y la amistad. Cuando andaba más herido, me ha sorprendido precisamente sentir más tu presencia.
Confieso tu divinidad y que estoy deseoso de seguir tu enseñanza. Tú sabes que acudo a ti como necesitado de saberme acompañado en lo más profundo de mi ser. Debo reconocer que a veces se yuxtapone mi natural religioso con mi identidad creyente. En ocasiones, me duele percibir que mi relación contigo pueda ser interesada, egoísta, autojustificativa, por oficio y no por amor.
Tú me has demostrado tu providente acompañamiento, salvándome de mí mismo. Déjame entonces que te confiese Señor y Amigo; Maestro y Compañero; relación esencial y necesitada. Aunque sé que si te confieso así, es por tu gracia y no por mi naturaleza.
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web) El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet y redes sociales, siempre y cuando se cite su autor y fuente original: www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.