Salmo 100: Voy a cantar la bondad y la justicia

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SALMO 100

1 Voy a cantar la bondad y la justicia,
para ti es mi música, Señor;
2 voy a explicar el camino perfecto:
¿cuándo vendrás a mí?

Andaré con rectitud de corazón
dentro de mi casa;
3 no pondré mis ojos
en intenciones viles.

Aborrezco al que obra mal,
no se juntará conmigo;
4 lejos de mí el corazón torcido,
no aprobaré al malvado.

5 Al que en secreto difama a su prójimo
lo haré callar;
ojos engreídos, corazones arrogantes
no los soportaré.

6 Pongo mis ojos en los que son leales,
ellos vivirán conmigo;
el que sigue un camino perfecto,
ése me servirá.

7 No habitará en mi casa
quien comete fraudes;
el que dice mentiras
no durará en mi presencia.

8 Cada mañana haré callar
a los hombres malvados,
para excluir de la ciudad del Señor
a todos los malhechores.

Catequesis de Juan Pablo II

30 de abril de 2003

Un retrato del político

1. Después de las dos catequesis dedicadas al significado de las celebraciones pascuales, reanudamos nuestra reflexión sobre la liturgia de las Laudes. Para el martes de la cuarta semana nos propone el salmo 100, que acabamos de escuchar.

Es una meditación que pinta el retrato del político ideal, cuyo modelo de vida debería ser el actuar divino en el gobierno del mundo: un actuar regido por una perfecta integridad moral y por un enérgico compromiso contra las injusticias. Ese texto se vuelve a proponer ahora como programa de vida para el fiel que comienza su día de trabajo y de relación con el prójimo. Es un programa de «amor y justicia» (cf. v. 1), que se articula en dos grandes líneas morales.

El compromiso por la integridad y la justicia

2. La primera se llama «senda de la inocencia» y está orientada a exaltar las opciones personales de vida, realizadas «con rectitud de corazón», es decir, con conciencia totalmente recta (cf. v. 2).

Por una parte, se habla de modo positivo de las grandes virtudes morales que hacen luminosa la «casa», es decir, la familia del justo (cf. v. 2): la sabiduría, que ayuda a comprender y juzgar bien; la inocencia, que es pureza de corazón y de vida; y, por último, la integridad de la conciencia, que no tolera componendas con el mal.

Por otra parte, el salmista introduce un compromiso negativo. Se trata de la lucha contra toda forma de maldad e injusticia, para mantener lejos de su casa y de sus opciones cualquier perversión del orden moral (cf. vv. 3-4).

Como escribe san Basilio, gran Padre de la Iglesia de Oriente, en su obra El bautismo, «ni siquiera el placer de un instante que contamina el pensamiento debe turbar a quien se ha configurado con Cristo en una muerte semejante a la suya» (Opere ascetiche, Turín 1980, p. 548).

El rechazo de la mentira

3. La segunda línea se desarrolla en la parte final del salmo (cf. vv. 5-8) y precisa la importancia de las cualidades más típicamente públicas y sociales. También en este caso se enumeran los puntos esenciales de una vida que quiere rechazar el mal con rigor y firmeza.

Ante todo, la lucha contra la calumnia y la difamación secreta, un compromiso fundamental en una sociedad de tradición oral, que atribuía gran importancia a la función de la palabra en las relaciones interpersonales. El rey, que ejerce también la función de juez, anuncia que en esta lucha empleará la más rigurosa severidad: hará que perezca el calumniador (cf. v. 5). Asimismo, se rechaza toda arrogancia y soberbia; se evita la compañía y el consejo de quienes actúan siempre con engaño y mentiras. Por último, el rey declara el modo como quiere elegir a sus «servidores» (cf. v. 6), es decir, a sus ministros. Los escoge entre «los que son leales». Quiere rodearse de gente íntegra y evitar el contacto con «quien comete fraudes» (cf. v. 7).

La responsabilidad del soberano

4. El último versículo del salmo es particularmente enérgico. Puede resultar chocante al lector cristiano, porque anuncia un exterminio: «Cada mañana haré callar a los hombres malvados, para excluir de la ciudad del Señor a todos los malhechores» (v. 8). Sin embargo, es importante recordar que quien habla así no es una persona cualquiera, sino el rey, responsable supremo de la justicia en el país. Con esta frase expresa de modo hiperbólico su implacable compromiso de lucha contra la criminalidad, un compromiso necesario, que comparte con todos los que tienen responsabilidades en la gestión de la administración pública.

Evidentemente, esta tarea de justiciero no compete a cada ciudadano. Por eso, si los fieles quieren aplicarse a sí mismos la frase del salmo, lo deben hacer en sentido analógico, es decir, decidiendo extirpar cada mañana de su propio corazón y de su propia conducta la hierba mala de la corrupción y de la violencia, de la perversión y de la maldad, así como cualquier forma de egoísmo e injusticia.

La misericordia por encima de la justicia

5. Concluyamos nuestra meditación volviendo al versículo inicial del salmo: «Voy a cantar el amor y la justicia…» (v. 1). Un antiguo escritor cristiano, Eusebio de Cesarea, en sus Comentarios a los Salmos, subraya la primacía del amor sobre la justicia, aunque esta sea también necesaria: «Voy a cantar tu misericordia y tu juicio, mostrando cómo actúas habitualmente: no juzgas primero y luego tienes misericordia, sino que primero tienes misericordia y luego juzgas, y con clemencia y misericordia emites sentencia. Por eso, yo mismo, ejerciendo misericordia y juicio con respecto a mi prójimo, me atrevo a cantar y entonar salmos en tu honor. Así pues, consciente de que es preciso actuar así, conservo inmaculadas e inocentes mis sendas, convencido de que de este modo te agradarán mis cantos y salmos por mis obras buenas» (PG 23, 1241).

 

Comentario del Salmo 100

Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García

Introducción general

Este salmo ha sido saludado como el «espejo del príncipe y de los magistrados». Sería un discurso programático pronunciado al comienzo del reinado. La conducta del rey se fundamenta en «el amor y la justicia» de Dios, el único Rey de Israel. Son los dos términos que caracterizan la alianza con su pueblo. Cuando éste haya respondido con justicia y bondad, la pregunta que se hace el salmista habrá obtenido una respuesta: Dios habrá venido, su alianza se habrá consumado. Mientras tanto, el rey, personificación del pueblo y representante del Rey, declara su intención de comportarse conforme a la justicia revelada en forma de ley. A continuación se enuncian diez preceptos que seguirá el rey en su praxis política. El salmo se compone en la época monárquica, sin que sepamos precisar más. A lo largo de ella, y una vez desaparecida, queda abierto al rey ideal.

Es conveniente que este salmo sea recitado por un solo salmista, que, representando al rey, declara sus intenciones.

También se podría dividir en dos partes para ser recitadas por dos salmistas: el presidente y otro.

Presidente, Pureza de corazón: «Voy a cantar la bondad… no aprobaré al malvado» (vv. 1-4).

Salmista, Justicia en el gobierno y en el juicio: «Al que en secreto difama… a todos los malhechores» (vv. 5-8).

«Apacienta mis corderos»

La justicia que debe practicar el gobernante es réplica de la justicia divina: fidelidad a las cláusulas de la alianza. Guardar las palabras de la ley, poner en práctica los preceptos, tal es el programa del rey. Se le pide el homenaje de la obediencia. Ninguno como Jesús afirma su dimensión obediencial: «Aquí estoy para cumplir tu voluntad, Dios mío» (Hbr 10-5). La oblación de su cuerpo confirma de una vez por todas la autenticidad de su obediencia. La aprendió en el duro taller del sufrimiento, por ello es el Jefe de los pastores. Los llamados a ser pastores deben responder antes a la pregunta, formulada en presencia de todos: «¿Me amas más que éstos?» (Jn 21). Quien así ama «ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple» (Jn 14,21); es decir, ama u obedece hasta la muerte. Ahora puede servir a los demás, como el Pastor que da la vida por sus ovejas; puede apacentar a los pequeños y a los mayores, a los corderos y a las ovejas.

Administradores de Dios

El rey es representante de Dios en la sociedad teocrática israelita. Una vida irreprochable, una fidelidad sincera, pureza de corazón, rechazar cualquier proyecto culpable y la falsedad de corazón son otras tantas dimensiones que debe albergar en su interior. Humanamente es un programa impracticable. Sólo Jesús, «santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores», fue capaz de encarnarlo. Se pide a quien tenga una función rectora en el nuevo pueblo que sea «inculpable, como administrador de Dios; no arrogante, no colérico…, sino hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí; que se ajuste a la doctrina…» (Tit 17,9). En una palabra, ha de ser «modelo del rebaño». Si así sucede, cuando vuelva el Jefe de pastores «le dará la corona de gloria». Oremos por nuestros pastores, administradores de Dios.

Conducta con los apóstatas

Dos sentimientos contrapuestos se enfrentan en el alma del gobernante: pone sus ojos en los que son leales, los aparta de las intenciones viles, identificadas con las «cosas de Belial», el príncipe de los demonios en el judaísmo posterior. El salmista no quiere tener ninguna comunión con los apóstatas o ateos prácticos que viven al margen de la ley y desprecian a Dios. «¿Qué unión puede haber entre la luz y las tinieblas? ¿Qué armonía entre Cristo y Belial? ¿Qué participación entre el fiel y el infiel?» (1 Co 6,14). Ninguna. Así, por ejemplo, Pablo rompe la comunión con el incestuoso de Corinto y exhorta: «Extirpad el mal de entre vosotros mismos». Tal vez sea el mejor servicio que se pueda prestar al apóstata, a fin de que su espíritu se salve en el día del Señor, y no tendrá que oír: «¡Fuera los perros…, los apóstatas y todo el que ame y practique la mentira» (A 22,15). Oremos por los apóstatas: que el Señor pueda poner en ellos sus ojos cuando venga.

Resonancias en la vida religiosa

Declaración programática ante el Señor: Este salmo 100 representa la declaración programática de un rey o príncipe delante de Dios. La situación puede transferirse perfectamente a nuestra comunidad. Ella ha de tener un programa de vida, pues no ha sido únicamente elegida y consagrada, sino también enviada a cumplir una determinada misión. Todos y cada uno tenemos nuestra responsabilidad en la misión común.

Nuestro programa comunitario es como una música acorde ante el Señor: «Para ti es nuestra música, Señor». Se basa en la rectitud de corazón dentro de la comunidad: como actitud interior hemos de rechazar las intenciones viles, los afectos torcidos; comunitariamente hemos de desterrar la infamia, la crítica amarga y destructora, la prepotencia de los unos sobre los otros. Nuestro programa comunitario es también misionero: ser fermento y acicate de lealtad, rectitud y verdad, allí donde estemos y actuemos.

Oraciones sálmicas

Oración I: Fíjate, Pastor eterno, en aquellos que tienen en tu Iglesia alguna responsabilidad sobre tu rebaño; concédeles el amor que procede de ti, para que entreguen su vida por las ovejas y las mantengan unidas. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Has puesto, Señor, tu herencia en nuestras manos y esperas de nosotros que seamos buenos administradores; no permitas que nos dejemos llevar por la ira, la arrogancia, la prepotencia; concédenos tu santidad, tu comprensión, tu amorosa y humilde acogida. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Que rechacemos de tal modo la maldad, la corrupción, Señor, que tengamos energía para extirpar el mal que hay en nosotros y ante nosotros; que no lleguemos a pacíficos pactos con la maldad; danos vigor para destruirla con el fuego de tu amor. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

Comentario del Salmo 100

Por Maximiliano García Cordero

Este salmo ha sido saludado como el «espejo del príncipe y de los magistrados». En él se traza el programa de un gobierno equitativo y honesto, refrenando los desmanes de los impíos y promoviendo el bien a base de seleccionar buenos y fieles consejeros, evitando el fraude y ejerciendo la justicia de modo severo contra los obradores de iniquidad. En el salmo podemos distinguir dos partes: a) normas de conducta en la vida privada (vv. 1-4); b) en las relaciones de la vida pública (vv. 5-8).

Normas de conducta en la vida privada.- Las características de la conducta divina son la bondad para con los que le son fieles y la justicia para con los rebeldes a su ley. El salmista inicia su poema declarando estos atributos divinos para después amoldarse a sus exigencias en la vida moral. En su conducta privada quiere seguir el camino de la rectitud moral, ansiando poder convivir en comunidad afectiva con Yahvé: ¿cuándo vendrás a mí? En su vida no prestará atención a nada vil o indigno de su calidad de fiel yahvista; por eso no puede aprobar el proceder de los que obran mal, apóstatas o ateos prácticos, que viven al margen de su ley y desprecian a Dios. En su deseo de mantenerse íntegro, vivirá alejado del malvado con un corazón recto y sumiso a los preceptos divinos.

Conducta en su vida pública.- Como gobernante, excluirá de su confianza a los calumniadores, orgullosos y fraudulentos, procurando rodearse sólo de los hombres probos o que son leales. Sólo los rectos tendrán acceso a él en el gobierno en calidad de ministros, ése me servirá. Con energía procurará cada día hacer desaparecer de la sociedad a los malvados, que inficionan el ambiente con sus perversidades. En la ciudad del Señor -Jerusalén- no pueden habitar los inicuos, pues es la capital de la teocracia, donde mora el propio Dios de Israel.