Entonces la paradoja evangélica adquiere una particular expresividad. Se hace un programa del ser. Ser pobre, en el sentido dado por el Maestro de Nazaret a un tal modo de «ser», significa hacerse en la propia humanidad un dispensador de bien. Esto quiere decir igualmente descubrir «el tesoro». Este tesoro es indestructible. Pasa junto con el hombre en la dimensión de la eternidad, pertenece a la escatología divina del hombre. Gracias a este tesoro el hombre tiene su futuro definitivo en Dios. Cristo dice: «tendrás un tesoro en el cielo». Este tesoro no es tanto «un premio» después de la muerte por las obras realizadas según el ejemplo del divino Maestro, cuanto más bien el cumplimiento escatológico de lo que se escondía detrás de estas obras, ya aquí en la tierra, en el «tesoro» interior del corazón. En efecto, el mismo Cristo invitando en el Discurso de la Montaña a acumular tesoros en el cielo añadió: «Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón». Estas palabras indican el carácter escatológico de la vocación cristiana, y más aún el carácter escatológico de la vocación que se realiza en el ámbito de las bodas espirituales con Cristo mediante la práctica de los consejos evangélicos.
Exhortación apostólica Redemptoris donum