Cuando comieres alguna vianda que sea de tu gusto, harás esta reflexión: que sólo el Creador es capaz de darle este gusto que encuentras, y que te es tan agradable; y poniendo en Él solo todas tus delicias, te dirás a ti misma: Alégrate, alma mía, de que, como fuera de Dios no hay verdadero ni sólido contento, así en solo Dios puedas verdaderamente deleitarte en todas las cosas. Cuando percibieres algún olor suave y agradable no te detengas en el deleite o gusto que te causa; mas pasa con el pensamiento al Señor, de quien tiene su origen aquella fragancia, y con una interior consolación le dirás: Haced, Dios y Señor mío, que así como yo me alegro de que de Vos proceda toda suavidad, así mi alma, desasida de los placeres sensuales, no tenga cosa alguna que le impida elevarse a Vos, como el humo de un agradable incienso. Finalmente, cuando oyeres alguna suave armonía de voces e instrumentos, volviéndote con el espíritu a Dios, dirás: ¡Oh Señor, Dios mío, cuánto me alegro de vuestras infinitas perfecciones, que unidas forman una admirable armonía y concierto, no solamente en Vos mismo sino también en los Ángeles, en los cielos y en todas las criaturas!(El Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli)