SALMO 107
2 Dios mío, mi corazón está firme,
para ti cantaré y tocaré, gloria mía.
3 Despertad, cítara y arpa;
despertaré a la aurora.
4 Te daré gracias ante los pueblos, Señor;
tocaré para ti ante las naciones:
5 por tu bondad, que es más grande que los cielos;
por tu fidelidad, que alcanza a las nubes.
6 Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria;
7 para que se salven tus predilectos,
que tu mano salvadora nos responda.
8 Dios habló en su santuario:
«Triunfante, ocuparé Siquén,
parcelaré el valle de Sucot;
9 mío es Galaad, mío Manasés,
Efraín es yelmo de mi cabeza,
Judá es mi cetro;
10 Moab, una jofaina para lavarme;
sobre Edom echo mi sandalia,
sobre Filistea canto victoria».
11 Pero, ¿quién me guiará a la plaza fuerte,
quién me conducirá a Edom,
12 si tú, oh Dios, nos has rechazado
y no sales ya con nuestras tropas?
13 Auxílianos contra el enemigo,
que la ayuda del hombre es inútil.
14 Con Dios haremos proezas,
él pisoteará a nuestros enemigos.
Catequesis de Juan Pablo II
28 de mayo de 2003
Composición del salmo
1. El salmo 107, que se nos ha propuesto ahora, forma parte de la secuencia de los salmos de la Liturgia de Laudes, objeto de nuestras catequesis. Presenta una característica, a primera vista, sorprendente. La composición no es más que la fusión de dos fragmentos de salmos anteriores: uno está tomado del salmo 56 (vv. 8-12), y el otro, del salmo 59 (vv. 7-14). El primer fragmento tiene forma de himno; el segundo, es una súplica, pero con un oráculo divino que infunde en el orante serenidad y confianza.
Esta fusión da origen a una nueva plegaria y este hecho resulta ejemplar para nosotros. En realidad, también la liturgia cristiana, a menudo, funde pasajes bíblicos diferentes, transformándolos en un texto nuevo, destinado a iluminar situaciones inéditas. Con todo, permanece el vínculo con la base originaria. En la práctica, el salmo 107 -aunque no es el único; basta ver, por citar otro testimonio, el salmo 143- muestra que ya Israel en el Antiguo Testamento utilizaba de nuevo y actualizaba la palabra de Dios revelada.
Un corazón firme ante la prueba
2. El salmo que resulta de esa combinación es, por tanto, algo más que la simple suma o yuxtaposición de los dos pasajes anteriores. En vez de comenzar con una humilde súplica, como el salmo 56, «Misericordia, Dios mío, misericordia» (v. 2), el nuevo salmo comienza con un decidido anuncio de alabanza a Dios: «Dios mío, mi corazón está firme; para ti cantaré y tocaré» (Sal 107,2). Esta alabanza ocupa el lugar de la lamentación que formaba el inicio del otro salmo (cf. Sal 59,1-6), y se convierte así en la base del oráculo divino sucesivo (cf. Sal 59,8-10=Sal 107,8-10) y de la súplica que lo rodea (cf. Sal 59,7.11-14=Sal 107,7.11-14).
Esperanza y temor se funden y se transforman en el contenido de la nueva oración, totalmente orientada a infundir confianza también en el tiempo de la prueba que vive toda la comunidad.
Figura de la crucifixión
3. El salmo comienza, por consiguiente, con un himno gozoso de alabanza. Es un canto matutino acompañado por el arpa y la cítara (cf. Sal 107,3). El mensaje es muy claro y se centra en la «bondad» y la «verdad» divinas (cf. v. 5): en hebreo, hésed y ‘emèt, son los términos típicos para definir la fidelidad amorosa del Señor a la alianza con su pueblo. Sobre la base de esta fidelidad, el pueblo está seguro de que no se verá abandonado por Dios en el abismo de la nada y de la desesperación.
La relectura cristiana interpreta este salmo de un modo particularmente sugestivo. En el versículo 6, el salmista celebra la gloria trascendente de Dios: «Elévate -es decir, sé exaltado- sobre el cielo, Dios mío». Comentando este salmo, Orígenes, el célebre escritor cristiano del siglo III, remite a la frase de Jesús: «Cuando seré exaltado de la tierra, atraeré a todos a mí» (Jn 12,32), que se refiere a su crucifixión. Tiene como resultado lo que afirma el versículo sucesivo: «Para que se salven tus predilectos» (Sal 107,7). Por eso, concluye Orígenes: «¡Qué admirable significado! El motivo por el cual el Señor es crucificado y exaltado es que sus predilectos se salven. (…) Se ha realizado lo que hemos pedido: él ha sido exaltado y nosotros hemos sido salvados» (Origene-Girolamo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Milano 1993, p. 367).
El Señorío divino sobre toda la tierra
4. Pasemos ahora a la segunda parte del salmo 107, cita parcial del salmo 59, como hemos dicho. En la angustia de Israel, que siente a Dios ausente y distante («Tú, oh Dios, nos has rechazado»: v. 12), se eleva la voz del oráculo del Señor, que resuena en el templo (cf. vv. 8-10). En esta revelación, Dios se presenta como árbitro y señor de toda la Tierra Santa, desde la ciudad de Siquén hasta el valle de Sucot, en Transjordania, desde las regiones orientales de Galaad y Manasés hasta las centro-meridionales de Efraín y Judá, llegando incluso a los territorios vasallos pero extranjeros de Moab, Edom y Filistea.
Con imágenes coloridas de ámbito militar o de tipo jurídico se proclama el señorío divino sobre la Tierra prometida. Si el Señor reina, no tenemos nada que temer: no estamos a merced de las fuerzas oscuras del hado o del caos. Siempre, incluso en los momentos tenebrosos, hay un proyecto superior que gobierna la historia.
El Señor es nuestra fuerza
5. Esta fe enciende la llama de la esperanza. De cualquier modo, Dios señalará un camino de salida, es decir, una «plaza fuerte» puesta en la región de Idumea. Eso significa que, a pesar de la prueba y del silencio, Dios volverá a revelarse, a sostener y guiar a su pueblo. Sólo de él puede venir la ayuda decisiva y no de las alianzas militares externas, es decir, de la fuerza de las armas (cf. v. 13). Y sólo con él se conseguirá la libertad y se harán «proezas» (cf. v. 14).
Con san Jerónimo, recordemos la última lección del salmista, interpretada en clave cristiana: «Nadie debe desesperarse en esta vida. ¿Tienes a Cristo y tienes miedo? Él será nuestra fuerza, él será nuestro pan, él será nuestro guía» (Breviarium in Psalmos, Ps. CVII: PL 26, 1224).
Comentario del Salmo 107
Por Ángel Aparicio y José Cristo Rey García
Introducción general
Aunque este salmo esté compuesto con fragmentos de otros dos, tiene su originalidad. Los vv. 2-5 no son una acción de gracias al final de una súplica. Aquí preparan la súplica. Los vv. 6-7 son una preparación inmediata de la súplica posterior, en la que se pedirá a Dios que intervenga en favor de su pueblo. La parte siguiente (vv. 8-10) tiene el sentido de una teofanía de juicio: la Palabra de Dios es una proclamación de su dominio. Vigorizada de este modo la confianza del salmista, éste procede a exponer la calamidad de su pueblo, con la finalidad de mover la misericordia divina (vv. 11-12). Ahora es cuando se pasa a la súplica directa (v. 13) y se concluye con un tono de confianza (v. 14). Consiguientemente, el salmo va de la alabanza a la súplica, pasando por la intervención judicial de Dios y la exposición de la calamidad.
Si la finalidad de este salmo es suplicar por la unidad del pueblo o pedir la asistencia divina en un momento difícil, la asamblea debe ser protagonista de la salmodia, sin que ello obste para la distribución de otros papeles, del modo siguiente:
Asamblea, Himno inicial: «Dios mío… que alcanza a las nubes» (vv. 2-5).
Salmista 1.º, Petición de la intervención divina: «Elévate sobre el cielo… nos responda» (vv. 6-7).
Salmista 2.º, Introducción oracular: «Dios habló en su santuario» (v. 8a).
Presidente, Oráculo divino: «Triunfante ocuparé… sobre Filistea canto victoria» (vv. 8b-10).
Asamblea, Súplica colectiva: «Pero ¿quién me guiará… a nuestros enemigos?» (vv. 11-14).
Gracias sean dadas a Dios por nuestro Señor Jesucristo
El comienzo de un nuevo día señala el nacimiento de la luz. Todos deben despertar. Debe despertar Dios, «gloria mía», que recibe nuestra alabanza. Debe despertar la cítara para el acompañamiento, y la aurora para escucharlo. Nosotros vamos a cantar y a tocar porque «cuando todavía éramos débiles, Cristo murió por los impíos» (Rm 5,6). Vamos a cantar la caridad que supera toda ciencia, ya que Cristo me amó y se entregó por mí. Vamos a cantar y a tocar porque hemos conseguido misericordia: la seguridad de que nadie nos separará del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Nuestro corazón está firme para reconocer cuánto ha hecho Dios por nosotros: cómo ya ahora nos ha trasladado al reino de su luz admirable y nos tiene preparado el día en que habitemos en su luz inextinguible. Gracias te sean dadas, Dios nuestro, por Cristo Jesús.
Subió al cielo
El antiguo grito de guerra -«elévate, Dios mío»- con el que los israelitas pedían la llegada del arca al campamento de batalla (Nm 10,35), es en nuestro salmo una interpelación para que Dios salve a sus predilectos y, correlativamente, aniquile al adversario. Nada de esto ha perdido valor. La exaltación celeste de Cristo es la afirmación de su soberanía por encima de los poderes, cualesquiera que sean. Su subida es, a la vez, el inicio de una subida multitudinaria, la de sus predilectos. Entre ambas ascensiones, el cristiano tiene la misión de vivir de una forma nueva en el viejo mundo. Si busca las cosas de arriba, donde su vida está escondida con Cristo en Dios, elevará este mundo a la transformación querida por Dios. El cristiano ha recibido la misión de llenar la tierra con la presencia de Dios. Así, no con las armas, destruirá al adversario y subirá al cielo, se salvará como predilecto de Dios.
«Padre, que todos sean uno»
El oráculo teofánico asegura la unidad de la gran nación israelita, como en los días de David. Por el momento, el pueblo está disperso, porque Dios lo ha rechazado. Sin embargo, cabe la esperanza de futuras proezas, no con la ayuda del hombre -que es inútil-, sino con la ayuda de Dios. ¿Cómo no pensar en el Hombre que murió para congregar a los hijos de Dios que estaban dispersos? Aún hay muchas ovejas que no han oído su voz. Es preciso que la escuchen para que haya un solo rebaño y un solo pastor, porque de este Dios es Moab, Edom, Filistea, lo mismo que Galaad, Manasés, Efraín y Judá. Todos los hombres deben ser injertados en el único olivo que es la Iglesia (Rm 11,17-24). Pidamos a Dios que una a su Iglesia para que el mundo crea en el Mesías. Que se digne aplicar a nuestro mundo dividido la muerte de Cristo, para que la Iglesia realice nuevas proezas en favor de la unidad del mundo.
Resonancias en la vida religiosa
Misión infructuosa sin el Señor: El pescador de hombres, Simón Pedro, quiso salir a pescar; él mismo se fijó la misión y el modo de realizarla. El olvido de Jesús hizo la pesca infructuosa y llenó de noche la actividad de Pedro y sus amigos. Sólo cuando al amanecer se encontraron con Jesús e hicieron de él el protagonista de la misión y le obedecieron en el modo de realizarla tuvieron una pesca abundante. Después ofrecieron la acción de gracias en la comida.
Esta experiencia de fondo aparece en el salmo 107: la derrota del pueblo es segura si «Dios no sale ya con sus tropas»; en este caso «la ayuda del hombre es inútil»; pero cuando Dios se aproxima a sus elegidos, los salva con su mano poderosa e infunde confianza con su promesa fiel.
La comunidad religiosa debe preguntarse: «¿Quién me guiará a la plaza fuerte?» Convencidos estamos de que la presencia del Señor victorioso en nuestra fraternidad permitirá que realicemos grandes obras, pero infructuosa sería nuestra misión sin el Señor. Unidos a Él por la fe, el amor, la esperanza comunitaria, seremos sus profetas. Y podremos celebrar -diariamente- en el gozo del Espíritu nuestra Eucaristía ante todos los pueblos, cantando la portentosa bondad del Señor.
Oraciones sálmicas
Oración I: Que la acción de gracias que te dirigimos, Dios nuestro, despierte una nueva aurora; que tu Hijo resucitado anticipe su presencia gloriosa entre nosotros y así se salvarán tus predilectos y, contigo a su lado, harán proezas. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Con la elevación de tu Hijo sobre el cielo, Padre nuestro, has iniciado la subida multitudinaria de tus predilectos; concédenos que nosotros, buscando las cosas de arriba, donde está nuestra vida escondida con Cristo en ti, elevemos este mundo a la transformación que Tú quieres. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración III: Tu Hijo, Padre de amor, murió para congregar a tus hijos que estaban dispersos; nuestra unidad es imposible con la ayuda del hombre; con el poder de tu Espíritu, sin embargo, nos reunirás de nuevo y contigo haremos proezas. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Comentario del Salmo 107
Por Maximiliano García Cordero
Este salmo es una combinación de dos fragmentos tomados de otros salmos: los vv. 2-7 están tomados del salmo 56,8-12, y los vv. 8-14, del salmo 59,7-14. La primera parte es de acción de gracias, y la segunda es una súplica de victoria sobre los enemigos vecinos de Israel: Siquén, Filistea, Galaad, Edom.
Liberación, acción de gracias (vv. 2-7).- El corazón del salmista se dispone a entonar salmos de acción de gracias a su Salvador. Poéticamente invita a su alma a entonar cantos de júbilo al son del arpa y de la cítara. Poéticamente declara que está dispuesto a despertar a la misma aurora con sus instrumentos musicales. De ordinario, la aurora es la que despierta al poeta para que entone cánticos en honor de Yahvé; aquí es el poeta el que se adelanta a la aurora, porque no puede retener el júbilo que le embarga.
La perspectiva del salmista se ensancha, pues no sólo quiere cantar los portentos de su Dios Salvador en medio de su pueblo, sino que aspira a darlos a conocer a los pueblos y naciones gentílicas, y declara que la bondad del Señor sobrepasa a los cielos y su fidelidad a las nubes. No sólo llenan la tierra, sino que traspasan el horizonte cósmico del hombre. Esta amplitud de la grandeza divina exige un canto que desborde también todos los ámbitos nacionales. Conforme a esta perspectiva, el salmista pide que se manifieste en lo alto de los cielos, haciendo esplender su gloria en toda la tierra.
Promesa de victoria (vv. 8-14).- El oráculo se pone en boca de Yahvé, y el contenido de esta promesa es la seguridad de la victoria sobre los pueblos vecinos a Israel: Moab, Edom y Filistea. El vencedor es Yahvé, que conquistó Canaán y sus aledaños para su pueblo elegido, Israel. Las palabras, aunque puestas en boca de Dios, en realidad pueden aplicarse a la nación israelita como colectividad. El poeta dramatiza la victoria y, con claros antropomorfismos, presenta a Dios como un guerrero que ocupa y somete a las naciones enemigas de Israel. Ante la victoria segura, exulta y se dispone a repartir la región de Siquén, es decir, la franja de terreno situada en Cisjordania. El valle de Sucot es la región conquistada en Transjordania. Galaad y Manasés son los territorios del norte de Transjordania. Estas zonas territoriales, pues, pertenecen al pueblo de Yahvé; pero el centro de ellas lo constituye Efraín, que es el yelmo de su cabeza, porque la tribu de Efraín se distinguió siempre por su espíritu belicista y aguerrido, y Judá su cetro, o territorio donde radicaba la capital con su templo, morada de su majestad en la tierra. Por ello tenía la supremacía jurídica y gubernativa sobre el resto de las tribus.
Aquí se declara la pertenencia de los territorios de estas diversas tribus a Yahvé como porción especial de Él; pero, además, serán sometidos como estados vasallos Moab, Edom y Filistea. Los términos en que se expresa esta idea son despectivos y humillantes, en contraposición a la declaración de pertenencia de los territorios anteriores que integraban la «heredad» de Yahvé. Moab es la jofaina en la que se lava sus pies; Edom es el esclavo a quien se confía llevar el calzado, y Filistea oirá los cantos de triunfo del Vencedor, sin poder oponerse a su victoria. Esta es la panorámica de triunfo que el salmista pone en boca de Yahvé para dar ánimos a los decaídos israelitas por las derrotas actuales.
Terminado el oráculo, el salmista, sopesando el ambiente de postración y derrota de su pueblo, clama a su Dios para que los ayude a reconquistar el territorio edomita y dar el merecido al arrogante Edom, actualmente vencedor. Espera el poder de Yahvé para reconstruir el poder militar de la nación. Nadie puede darles la victoria sino el propio Dios. El salmista ansía llegar con su ejército a la ciudad fortificada, sin duda Petra o Sela, capital de Edom, que se consideraba inexpugnable. En realidad, las guerras de Israel son las guerras de Dios, al que está vinculado por una alianza, y aunque ahora parece que los ha rechazado y no sale con sus ejércitos al campo de batalla, sin embargo, es el único que puede prestar auxilio. El abandono de Yahvé tiene que ser sólo momentáneo, pues al fin tendrá que salir por los fueros de su pueblo. Esta es la confianza del salmista. Todo auxilio humano no tiene valor alguno en estas circunstancias, y sólo con la ayuda divina será posible obrar las proezas de reconstruirse y aun de entrar en territorio del ahora vencedor. Yahvé es el guerrero de Israel y terminará por aplastar a sus enemigos.