Espíritu Santo, cuando Jesús subió a lo alto de una montaña para orar, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco (cf. Lc 9, 29). Jesús resplandece desde dentro, no cambió, se dejó ver en todo su esplendor. ¡Qué bien se está aquí!, dijo Pedro, y quería instalar tres chozas para Jesús, para Moisés y para Elías. Concédeme tomarle gusto a la oración, y en ella revélame el rostro de Jesús; quiero conocerlo de primera mano, con ese conocimiento que no viene de los libros sino del trato personal y de la revelación interior que sólo tú puedes conceder. Dame la generosidad para subir todos los días al monte de la oración, con la seguridad de que si me reservo a diario un tiempo de calidad para orar, seré amigo de Dios como Moisés y terminaré como él con el rostro radiante después de haber hablado con el Señor en el monte Sinaí (cf. Ex 34, 29); seré para los demás: transparencia de la presencia de Dios en mi alma.