Vive de fe y tendrás paz

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XXXII Domingo del T.O. “B”
(1Re 17, 10-16; Sal 145; Hbr 9, 24-28; Mc 12, 38-44)

Debo reconocer que el texto del profeta Isaías que se nos ofrece hoy en la liturgia de la Palabra  ha sido uno de los que más han afectado mi historia personal e incluso mi acompañamiento a la comunidad de monjas de Buenafuente en los primeros años de mi ministerio como capellán, en el que he cumplido ya 49 años.

Cuando muchos veían que la única salida del Monasterio de Buenafuente y de sus monjas era cerrar la comunidad, el pasaje bíblico de la viuda de Sarepta se convirtió en luz y en esperanza. Hace medio siglo al Sistal no le quedaba más que elegir entre  cerrar sus puertas o fiarse de Dios, como lo hizo la viuda con el profeta, y arriesgarse, a través de la hospitalidad, a emprender una opción de acogida para quienes deseaban fortalecer su fe; serenar su espíritu, alimentar su esperanza, gustar el desierto, adentrarse en la contemplación… Y esto supuso a las monjas dejar hasta sus colchones para que descansaran los huéspedes, mientras ellas dormían sobre jergones rellenos de hierba seca.

Este ejemplo sigue siendo referencia personal; lo tengo como llamada permanente en las distintas encrucijadas y dificultades. La fe da motivos de esperanza. El que cree no se arriesga de manera pretenciosa, fiado en sus fuerzas, sino que se abandona en las manos de Dios, de quien sabe que es providente, aunque en el presente sienta el despojo, como condición y prueba que acrisola y consolida la fe.

La viuda del templo se fía de Dios; la viuda de Sarepta se fía del profeta. El creyente se fía de la Palabra divina. Como prueba inmediata de la providencia divina, tengo entre mis manos un pequeño libro de Francesc Torralba: “Y, a pesar de todo, creer”, que me confirma en mi experiencia permanente de estar siendo cuidado y acompañado por Dios. Dice el autor: “Creer es confiar, tener fe, también esperar y aceptar”. “Vivir confiado en Dios significa vivir plenamente en el ahora y el aquí” (F. Torralba, 8; 18).

¡Cuántas veces adelantamos con la mente acontecimientos negativos que luego no suceden! La viuda y su hijo se disponían a morir una vez que hubieran comido el último trozo de pan y, sin embargo, lo que sucedió fue que no se terminó la harina de la artesa, ni el aceite de la alcuza.

Hoy vivimos momentos recios, nuestra imaginación apoyada en datos estadísticos prevé situaciones más o menos dramáticas en la sociedad y en la Iglesia, pero quienes creen gozan de una fuerza que les permite arriesgarse, confiados. “Esta confianza no salva al creyente del paro, del hambre, de la persecución…; pero le permite enfrentarse a tales situaciones límite de un modo radicalmente nuevo” (F. Torralba, 19).

 


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)

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