¿Te dejas perdonar, te sientes perdonado?

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domingo de misericordia

EVANGELIO

“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos»” (Jn 20, 19-23).

Las palabras con que Jesús resucitado se dirige a los suyos a los ocho días de la Pascua, no son expresiones vacías, ni para salir del paso. El Resucitado extiende su manto de misericordia sobre todos los que se sienten despojados, por causa de su debilidad, y se abren, humildes, al perdón.

El perdón no es un rito mágico, ni el sacramento es un talismán para quienes de manera obsesiva acuden a él como remedio de su hipersensibilidad psicológica. Es el regalo de Pascua de Jesucristo resucitado, a costa de sus llagas. La misericordia divina se nos ofrece por los méritos de la muerte de Jesús. Solo quien se siente perdonado sabe valorar el tesoro de la misericordia. Nunca daremos suficientes gracias por este regalo pascual.

El perdón, que se recibe por gracia, se convierte en muro ante la mala memoria; es frontera cerrada al mal recuerdo, como si se hubiera pasado el Mar Rojo, abandonada la esclavitud, y fuera imposible volver a Egipto. Es hito ungido por el que se data la hora y el lugar del abrazo entrañable de Dios. “Me gusta pensar que el Omnipotente tiene mala memoria. Una vez que te perdona, se olvida” (Francisco).

El perdón no es rebaja ni saldo, que ofrece de manera barata el Resucitado. Es el fruto de la Cruz, de la ofrenda total de Jesucristo, quien entregó su vida para rescate de muchos.

Celebrar el perdón es hacer la travesía de la noche al alba; de la esclavitud a la libertad; de la angustia a la paz; sin retorno. Gracias al perdón las heridas se convierten en aceite samaritano. Uno vive gracias al perdón y por él puede comenzar de nuevo. Cuando se recibe la misericordia, se renueva la gracia bautismal y la relación filial para con Dios.

El perdón ensancha el corazón, es referencia permanente para cuando se sufre ofensa. Se convierte en recurso para vivir sin arrastrar el fardo pesado de la conciencia herida, y poder así caminar sin resentimientos. Salva de la hipersensibilidad porque se impone el don mayor de la alegría, por saberse creado, redimido, amado, capaz de relativizar los arañazos de la convivencia.

Por el perdón se recupera el trato de amistad con Dios, no porque Él lo haya roto, sino porque se siente de nuevo su abrazo. Quien se abre al perdón supera la trampa del Tentador, que propone la actitud, aparentemente humilde, de permanecer hundido, postrado, por miedo a la recaída. Es la peor tentación. La respuesta adecuada es dar un salto, levantarse y acudir al Señor, como hizo el ciego de Jericó y como hizo el apóstol Tomás, y exclamar: “¡Señor mío y Dios mío!”

Por el perdón nos podemos levantar siempre, nos libramos de los fantasmas perseguidores porque resultan ahogados, sumergidos en el mar de la misericordia. Lo real es el amor de Dios, que abre a la esperanza.

PROPUESTA

¿Te dejas perdonar? ¿Te sientes perdonado? ¿Perdonas?


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