Oración al Espíritu Santo en Pentecostés

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Espíritu Santo, inspiración íntima que conduce hacia el bien, la verdad y la belleza. Luz interior, que ilumina la noche del alma, concediendo la certeza de la fe. Amor de Dios, permanente destello de la relación más sincera, incendio de la zarza ardiente, epifanía de la bondad divina en todo lo creado, que atrae y que enamora a la vez que envía.
Susurro en la conciencia que dicta con voz de brisa la recreación, y convierte lo que existe en testigo del Ser que lo sostiene todo, humanización divina, divinización humana.

Horizonte infinito, Tú te abres después de todos los límites y fascinas al que busca. Tú alientas el deseo de hallazgo, mantienes en la espera atenta y restauras en todas las fronteras la esperanza. 

 

Espíritu Santo, que permaneces discreto en el hondón del alma. Sólo cuando uno se atreve a cruzar el abismo del silencio, en el aparente vacío de sí mismo, te encuentra colmando de presencia el espacio interior.

Llámame a entrar dentro de mí, donde Tú me habitas, para no cometer la injusticia de creerme solo, cuando Tú estás dentro, y de justificar mis huidas, cuando Tú me esperas para mantener el diálogo amoroso.

Déjame gustar el don más cierto, la vocación a la vida, la anchura de la fe, la plenitud del amor, la inquebrantable confianza, la expectación ardiente. Que aguarde en vigilia la hora de tu advenimiento, para saber interpretar el mensaje que me dictas en cada circunstancia. Que sepa leer la historia desde tu mirada y trascender la realidad, en medio de la prueba.

Cuando me aparto de tu mirada, la que llevo en las entrañas dibujada, me disperso y provoco un desierto desolador; mas cuando acierto a avanzar por la aridez del despojo en busca de tu aliento, respiro la dulzura indecible del acompañamiento secreto que más me afianza.
En las pruebas justifico mi evasión, mientras que Tú esperas a que, agotado por mis exilios, vuelva al recinto del amor, menesteroso y sediento. Espíritu, fuente y manantial de agua del santuario, sáciame de tu gracia.

Sé que eres el autor de mis logros, la respuesta a mi súplica, el descanso en mi fatiga, la tregua en mi trabajo, el cobijo en la hora aciaga, el techo que me cubre en la intemperie. Aunque no sea consciente de tu obrar en mí, no dejes de actuar, para que, con mi colaboración o con mi inconsciencia, te sirva de mediación para que otros experimenten tu apoyo.

Espíritu Santo, Defensor y Amigo, Tú eres respetuoso y sagaz: realiza en mí el proyecto que Dios quiere que yo lleve a término con su gracia, que eres Tú mismo, divino aliento.


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (Consulta aquí su página web)

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