XVIII Domingo del tiempo ordinario, ciclo A (Is 55, 1-3; Sal 144; Rom 8, 35. 37-39; Mt 14, 13-21)
Meditación
«Venid, comprad trigo; comed sin pagar vino y leche de balde» (Is 55, 1).
Estamos en agosto, mes eminentemente veraniego en el hemisferio norte. Muchos viven todo el año pensando en el tiempo de descanso, de vacaciones y esperando de él la satisfacción de los deseos naturales.
Suelen ser atractivos los lugares que ofrecen buenas viandas, bien sean productos del mar, o de la montaña. La hora de la comida y el lugar donde hacerla es uno de los detalles que más se cuida en el tiempo de descanso.
Jesús era muy sensible a las reuniones familiares y amistosas en torno a la mesa. Son muchos los valores que se despliegan en las celebraciones domésticas -ordinarias o festivas-, con ocasión de comer juntos. La hospitalidad, la convivencia, la amistad, la alegría, la fiesta… tienen su punto cumbre en la mesa.
Sin embargo, la comida puede tener otro sentido más prosaico y sensual, cuando con ella se intenta saciar necesidades biológicas exclusivamente. Jesús, en la cuarentena, nos deja un aforismo contundente: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Cuántas veces, por dar rienda suelta al apetito natural de saciar el estómago con abundante comida y bebida, se desnaturaliza la fiesta y el banquete, además de superarse el presupuesto. «¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura?» (Is 55, 2)
Para comprender el sentido de lo que significa verdaderamente la comida como alimento que sacia y vitaliza, deberemos remontar la interpretación natural y abrirnos a un significado mayor. El salmista canta «abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente.» (Sal 144).
Jesús se nos muestra sensible y solidario con la multitud hambrienta, y es pródigo y generoso, multiplicando el pan: «Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras» (Mt 14,20). Pero a su vez, en otro pasaje denuncia que mucho lo siguen por el pan que les da, por el estómago, y no por Él.
No podemos quedarnos embotados por comer y beber, y perder la trascendencia de la prodigalidad de Dios. Jesús se va a dar en comida y bebida. Él se va a presentar como «Pan del cielo», como «agua vida» que sacia y salta a la vida eterna. Debemos estar hambrientos del alimento que no perece, que sacia no solo el cuerpo, sino el espíritu, porque alimenta el sentido de la existencia.
Que nada ni nadie nos aparten de la centralidad que significa Jesucristo, el Pan de vida. San Pablo nos dice en la segunda lectura: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? (Rm 8, 35)
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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