IV DOMINGO DE ADVIENTO
Se cumple el tiempo
Desde antiguo, la Revelación ha venido anunciando las alianzas de Dios con su pueblo, como señala el salmista: «Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi siervo: «Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades».» (Sal 88)
Los pactos con Noé, con Abraham o con Moisés, tienen su plenificación en la bendición sobre la Casa de David. La lectura resalta esta bendición profética: «Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre» (2Sam 7,16), que tiene su cumplimiento en Jesús: «Cristo Jesús -revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura» (Rm 16,26).
El ángel del Señor le recuerda a María las Escrituras para que comprenda la bendición divina, de la que es portador, y que estaba anunciada en las diferentes profecías: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 31-33).
Se cumple el tiempo, y se cumplen los días. Debemos centrarnos en la contemplación de la escena más íntima del Evangelio
Llamados a Contemplar
Introdúcete como el Ángel del Señor en los espacios domésticos de María y pon atento oído a la conversación de Gabriel con la doncella nazarena. No hagas ruido interior en tu mente, tan solo estate atento y observa la delicadeza del Ángel del Señor, cómo no violenta a María, ni le impone el mensaje que le trae de parte de Dios.
Fíjate en los útiles caseros que decoran la habitación. Quizá solo ves las paredes de una cueva, sin nada más, pero observa el cántaro de agua con el que la Virgen ha ido a la fuente, donde ha sentido el primer impacto de la Revelación divina.
Si estás atento, percibirás que la atmósfera se ha llenado de luz y se expande la fragancia de la presencia del mensajero de Dios. Si tuvieras que describir la escena, quizá lo podrías hacer con siete palabras: sencillez, pobreza, humildad, escucha, obediencia, oración, misterio.
Santa Teresa nos relata: «Aquí viene bien el acordarnos cómo lo hizo con la Virgen nuestra Señora con toda la sabiduría que tuvo, y cómo preguntó al ángel: ¿Cómo será ésto? En diciéndole: El Espíritu Santo sobrevendrá en ti; la virtud del muy alto te hará sombra, no curó de más disputas. Como quien tenía tan gran fe y sabiduría, entendió luego que, interviniendo estas dos cosas, no había más que saber ni dudar. No como algunos letrados (que no les lleva el Señor por este modo de oración ni tienen principio de espíritu), que quieren llevar las cosas por tanta razón y tan medidas por sus entendimientos, que no parece sino que han ellos con sus letras de comprender todas las grandezas de Dios. ¡Si deprendiesen algo de la humildad de la Virgen sacratísima!» (Los Conceptos del Amor de Dios 6, 7).
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)
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