Ingeniería interior

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Participación

Jorge Valdés fue líder del narcotráfico mundial en los años 70. A sus 23 años ganaba tres millones de dólares mensuales. Pronto tuvo mansiones, barcos, aviones privados, armas y todo el placer que quiso.

Tras varios años de prisión en los Estados Unidos y una profunda conversión espiritual, Jorge resume hoy su experiencia con estas palabras: «el ser humano viene a la tierra con un “hoyo” dentro de sí, que nada de esta tierra puede llenar; sólo Jesucristo».

 

Un «hoyo» en el corazón

En este segundo domingo de Adviento, Juan Bautista nos propone hacer una “obra de ingeniería” en nuestro corazón. No sólo para rellenar ese “hoyo interior”. La obra que Juan nos propone es mejorar los caminos del corazón para que Jesús pueda entrar en él.

Según el profeta Isaías, a quien Juan cita, la obra consta de cuatro trabajos: rebajar los montes, rellenar los valles, enderezar lo tortuoso y allanar lo áspero.

Rebajar los montes

Tal vez, con el paso del tiempo, hemos venido acumulando montes y colinas de orgullo, vanidad y autosuficiencia, que afean y hacen intransitable nuestro corazón.

El orgullo consiste en creerse o sentirse más que los demás; la vanidad, en una preocupación excesiva por la propia imagen; y la autosuficiencia en una actitud de excesiva autonomía, independencia e individualismo.

Rebajar los montes y colinas significa trabajar en la humildad. Más concretamente, en la mansedumbre, la sencillez y la apertura a los demás.

Rellenar los valles

Los valles son depresiones topográficas. Hace falta rellenarlos para transitar por ellos. Los “valles” del corazón son la tristeza, la frustración, la insatisfacción y los complejos.

Rellenar los valles es trabajar en la ilusión, la alegría y la esperanza. Es no permitir que las condiciones adversas erosionen nuestro corazón. La ilusión, la alegría y la esperanza son actitudes que podemos y debemos trabajar “desde dentro”, al margen de las circunstancias externas.

Enderezar lo tortuoso

Los caminos de nuestro corazón no siempre son rectos. A veces tenemos intenciones torcidas, impurezas y malquerencias. El Adviento nos invita a enderezar esos caminos: a rectificar las intenciones, purificar los afectos, corregir las malas inclinaciones del corazón.

Sólo los puros de corazón «verán a Dios», dice la bienaventuranza. Parafraseando, podríamos decir: sólo los puros de corazón recibirán a Dios.

El corazón puro es de una pieza, diáfano y transparente. Es un corazón sin complicaciones ni enredos innecesarios. Por eso vive en una gran paz y libertad interior.

Allanar lo áspero

El último trabajo de ingeniería que requiere el corazón es “allanar los áspero”. Jesús quiere entrar en un corazón sin asperezas ni arrugas. Quien tiene el corazón áspero trata a los demás con rudeza, desconsideración, impaciencia y sequedad.

La aspereza del corazón se manifiesta también como ira, rencor o sed de venganza. Nuestro trabajo de Adviento ha de consistir en dulcificar el corazón; hacerlo más manso y bondadoso. Dada, además, la mayor convivencia familiar que suele acompañar el tiempo de Navidad, conviene tomar una dosis especial de cuidado en las palabras y en el trato mutuo para favorecer la armonía y el buen espíritu.

Con la ayuda del Espíritu Santo

Obviamente, esta obra de ingeniería del corazón nos resultaría imposible sin la ayuda del Espíritu Santo. El Adviento no es un tiempo de esfuerzo solitario. El Espíritu Santo está ya trabajando –quizá a marchas forzadas– para tener nuestro corazón preparado a la venida de Cristo.

No nos desalentemos, por tanto, si sentimos que la obra es demasiado grande. Confiemos, oremos y acerquémonos más a los sacramentos –especialmente al sacramento de la reconciliación–. Invoquemos al Espíritu Santo, el gran artífice de nuestra santificación, para que, con su ayuda, lleguemos bien dispuestos a la Navidad.

María, experta del corazón

María es experta en obras y trabajos del corazón. Ella, como buena madre, conoce muy bien nuestro corazón y sus necesidades. Encomendemos a Ella esta obra interior propia del Adviento.

Especialmente en este domingo que media, por así decir, entre dos grandes solemnidades marianas: la Inmaculada Concepción y la Virgen de Guadalupe. Sintámonos, de alguna manera, envueltos por esta presencia mariana durante el Adviento y, con mucha confianza, sigamos trabajando el corazón para la venida de nuestro Salvador.


La Palabra de Dios debe ser la materia fundamental de nuestros diálogos con Dios en la oración personal. Ojalá que este comentario a la liturgia te sirva para la meditación durante la semana. Agradecemos esta aportación al P. Alejandro Ortega, L.C. (consulta aquí su página web)

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