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Confianza en Dios en nuestro sufrimiento

Confianza en Dios en nuestro sufrimiento

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
(Is 50, 5-9a; Sal 114; Sant 2, 14-18; Mc 27-35)

Las lecturas de este domingo nos traen el recuerdo de las celebraciones que nos ha ofrecido el calendario litúrgico estos días pasados, como ha sido la Exaltación de la Cruz y Nuestra Señora de los Dolores. En muchas comunidades se celebran fiestas en honor de Cristo y de su Madre.

La enseñanza de la Palabra de Dios es un tanto paradójica: poder sentir el privilegio de acompañar al Señor cargados con el peso de nuestros sufrimientos. Pero no se nos llama a una espiritualidad masoquista, sino a sabernos acompañados en nuestras pruebas por Quien ha decidido de manera voluntaria y amorosa tomar nuestras dolencias y hacerse solidario con nuestros dolores.

Naturalmente, como le sucedió al discípulo Pedro, no deseamos la prueba ni el dolor, e intentamos huir de ellos; sin embargo, hay un secreto sorprendente cuando los asumimos de manera teologal: “Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará”.

San Ignacio de Loyola le decía al joven Francisco Javier: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?” El atractivo de los bienes de este mundo puede nublar la mente y esclavizar el corazón. Mas si ponemos los ojos en el Crucificado, todo se puede sufrir, nos dice Santa Teresa de Jesús.

La Palabra de Dios nos asegura: “Invoqué el nombre del Señor: «Señor, salva mi vida”. Y el orante reconoce: “Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída”. El profeta afirma: “Mirad, el Señor me ayuda”.

Una consigna es tener el oído atento para saber escuchar lo que agrada a Dios, y sobre todo para percibir que no vamos solos por el camino de la existencia, sino que Jesús se ha comprometido a acompañarnos; y nos dice: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Quien se fíe del Señor no quedará defraudado.

Puede dar pudor afirmar que Jesucristo se hace solidario con los que sufren, como si con esto se buscara evadirse de esos sufrimientos. El apóstol Santiago nos invita a ser mediación de la compasión del Señor para quienes tienen necesidad: “Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: «Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago», y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Por las obras, te probaré mi fe”.

Tenemos la llamada a mirar la Cruz de Cristo, a adorarla y a ser signos compasivos para los que hoy son reflejo del Crucificado.


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)

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