A la Madre de Dios

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Madre de Cristo

“Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.” (Lc 2, 22-27)

Nazarena, tú eres la morada elegida por Dios, para ser su recinto sagrado y protegido. Tú has dado a Dios la oportunidad de encontrar el lugar seguro para hacerse hombre. Mujer bendita, tú eres quien nos permite encontrarnos con Dios en el jardín.

Tú adelantaste con tu sí la actitud de tu Hijo, cuando abrazó la voluntad amorosa de su Padre. En ti tenemos la manera más sabia de responder a los planes que el Señor tiene sobre cada uno. Dentro de tu asombro no perdiste la cordura, y preguntaste al ángel sobre el misterio. No te quedaste ensimismada, egocéntrica, cuando fuiste consciente del don recibido. Tu reacción pronta y alegre es un ejemplo permanente para todos. Subiste deprisa a la montaña, en adelanto del momento de tu entrega en la Cruz, al levantarte, y subir deprisa, solidaria.

Tu Hijo aprendió ya en tu seno los movimientos identificativos del creyente, al ponerte en camino. Nos enseñaste el modo de ser discípulos. Al nacer el Niño lo envolviste en pañales y lo recostaste en un pesebre, con ello prefiguraste el momento recio de su muerte, cuando envuelto en sábanas lo colocaron en un sepulcro.

Tu actitud de silencio, embeleso y meditación sobre lo que no comprendías, nos edifica. Si tu Hijo creció en sabiduría y gracia, Tú tuviste que ir asimilando los acontecimientos. Tú nos enseñaste cómo y dónde buscar a tu Hijo, cuando nos sentimos huérfanos. El santuario, en que nos ha convertido el Dios hecho carne en ti, nos permite encontrarnos con tu Hijo en lo más profundo de nuestro ser. Tú has conocido que existe un modo entrañable de tratar con tu Hijo, dentro del ser.

Señora, Madre de Dios, conviértenos para ser también jardín de Dios en el corazón, y regalo para que, quienes viven próximos a nosotros, gocen de Él en ellos.


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web) El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet y redes sociales, siempre y cuando se cite su autor y fuente original: www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro